POR JOSÉ KAMINER TAUBER
El inicio
En el año 1348, empezó una epidemia de peste en Europa; causó la muerte de la tercera parte de la población de entonces: se habla de unos veinte millones de personas. En realidad, era imposible saber el número de víctimas con exactitud, ya que las únicas fuentes de las que disponemos para cuantificar a las víctimas son los escasos documentos que se conservaban en las iglesias, que  recogían nacimientos y defunciones.

La peste fue introducida en Italia por los barcos genoveses y venecianos; aparece en este país en octubre de 1347 y, para enero del año siguiente, ya había llegado a Francia, vía Marsella, extendiéndose hasta el Norte de África. La rata negra, buena pasajera de los barcos, la dispersó a lo largo de las costas y ríos navegables. Al mismo tiempo que  alcanza Roma y Florencia,  aparece en París en junio de 1348; más tarde, se traslada a Inglaterra a través del Canal de la Mancha. En el verano llega a Suiza y se extiende hasta Hungría.

En 1349 , la peste arriba a Flandes y los Países Bajos; de Inglaterra pasa a Escocia e Irlanda, asimismo a Noruega; luego cubre Suecia, Dinamarca, Prusia e Islandia.  Groenlandia, incluso, cae víctima del mal; alcanza a Rusia en 1351, aunque el primer brote ya se había expandido en casi toda Europa a mediados de 1350.

La mortandad fue enorme en toda Europa; las ciudades eran las más expuestas al contagio, por el hacinamiento en que se vivía, sobre todo en los barrios pobres. La ciudad de París, por ejemplo, perdió a la mitad de sus habitantes. Aún así, el índice de mortandad en las aldeas, una vez que aparecía en ellas la peste, era igualmente alto.

El misterio del contagio hacía aún más temida la epidemia. La gente percibió rápidamente de que la enfermedad se propagaba por el contacto con los enfermos, con sus ropas o sus cadáveres, y también con sus casas.

La enfermedad

Esta es una enfermedad infecciosa aguda producida por una bacteria, la “pestis”. Afecta a ciertos animales y puede ser transmitida al hombre. Se caracteriza por provocar protuberancias con pus (bubones) en la zona de la ingle, axilas, cuello, etc., causando la muerte en cuestión de horas.

Cuando la peste invadió Europa, ésta se encontraba en un momento de revés económico, consecuencia de un sistema feudal en retroceso y con una economía deteriorada, fruto de malas cosechas frecuentes y de sobrepoblación. Una época decadente en la que el pesimismo y la irracionalidad eran parte del pensamiento del individuo de los diferentes estratos de la sociedad.

Los habitantes de los burgos vivían en promiscuidad, sus viviendas tenían piso de tierra y una sola habitación donde todos dormían juntos, incluyendo los animales; ahí mismo cocinaban y comían.

No se tenía idea en aquel momento que las ratas (rata negra, Rattus rattus) y las pulgas que estas cargaban (Xenospsylla cheopis: pulga oriental de la rata), con quienes el hombre prácticamente convivía, podían tener algo que ver con esa enfermedad.

Los médicos de entonces perdieron credibilidad a causa de no poder curar la peste: ellos mismos morían después de tratar a los pacientes.Algunos preferían no atender sus responsabilidades hipocráticas. La gente no velaba los muertos: al final ni los enterraban y huían, llevando la plaga a otros lugares.

Los sacerdotes no imponían los sacramentos, la iglesia dio libertades para ello. Las autoridades eclesiásticas se enclaustraron; no obstante, sufrieron bajas en proporciones considerables.

Buscando causas

En octubre de 1348, Felipe VI pidió a la Facultad de Medicina de París que se definiese sobre las causas que habían provocado la temible epidemia de la peste, que parecía amenazar con el exterminio de la Humanidad. Con cuidadosas tesis, antítesis y pruebas, los doctores dictaminaron que su origen se debía a una triple conjunción de Saturno, Júpiter y Marte en el grado cuarenta de Acuario, ocurrida el veinte de marzo de 1345. Este veredicto se convirtió en la versión oficial y fue reproducido y traducido a diversos idiomas, llegando a ser aceptado incluso por los médicos árabes de Córdoba y Granada.

Naturalmente, se intentaron llevar a cabo algunas medidas destinadas a la sanación de los enfermos, pero la mayoría de todas ellas estaban mal encaminadas. Los médicos realizaban tratamientos destinados a sacar veneno e infección del cuerpo, sangrando, purgando con lavativas, cortando o cauterizando los bubones o aplicando compresas calientes. Se recetaban también pócimas que contenían especias raras.

