SHULAMIT GOLDSMIT/REFORMA

Es imperativo que el acoso sexual a mujeres, en cualquier circunstancia, sea denunciado y severamente castigado. Esta práctica propiciada por la prepotencia que acompaña a personas en posición de poder, las conduce a abusar de, y a vejar a, quienes se encuentran en niveles inferiores en la escala social y/o laboral.

En mayo pasado, Dominique Strauss-Kahn, director-gerente del Fondo Monetario Internacional, fue acusado de forzar sexualmente a una empleada del hotel neoyorkino en el que se hospedaba. En ese momento, se acumularon los agravantes en contra del financiero para sólo ser escuchada la denuncia de la supuesta víctima. Las pesquisas policiales se hicieron con tal eficiencia que un par de horas después, el denunciado era aprehendido al interior de un avión en un vuelo planeado con toda anterioridad.

Si bien Strauss-Kahn ha sido, por décadas, rico, exitoso, poderoso, casado con una bella mujer igualmente talentosa y próspera, no sería extraño que, tal como pudiera hacerlo en sus actividades financieras y políticas, ejerciera esa deleznable prepotencia en sus relaciones afectivas y sexuales. Nada fue comprobado; y, a pesar de sus reiteradas declaraciones de inocencia, la consecuencia fue la renuncia a su cargo, la condena generalizada y un descrédito total para el funcionario francés.

Un par de semanas después, las autoridades ponen en duda la validez de las declaraciones y la solidez personal y moral de la parte acusadora. Cabe preguntarse por qué desde el momento inicial de la denuncia, la secuencia de datos y acciones no despertó sospechas: ¿no era extraño que la policía neoyorquina -agobiada de quejas en esa complicada urbe- escuchara y atendiera con tanta rapidez y diligencia a una mujer pobre, madre soltera, inmigrante africana (legal-ilegal)? ¿Por qué en las averiguaciones sólo tardíamente se reparó en el hecho de que la cuenta bancaria de la denunciante había sido abultada por su relación con delincuentes?, ¿en que sus declaraciones al ingresar a Estados Unidos estaban plagadas de falsedades? Ninguna de las explicaciones del acusado fue escuchada. Strauss-Kahn perdió su elevado cargo en el FMI, reducido a prisión preventiva y obligado a cubrir una millonaria fianza. De paso, quedó imposibilitado para proseguir con sus expectativas en la política electoral francesa, que eran, al terminar próximamente su gestión, contender frente a Nicolas Sarkozy, como el candidato socialista a la presidencia de su país. Para ser presidente de la República francesa los augurios le concedían fuertes posibilidades de lograrlo.

Esa posibilidad, sin embargo, despertó una soterrada pero feroz oposición. Propongo una reflexión sobre su origen: nace en esferas políticas de carácter xenófobo y racista, ya que Dominque Strauss-Kahn es un francés de origen judío. Había que diseñar una estrategia, por perversa que fuera, para truncar una posibilidad evidentemente imparable. Nada mejor que desacreditarlo como funcionario y como hombre. Aún hoy, fecha en que las primeras acusaciones hechas por la empleada guineana han demostrado ser falsas, aparecen otras “guardadas” desde una década atrás.

¿La historia se repite? En 1894, Alfred Dreyfus, capitán del Ejército francés, de origen judío, fue acusado dolosamente de espionaje. Desde el inicio del juicio, las pruebas en su contra mostraron ser falsas y débiles. Un gobierno de extrema derecha, un Ejército nacionalista, partidos conservadores y la iglesia apoyaron la acusación mostrando claras tendencias judeofóbicas. Dreyfus fue juzgado por un tribunal militar y condenado por alta traición a prisión perpetua en la Isla del Diablo.

Un lustro más tarde, aparecieron pruebas definitorias de la inocencia de Dreyfus; el jefe de contraespionaje, Georges Picquart, encontró la contundente culpabilidad de otro militar francés, Ferdinand W. Esterhazy. La sociedad francesa se dividió y exigió un nuevo juicio en el que autoridades de los tribunales confesaron falsificación y supresión de documentos. Esterhazy fue condenado pero rápidamente exonerado; Dreyfus, condenado a una pena menor.

En 1898, ante nuevas confesiones, nuevas pruebas, la denuncia social de Emile Zola, así como una sociedad y un gobierno renovados, Alfred Dreyfus fue reconocido plenamente inocente y hasta 1906, reinstalado en sus cargos militares.

Aunque no son comparables las imputaciones de alta traición con las de acoso sexual, ambas merecen castigos ejemplares. Hoy, mucho se ha avanzado en la defensa de los derechos humanos; permean al mundo grandes cambios en los ámbitos políticos, sociales y judiciales. Cabe hacerse una sola pregunta ¿el veneno antisemita no ha cambiado?

La autora es coordinadora del Programa de Cultura Judaica y académica del Depto. de Historia de la Universidad Iberoamericana.