CLARA SCHERER

Desde estas páginas, quiero rendir tributo a las mujeres que por más de dos siglos y cinco décadas, han venido haciendo una revolución silenciosa.

A esas mujeres (mestizas, criollas, indígenas, negras y blancas) por apoyar y seguir haciéndolo, en silencio y con mucha intensidad, a sus hijas y nietas, para infundirles la fuerza necesaria que modifique destinos; para irradiarles la sabiduría suficiente que trueque el silencio por la alegre risa, y la curiosidad y el coraje para ensayar porvenires diferentes. En pocas palabras, para apremiar un renacimiento en este país, una nueva forma de entender la Nación, en la que sea real la libertad de ellas y esté consagrada al principio de que todas las personas somos iguales y valemos, por eso, lo mismo. En ese empeño proseguimos.

Gracias a ellas, la fortaleza interna que hoy tenemos es suficiente para levantar la voz y exigir el respeto a nuestros derechos. Gracias a ellas, a su labor paciente, realizada con apoyo, ternura y confianza, hoy estamos en las universidades, en las empresas, en los gobiernos, y por supuesto, con nuestras familias.

Mi homenaje precisamente a ellas, -y más obligada la gratitud a las muchas que ya no vieron el fruto de su esfuerzo, pero supieron encontrar la vía-, porque hoy siguen enseñando a las niñas el camino de la tolerancia, el respeto, el estudio y la constancia. Herencias todas que, con la materna lengua, -inolvidable-, nos han permitido despejar mentes y corazones, hasta arrancar prejuicios y falsas ideas, con la razón apasionada, como enorme faro que alumbra un nuevo amanecer para las mexicanas.

Mujeres, algunas, que no fueron a la escuela, pero tuvieron la sabiduría para mostrar el valor de la vida humana. Mujeres que no ganaron ni un centavo, a pesar de las larguísimas jornadas de cuidado de familias numerosas, pero sí obtuvieron un lugar de privilegio en nuestra memoria. Mujeres que no pudieron desarrollar sus habilidades, pero fueron las más capaces para apoyarnos.

Madres y abuelas que con su mirada, nos dieron la bienvenida al mundo y nos marcaron la ruta. Con su sabio escuchar más allá de palabras, entendieron nuestros anhelos y gestionaron los recursos para que alcanzáramos nuestros propósitos. Con su canto, nos dieron la esperanza; con susurros, calmaron nuestras frustraciones.

Algunas fueron abnegadas, pero otras, caminaron firme en el filo de la navaja, guardando el equilibrio. Las primeras en usar pantalones, las primeras en cortarse los cabellos, las primeras en andar en bicicleta, las primeras en manejar automóviles. Las primeras en mirar nuestros ojos.

Ellas, quienes con la palabra que siempre honraron, nos permitieron confiar en las demás, nos hicieron saber que la amiga de la escuela, que la compañera del trabajo, que la vecina del departamento, eran las únicas aliadas para nuestros muchos empeños: el cuidado de los hijos, la venta de garaje, la ronda para llevarlos a la escuela, la receta del postre más delicioso, la compañía en los malos ratos, la que nos presta un vestido, la que nos da un consejo, la que siempre nos echa porras.

Muchas de ellas, las primeras que se divorciaron, que pusieron un alto al desamor, y que, con dignidad, aceptaron empleos agobiantes para sostener la vida de sus hijos. Muchas de ellas, las primeras dispuestas a desafiar las buenas conciencias, decidieron tener hijos sin casarse, cuidarlos y educarlos sin apoyo masculino. Muchas de ellas, que denunciaron la violencia doméstica, e hicieron pactos para intentar detener el maltrato.

Hablar no sólo de esas mujeres que han trastornado la demografía del país, el mercado laboral y las prácticas sociales, sino también de aquellas que han puesto su vida para que las culturas indígenas no desaparezcan, requiere de palabras que me faltan, de reconocimientos que no encuentro. Hablar de esas mujeres es hablar de quienes han sostenido  este país, no sólo con su trabajo, sino especialmente, con su amor a la vida. Creo que no hay profesión, ni palabras para honrarlas como se merecen. Son tantas cosas las que esas mujeres nos han enseñado, que unas cuartillas son absolutamente insuficientes para guardar tanta generosidad.

Muchas somos las que agradecemos este silenciado amor. Nunca podremos olvidarlas y por ello, seguimos en la ruta que marcaron: hacer realidad el respeto a la dignidad de las mujeres.