El único caso de medicina preventiva lo tenemos en la manera en que Guy de Chauliac, médico de Clemente VI, aisló al supremo pontífice en sus apartamentos del palacio papal de Aviñón, prohibiéndole terminantemente que recibiera visitas y haciéndolo sentar en medio de dos grandes fuegos durante’ todo el caluroso verano provenzal. El aislamiento y el calor infernal que reinaba en las habitaciones papales contribuyeron sin duda a espantar las pulgas.

A nivel popular, se aconsejaba a diestra y siniesta, desde lavarse la boca y nariz con vinagre y agua de rosas, hasta frecuentar las letrinas, siguiendo la teoría de que los malos olores eran eficaces contra la peste. En una aldea se podía ver a sus habitantes danzando y cantando continuamente al son de flautas y tambores, pues confiaban en mantenerse inmunes a la peste mediante la alegría que demostraban con el baile.

La persecución de los judíos
¿Quiénes sino los judíos podían ser los verdaderos culpables de tanta desgracia?
Es una gran verdad en la Historia que las desgracias nunca vienen solas. Pronto, la hostilidad del hombre presionado por la peste se volvió contra los judíos. Los primeros linchamientos comenzaron en la primavera de 1348, justo después de las primeras muertes producidas por la peste. El cargo contra ellos era que estaban envenenando los pozos. Estos ataques tuvieron lugar en Narbona y Carcasona, donde los judíos fueron sacados de sus hogares y arrojados a enormes hogueras.

El judío, como eterno extranjero, era el blanco más obvio. Se había separado voluntariamente del mundo cristiano y, por ello, era objeto de odio. En cuanto a la acusación de envenenamiento de los pozos, también era antigua; aparece en la plaga de Atenas, también en de la plaga de 1320-21, en la que se culpó a los leprosos, creyéndose que actuaban instigados por los judíos y el Rey de Granada en una gran conspiración para destruir a los cristianos.

De manera que con la Peste Negra, los judíos fueron de nuevo chivos expiatorios . En 1348 el Papa, viendo el sesgo que tomaba la situación, publicó una bula prohibiendo la matanza, el saqueo o la conversión forzosa de los judíos sin juicio previo, lo cual frenó los ataques en Aviñón y en los estados papales.

Las autoridades, en la mayoría de los casos, intentaron proteger a los judíos al principio, pero acabaron sucumbiendo a la presión popular.

En Saboya, donde se celebraron los primeros juicios formales en septiembre de 1348, se confiscó la propiedad de los judíos mientras estos permanecían en prisión esperando que se probasen las acusaciones contra ellos. Naturalmente, ésas fueron comprobadas mediante el método medieval: confesiones obtenidas mediante tortura.

Se decía que existía una conspiración judía internacional con base en Toledo, de donde partían emisarios que llevaban el veneno escondido en pequeñas bolsas, así como instrucciones rabínicas sobre la forma de envenenar pozos y manantiales. Muchos judíos fueron encontrados culpables; once de ellos fueron quemados vivos y el resto de la comunidad judía tuvo que pagar un impuesto de ciento sesenta florines al mes durante seis años para seguir residiendo en la ciudad.

Las confesiones obtenidas en Saboya, distribuidas por carta de ciudad en ciudad, formaron la base para una serie de ataques a lo largo y ancho de Suiza, Alsacia y Alemania. De nuevo el Papa intentó frenar la histeria con otra bula, en la que decía que aquellos cristianos que inculpaban a los judíos de la peste habían sido seducidos y engañados por el diablo. Señalaba que la peste afectaba por igual a todo el mundo, incluidos los judíos, y que, en lugares donde no vivía ninguna comunidad judía, la plaga era tan terrible como en el resto del mundo. Animó además al clero a acoger a los judíos bajo su protección, pero desgraciadamente su voz no fue oída.

En Basilea, el nueve de enero de 1349, toda la comunidad judía, de varios cientos de personas, fue quemada en una casa de madera construida especialmente al efecto en una isla del Rin, y se emitió un decreto por el cual ningún judío podía volver a la ciudad en doscientos años. En Estrasburgo, el consejo municipal, que se oponía a la persecución, fue depuesto por el voto de los gremios y se eligió otro dispuesto a cumplir la voluntad popular.

En febrero de 1349, antes de que la peste alcanzase la ciudad, dos mil judíos de Estrasburgo  fueron conducidos a un camposanto, donde todos aquellos que no aceptaron la conversión fueron quemados en hogueras.