JOSÉ KAMINER TAUBER

Antecedentes y sucesos que llevaron a la declaración Balfour.

El 9 de noviembre de 1914, en un discurso pronunciado en el Ayuntamiento de Londres, el primer ministro británico Herbert Asquith anunció con acento dramático: “El Imperio turco se ha suicidado.”
El sultán se había comprometido con la victoria alemana y se disponía a desencadenar una guerra santa contra Gran Bretaña. Asquith deseaba impedir que los cien millones de musulmanes que eran subditos del Imperio británico se incorporasen a esa campaña. De ahí su discurso, que comprometía a Gran Bretaña a destruir finalmente el imperio otomano y dar la libertad a sus pueblos.

El Tratado Sykes-Picot del 3 de enero de 1916 fue un acuerdo secreto entre Gran Bretaña y Francia para dividirse el Oriente Medio una vez concluida la Primera Guerra Mundial.
Algo indefinida quedó Palestina, que eventualmente fue otorgada, bajo un mandato de la Sociedad de las Naciones, a Gran Bretaña. Los británicos, cautelosos, les dieron aliento a los judíos al estipular que veían con buenos ojos el establecimiento de un futuro estado judío en Palestina mediante la llamada Declaración Balfour. En efecto, como medida de guerra, los británicos alentaban las aspiraciones de todos en el mismo territorio.

En la posguerra, Gran Bretaña se sirvió con la cuchara grande. No sólo obtuvo a Palestina, sino que tomó a Mosul al que agregó con Basora y Bagdad para crear Iraq. Entonces le recortó a Siria (ya ocupada por Francia) un tramo que le asignó a Irak, y otro a Cisjordania para poder transportar mediante oleoducto el petróleo de Mosul.

Herbert Samuel fue nombrado para el cargo de Alto Comisionado en 1920,  una vez que el mandato británico fue concedido por la Sociedad de Naciones. Fue el primer Alto Comisionado que cumplió sus servicios en ese cargo hasta 1925. Como tal, Samuel fue el primer judío que gobernó la histórica Tierra de Israel en 2000 años.

Como Alto Comisionado, Samuel trató de demostrar su neutralidad y trató de mediar entre los intereses árabes y judíos trabajando para frenar la inmigración judía y ganarse la confianza de la población árabe. La costumbre islámica hasta ese momento era que el líder espiritual, el gran mufti de Jerusalén, sea elegido por el gobernador. Después de que los británicos conquistaron Palestina, Herbert Samuel nombro al líder islámico, eligiendo  a Haj Amín al Husseni, quien luego se aliaría al régimen nazi de Hitler en años posteriores.

En la Primera Guerra Mundial, los soldados judíos de Eretz Israel formaron el Cuerpo de Muleteros de Sión que se formó en 1915,  combatieron en Galípoli, pero posteriormente fueron licenciados. Jabotinsky convenció al gobierno británico para que permitiera la formación de tres batallones judíos que lucharon codo a codo con los británicos, llamada así  la “Legión Judía”.

El espejismo nazi

¿Cómo reaccionaron las potencias europeas frente al nazismo?

En un principio lo apoyaron y hasta firmaron pactos de amistad con Hitler. Inglaterra, por ejemplo, a través de su canciller Chamberlain, dijo que Hitler era un caballero y aceptó las anexiones de Austria y Checoslovaquia llevadas adelante por Alemania. Las burguesías europeas veían en Hitler un freno a la expansión soviética y un férreo control para las ideologías obreras. La URSS, por su parte también pactó con Hitler y le reconoció sus conquistas. Sólo en 1939, después de seis despiadados años de gobierno y exterminio, Inglaterra y Francia se decidieron a actuar contra Hitler, cuando éste invadió Polonia. EE.UU. lo haría dos años más tarde al igual que la URSS.

