JOSÉ GORDON

Tal parece que pronto tendremos nuevos capítulos de la película Blade Runner. Una compañía productora llamada Alcon Entertainment adquirió recientemente los derechos para crear secuelas y antecedentes narrativos de la cinta de 1982 dirigida por Ridley Scott. Basada en la novela de Philip K. Dick titulada ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Blade Runner planteó un escenario de ciencia ficción: el momento en que la inteligencia artificial podría crear androides, robots o replicantes indistinguibles del ser humano.

¿Pueden soñar esos androides? ¿Pueden sentir la gama de emociones que nosotros sentimos? La película de Scott hace que los robots que parecen de carne y hueso pasen la prueba de la escala de la memoria y la pasión. Uno de los instantes entrañables de Blade Runner se da cuando un replicante, abatido por la pérdida de su compañera, recuenta pasajes significativos de su vida y concluye: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. Cualquiera de nosotros podría suscribir estas palabras.

Lo cierto es que tal parece que se siguen abriendo, ya no en el cine sino en la vida real, las secuelas de nuestra exploración de un mundo en el que se intenta que los robots tengan algo de seres humanos y que nosotros también aprovechemos las posibilidades de las máquinas y de la tecnología dentro de nuestros organismos. Esto último plantea la creación de ciborgs. El término fue acuñado en 1960 por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline para referirse a un ser humano “high-tech” capaz de sobrevivir en entornos que podrían no ser favorables.

De hecho, ya tenemos entre nuestros amigos a algunos ciborgs con dispositivos no orgánicos: los marcapasos regulan el funcionamiento del corazón y los implantes cocleares ayudan a superar la pérdida del oído. Sin embargo, lo que viene está a la altura de una gran novela futurista. Los capítulos iniciales se dieron en 1998. El protagonista es Kevin Warwick, un científico experto en cómputo y profesor de cibernética en la Universidad de Reading en Inglaterra. Su razonamiento fue sencillo: si las computadoras son más veloces y tienen mucho más memoria que la nuestra, ¿por qué no utilizarlas para mejorar nuestra inteligencia e interacción con el entorno?

Warwick decidió hacer los primeros experimentos básicos consigo mismo. Mediante una cirugía se implantó un microelectrodo en el antebrazo izquierdo. Así, mediante radiofrecuencias, por donde Warwick pasaba, se abrían las puertas y se encendían las luces de su oficina como si él fuera una especie de control remoto. Después de diez días Warwick se quitó el implante.

En 2002, insertó un dispositivo más avanzado en su sistema nervioso. Esto le permitió comunicarse directamente con la computadora. La red de electrodos podía detectar las señales del cerebro y transmitirlas al exterior. Por decirlo así, Warwick mismo se volvió un “ratón” inalámbrico. Esto le permitió incluso mover un brazo robótico con tan sólo el pensamiento (Hay que imaginar las posibilidades que se abrirán para los minusválidos).

Uno de los experimentos más interesantes de Warwick plantea la posibilidad de comunicación “telepática”. Mediante el implante de una serie de electrodos en el brazo de su esposa, pudo entablar contacto directo. Cuando ella movía la mano, las señales eran recogidas por el implante en el cerebro de Warwick. Con una serie de impulsos simples se podían “hablar” en Morse. Después de unos días se quitaron los implantes sin ninguna secuela colateral.

El llamado Ciborg está convencido de que en un día no muy lejano los microchips acoplados a nuestro cuerpo serán de uso común. De acuerdo con Warwick, podremos percibir ultrasonidos o implantar memorias para descargar directamente los datos de un idioma o de una biblioteca. Tal vez una de esas memorias sea la de un replicante que nos habla con intensidad humana en la película Blade Runner.

REFORMA