El antisemitismo nazi cayó bien entre los árabes en el contexto de los pulsos de la colonización judía. El Muftí de Jerusalén HajAmin el-Husseini fue recibido y subvencionado por Hitler y estuvo implicado en crímenes del Holocausto en Europa, al impedir la emigración a Palestina de miles de judíos de Bulgaria, Rumanía y Hungría, que en su lugar fueron internados en campos de concentración. Husseini, que murió en 1974, nunca fue juzgado por esos crímenes y mantuvo sus simpatías hacia los nazis hasta la posguerra. En abril de 1941, los nazis apoyaron un golpe de estado antibritánico en Irak. El regreso de los británicos poco después desencadenó un pogrom con centenares de judíos muertos y miles de heridos en Bagdad.

Eduardo VIII después de su abdicación fue nombrado  duque de Windsor y, en 1937, recorrió la Alemania nazi. Durante la Segunda Guerra Mundial fue comisionado en un primer momento con la Misión militar británica a Francia, pero, después de acusaciones privadas de que mantenía simpatías pro nazi, fue enviado a las Bahamas como gobernador. Después de la guerra, nunca se le dio otro cargo oficial y pasó el resto de su vida en el retiro.

Joachim Ribbentrop, diplomático alemán,  resultó  una notable influencia entre la clase dirigente y de la nobleza inglesa a la que  invitaba a visitar Alemania y a conocer a Hitler personalmente. En 1936 es nombrado Embajador en Gran Bretaña con la misión exclusiva de obtener una alianza anglo-germana. Pero la diplomacia británica receló siempre de Ribbentrop por considerarlo un farsante y fracasó en atraer a los ingleses a la causa alemana.

El sueño de una alianza con los ingleses se fue desvaneciendo con el pasar de los años. La abdicación del rey Eduardo VIII, que alimentaba simpatías por la causa nazi, fue un duro golpe en ese sentido y luego el nombramiento de Churchill como primer ministro condenó a muerte cualquier ilusión de establecer una alianza entre ambos pueblos.

Antisemitismo en Gran Bretaña

En el período que medió entre 1920 al 24 hubo una intensa oposición al sionismo en la prensa británica, en mítines públicos y en el Parlamento. La prensa utilizaba los estereotipos antisemitas que mostraban a  los judíos como extranjeros, como bolcheviques, el tema del poder judío a través de políticas conspirativas relacionando judíos y dinero.

En agosto de 1921 llegó a Londres una delegación de árabes de Palestina, quienes hicieron antesala con miembros del Parlamento, antisemitas la mayoría de ellos. Con la participación de judíos en las revoluciones socialistas o bolcheviques, comienza una campaña de rumores afirmando que los revolucionarios forman parte de una “conspiración judía” anunciada ya en los “Protocolos de Sion”, esta calumnia se difundió con gran rapidez, en Gran Bretaña el antijudaísmo creció en virulencia.

Churchill afirmó en un discurso “. . .Pretenden destruir todas las creencias religiosas que dan consuelo e inspiración al alma humana. Creen en el Soviet internacional de los judíos rusos y polacos. Nosotros, en cambio, seguimos confiando en el Imperio británico”.

En Inglaterra se decía que la Revolución contaba con el apoyo y la ayuda de los más importantes banqueros norteamericanos como Schif y Warburg.

Así, desde 1918 habían aparecido en Gran Bretaña algunas obras antisemitas que volvían sobre el tópico de la conspiración. Los Protocolos de los sabios de Sión aparecieron publicados;  para el 8 de mayo de 1920  el Times publicó el artículo “El Peligro judío”, que insinuaba que el premier británico estaba a punto de entablar negociaciones con un grupo de conspiradores dispuestos a instaurar el imperio mundial de David.

The Times cuestionaba la autenticidad de los documentos, pero dejando entrever que podría no tratarse de una falsificación. Sin embargo, la marea duró poco. En agosto de 1921, este mismo periódico publicó durante tres días consecutivos un reportaje en el que se demostraba que los Protocolos no pasaban de ser un plagio aderezado. Con ello, la popularidad de la obra tocaba, sensatamente, a su fin, en 1924 este tema ya había dejado de ser el más tratado en el Parlamento.

En junio de 1935, Gran Bretaña se declaró dispuesta a firmar un acuerdo naval con el Reich. Lo más importante de este acuerdo naval es que Inglaterra era el primer país que reconocía la legalidad del rearme alemán e incluso ratificaba, mediante la firma de un acuerdo, tal reconocimiento.

La nueva constelación política europea pareció propicia a Hitler para ejecutar una empresa arriesgada desde el punto de vista político y militar: La remilitarización de los países renanos (7 de marzo de 1936). Ello significaba, no sólo una evidente violación del Tratado de Versalles, sino también del Pacto de Locarno, libremente concluido por Alemania. El rearme la había convertido en una de las más fuertes potencias militares de Europa.

El partido fascista ingles

La Unión Británica de Fascistas (en inglés, British Union of Fascists, BUF) era un partido político que  fue formado en 1932 por el ex ministro laborista Sir Oswald Mosley. El partido era una unión que abarcaba a varios partidos nacionalistas pequeños. Mosley se basó en otro líder fascista, Benito Mussolini y modeló su partido siguiendo la línea de movimientos fascistas en otros países, sobre todo Italia. Instituyó un uniforme negro, ganando el partido el apodo de «camisas negras». El BUF era anticomunista y proteccionista. Apoyó la sustitución de la democracia parlamentaria. Su política oficial, según lo representado en discursos y publicaciones en los años 30, era antisionista.

El BUF fue prohibido totalmente en mayo de 1940, y recluyeron a Mosley y a 740 fascistas importantes durante la Segunda Guerra Mundial.

Tambores de guerra

El primer ministro británico Neville Chamberlain se puso de acuerdo, con el primer ministro francés, a entregar los Sudetes a Alemania.  Pensó que había comprado la “paz con honor”.  Pero Hitler, mostró su verdadera intención de apoderarse del resto de Checoslovaquia.  Chamberlain finalmente vio también la intención de Alemania de dominar Europa, y su extensión de una garantía a Polonia, un país que la geografía era incapaz de ayudar, aseguró la guerra prácticamente.

En mayo de 1940, después de un desastroso intento británico para forzar a los alemanes de Narvik, Noruega, Chamberlain renunció en favor de Winston Churchill.  Veterano de 65 años y con más de una campaña política iba a resultar un líder notable.  El país se recuperó rápidamente tras gastar su “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” para salir victorioso en lo que eventualmente se convertiría en una sangrienta guerra. El nuevo primer ministro Winston Churchill informó al pueblo británico que la Batalla de Francia había terminado y ahora era su turno.L a Batalla de Gran Bretaña estaba a punto de comenzar.  Además enfatizó que Hitler tendría que vencer a la Gran Bretaña con el fin de ganar la guerra.

Cuando la Segunda Guerra Mundial, los judíos otra vez se presentaron voluntariamente. A pesar  de que las relaciones judío-británicas no eran las mejores, a causa de la política del mandato británico en el país. En primer lugar se trataba de la defensa del país, ya que con Rommel a las puertas no podían estar seguros, de si los nazis, quizás, pudieran marchar en dirección a Jerusalén.

En 1942, cuando los habitantes judíos escucharon las primeras noticias del genocidio nazi, muchos también se presentaron, por esta razón, para la batalla en Europa. Entre 1939 y 1945, 30.000 hombres y mujeres provenientes de Eretz Israel se unieron a las fuerzas de combate británicas en la lucha contra el régimen nacional-socialista. En aquel tiempo, en Israel vivían menos de medio millón de judíos. En total, alrededor de 1,5 millones de judíos, hombres y mujeres, combatieron hombro a hombro con las fuerzas de combate de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial.