NEDDA G. DE ANHALT/EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDIO

III. Remembranzas.
Va pensiero, sull’ali, dorate;
Giuseppe Verdi

Si me dispusiera a hurgar en la memoria sobre algún objeto emblemático en los hogares donde viví en La Habana que pudo haberme dado la señal de que era una cubana-hebrea, no diría que fue la mezuza, biblia, o la comida kosher que no observábamos, sino reconozco lo que para mí representó esa cajita de metal azul y blanca del Keren Kayemet (fondo nacional agrario para el establecimiento del Hogar Nacional Judío). De niña yo ni supe que era una alcancía perteneciente a esa asociación, mas observaba aquella estrella blanca de seis picos sobre el fondo azul claro e intuí que esa estrella era algo mío; como también mía era la espuma blanca del mar azul de la Isla donde nací.
Y si alguien que esté leyendo estas líneas sintiera curiosidad por saber a cuál de las asociaciones hebreas antes mencionadas yo llegué a formar parte, mi respuesta sería: a ninguna. Pero debo matizar este aserto, porque es verdad, pero no es toda la verdad. En 1950, pertenecí a un grupo surgido en Cuba a la muerte de esa heroína hebrea, la paracaidista de origen húngaro Hannah Senesh[1], que fue fundado y dirigido por la señora Frida Arber[2]. Dos culturas equidistantes como la cubana y la hebrea se dieron cita en el entendimiento de sus actividades. Por ejemplo, el grupo depositó una ofrenda floral ante la estatua del patriota cubano José Martí.
Nuestra generación creció recitando de memoria los versos libres de este patriota cubano, José Martí. Respetábamos la ética de su mensaje histórico; libertad para Cuba. Lo estudiábamos con pasión, pero también con irreverencia al burlarnos de ciertas circunstancias familiares: que si era un mama’s boy; que si don Mariano, su padre era torpe porque a cada rato lo andaban corriendo de su trabajo, en su puesto de celador.
O quizá eran juicios y bromas donde un poco el humor judío se fundía con el humor cubano. En lo íntimo de nuestro ser, por ejemplo, mi hermano y yo sentíamos un secreto orgullo que nuestro padre haya nacido el mismo día y mes que José Martí.
Mi mejor amiga, Sofía Rozencwaig, me dijo que cuando se fue de Cuba durante la época en que te permitían llevar tres mudas de ropa, ella trajo consigo sus fotografías. Entre esas imágenes estaba una mía, junto al busto de José Martí durante el acto que Hannah Senesh hizo en honor de su natalicio: el 28 de enero de 1853.
Por otra parte, Sofía Rozencwaig y yo participamos activamente en esa lucha sin cuartel que representaba siempre una elección para ser Reina Ester[3]. Dicho certamen, organizado por el Keren Kayemet L’Israel[4], no estaba regido tanto por la belleza y la simpatía de las concursantes, sino por el signo económico. Ganaba la que más dinero pudiera aportar, y el monto recaudado era donado al estado de Israel[5].
A Hashomer Hatzair -un movimiento juvenil de ideología sionista y socialista, fundada en 1933- fui una sola vez de visita pero en una actitud francamente retadora[6].
Mis padres me dieron una educación privilegiada, otorgándome libertad para decidir, pensar y hablar con quien me diera la gana. Mi madre fue, decididamente, una atípica madre judía. Aún recuerdo frases suyas: “si la niña no quiere comer, que no coma”. “Si la niña no quiere tomar lecciones de piano, pues que no las tome”. Mi madre solía relatarme sucesos maravillosos sobre Sara, mi abuela materna y sobre Zalman mi abuelo paterno -que fue un connotado ajedrecista y dirigente de la comunidad judía en Varsovia-. A ella y a sus hermanas les era permitido viajar en carruajes los sábados; así como también tocar el timbre de las puertas. Estas dos actividades estaban estrictamente prohibidas para sus amigas que provenían de hogares ortodoxos.
Si sus padres le dieron a mi madre oxígeno, espacio, autonomía para desarrollar una mente crítica, ¿por qué no iba ella a hacer lo mismo conmigo? Fue por eso que si salía con algún muchacho yo no requerí de chaperonas como se estilaba en esa época. Además, las amistades de ellos, plurales y eclécticas[7], iban completando mi educación sentimental.
Mi madre tampoco fue el tipo de mujer perteneciente a asociaciones hebreas o de otra índole, sólo recuerdo que trabajó unos años para la Froin Farein. Mi padre realizó todo tipo de encomiendas como ayudar a los refugiados en Tiscornia, o a elaborar los estatutos legales de la asociación de diamanteros que habían llegado a Cuba. Tocaba el violín y sentía verdadera pasión por la ópera[8]. De hecho, llevo el nombre de la protagonista de la obra de “Payasos” de Leoncavallo, el cuál me puso en honor a su madre. El nombre de mi abuela paterna era Neja. Nedda y Neja eran las versiones independientes de un mismo nombre, pues en hebreo me llamo “Nejama” que significa: “consolación”.
En realidad, yo iba adquiriendo conocimientos sobre el judaí smo de manera empírica. Por ejemplo, en 1943, durante el brit mila (ceremonia de la circuncisión al varón a los ocho días de nacido) de mi hermano no estuve presente. Tenía nueve años y me quedé esperando en el portal de la casa. De súbito, llegaron dos señores desconocidos, trajeados de color oscuro, que era inusitado para el calor habanero. Muy amables, conversaron conmigo mientras me acompañaban hasta que todos salieron al portal, porque había finalizado la ceremonia. Posteriormente aprendí el significado de ser un schnorer[9].
Mis padres, como mencioné con anterioridad, no observaban las leyes judío religiosas de los alimentos[10], ni encendían velitas durante Jan uca (festival de las luminarias, que a veces suele coincidir con la navidad). Yo ni idea tenía lo que significaba Jan uca gelt (dinero o regalos que le dan a los niños durante los ocho días que se observa esta festividad). Y cuál no sería mi asombro cuando el chino de la lavandería que vino a dejar las sábanas en el departamento contiguo al nuestro, al verme en el pasillo, depositó en mi mano una reluciente moneda de plata equivalente a diez pesos cubanos. Y como yo no la acepté, pues no entendí por qué me la daba; él, sonriente, me repetía: Jan uca gelt.
Durante mi niñez y adolescencia, podría afirmarse que yo conocía mejor los rituales católicos que los de mi propia religión. Esto se debió a que la primaria la cursé en el colegio San Vicente. Estaba situado a tres cuadras de donde vivíamos, de modo que yo podía llegar caminando a la escuela[11]. Su directora, la señorita Josefina Citarella, era amiga de mi padre y me aceptó bajo la condición, exigida por mi padre, que me dispensaran de las clases de catecismo e historia sagrada. Pero a mí nadie me andaba vigilando, como yo era curiosa, me metía en esas clases y ni quien me sacara de ellas. Mis mejores amiguitas en el colegio, Yoyi y Titi, hermanas y devotas católicas, vivían angustiadas pues, como me explicaron, a nuestra muerte no nos podríamos reunir en el cielo, a donde se les prohibía la entrada a los hebreos. Así que discurrieron con el sacerdote de la Iglesia cercana al colegio, que debía realizar mi conversión al catolicismo. El único requisito era no decir nada de esto a mis padres.
El hecho de ocultarles algo, ya era como mentir y traicionar la confianza que en mí habían depositado. A la vez, tampoco quería traicionar a mis amigas a quienes también quería. Recuerdo que, antes de llegar a la cita, -pues cumplí la promesa y no dije nada a mis padres-, mientras daba vueltas al parque, pensaba que mi supuesta salvación se había vuelto una condena. Y la idea de ir o no al cielo no me tenía del todo convencida. Sin haber leído y, por supuesto, sin siquiera saber de la existencia del que sería Premio Nobel de la Paz 1986, Elie Wiesel, estaba en total acuerdo con él cuando definió al judaís mo. “Ser judío significa, en primer lugar, asumir su destino de judío y, en segundo lugar, elegirlo.”
Esa tarde, a la edad de once años, en La Habana, Cuba, yo había no sólo asumido mi destino, sino lo había elegido[12] (subrayado mío). Tal vez alguien pueda tener duda al respecto, porque el acto de “elegir” es una ilusión creada en un cerebro apuntalado por las redes culturales que nos rodean -según tesis de Roger Bartra[13] -que concluye con el dictum “la libertad es un fenómeno propio de la conciencia”. Pues entonces, fue mi conciencia la que se manifestó; sea de un modo o del otro. O, quizá exista una tercera interpretación. A pesar de mi dispersa o casi nula orientación religiosa, ese día, creo, D__s estaba conmigo y me iluminó para que fuese capaz de pensar por mi misma y tomar la decisión idónea.
Dejé a todos plantados en la iglesia. Llegué a mi casa. Nada dije. Casi un año más tarde y, de modo casual, conté el incidente a mis padres. Aún recuerdo el silencio que se instaló firme, y la mirada que ambos intercambiaron… A la semana siguiente de esa confesión estábamos mudados de hogar, barrio, escuela. De ahí en adelante, ya no usaría más uniforme de escuela católica. Fui aprobada en mi examen de ingreso al mejor colegio laico de Cuba: el Ruston. ¿Exagero? Para nada. El Ruston, en efecto, y, me place subrayarlo, era el mejor colegio de Cuba[14].
La mayoría de los profesores hebreos que lograron asilarse en la Isla, poseían doctorados mas con la premura de la huida, ¿quién pudo llevar consigo títulos o diplomas de acreditación? James D. Baker, el director en aquel entonces, del Ruston[15], contrató como profesores del bachillerato a una serie de eruditos como fue el caso de Boris Goldenberg, quien era nuestro maestro de filosofía y lógica. El doctor Bernard Gundlach, -aunque yo no fui su alumna-, era un reconocido sabio matemático, alemán de origen, pero huyó por estar casado con una judía europea.
Mi educación en el Ruston tomó un giro de 180 grados. En sus salones de clase se dio el entrañable descubrimiento de estudiantes hebreos y no hebreos que, hasta la fecha, siguen siendo mis mejores amigos[16]. Sobre otro descubrimiento notable que tuve en ese colegio, me referiré más adelante.
El Ruston fue para mí el despertar de una nueva solidaridad con lo “hebreo”, nutrido con la llegada, a finales de 1945 o a principios de 1946, de mis tíos -también mis primos Silvia y Simón-. Ellos habían logrado salvarse, curiosamente, gracias a los propios nazis que, para castigarlos, no los dejaron en Varsovia, como era el deseo de mis tíos cuando contestaron el cuestionario al que fueron sometidos. Los mandaron a Siberia y en ese frío gélido, lograron sobrevivir.
Al principio me entendí con mis primos por medio de la mímica, pero ellos aprendieron pronto el español. Ésta fue una época dorada que se pobló de entusiasmos, lecturas, música, playa -solíamos nadar en el Casino Deportivo-. El mundo encantado y encantador de las playas, era regalo para mis ojos, tacto, olfato, porque en el mar y en la arena no sólo jugaba sino soñaba e imaginaba… Los paseos en mi bicicleta por parques selváticos[17], uno en cada esquina de la calle donde estaba mi casa eran paraísos abiertos; los programas, las canciones en la radio, el juego de pelota eran mi credo de vida. El cine empezaba a convertirse en el espacio magnético de una pasión. Fue también tiempo de tristeza frente al lúcido espejo de la muerte.
Una noche en el Johnny’s 88, situado en El Vedado, fuimos dos parejas a bailar; yo, con un compañero, e Isaac, un joven de pelo castaño y ojos verdes que andaba encaramelado con su bella acompañante, de nombre Rosita. Isaac partió, como voluntario cubano, a pelear en el ejército norteamericano en la guerra de Corea. Quién iba a adivinar que esa noche sería de despedida.
Poco tiempo después, Isaac Abondam llegó a Cuba en un ataúd. Y como fue el único cubano-hebreo que había muerto en batalla, le rindieron homenaje. No recuerdo el nombre del anfiteatro donde estuvo expuesto el féretro cubierto con la bandera de la estrella solitaria; pero sí que entre el público asistente en ese recinto, estaba yo muy triste al constatar que todo ese fuego personal y esa sensualidad viril había quedado reducida a nada.
Bien mirado, morir es tan natural como nacer, pero en aquella época en que nuestra adolescencia y juventud eran sencillamente maravillosas, la muerte no me parecía natural. Y la de Isaac Abondam, la muerte de tantos judíos en las cámaras de gas, en los campos de exterminio, cualquier muerte, siempre la he considerado como una llaga antinatural.
Regreso al colegio Ruston, pues fue ahí donde se dio el segundo descubrimiento: mi amor por los cuentos. Gracias a una maestra del high school, miss Bryon, leí en inglés los de O’Henry, Saki, Maupassant y otros. Uno de esos relatos, Address Unknown (Dirección desconocida) de Taylor Kressman, una norteamericana proveniente del estado de Oregon, me abrió, de manera ineluctable, las puertas a la literatura y al ju daísmo.
Esa historia epistolar entre dos ex socios de una galería de arte, Schulse y Eisenstein, fue, a los trece años, para mí, el cuento más impresionante que había leído en mi vida. Aparte de que es perfecto, pienso que el efecto tan profundo que me causó esta historia, tuvo que ver con el tipo de educación recibida por mis padres. Tal vez, no me instruyeron sobre las genealogías bíblicas, que eventualmente aprendí, pero sí me enseñaron por qué y para qué funcionaban los hornos crematorios. Mi madre, desde temprana edad, tomó especial cuidado en explicarme la injusticia cometida en contra de Alfred Dreyfus; el significado del antisemitismo en Varsovia y me externó su dolor por haber perdido prácticamente a todos los suyos en el Holocausto.
Por última vez, regreso al colegio Ruston para mencionar ciertas características de su funcionamiento en el espacio y el tiempo. Cuando yo estudié ahí, las clases eran impartidas en varias casas diseminadas alrededor de la calle G y Quinta Avenida, en El Vedado. Así fue hasta 1959. Gracias a las contribuciones monetarias de los padres del alumnado, se logró construir el nuevo edificio Ruston en el Country Club.
En 1960, el régimen castrista confiscó todos los colegios de Cuba. La confiscación del Ruston se llevó a cabo el 1º de mayo de 1961. Fidel Castro rebautizó al Ruston como “Colegio Karl Marx” y, para sorpresa e indignación de muchos donantes, anunció que él había ordenado construirlo pues era su “personal donación al país”[18]. Cuando el régimen pasó a ser dueño del inmueble, dos alas del edificio fueron destruidas y otras convertidas en bodegas de almacenamiento. Las otras dos alas restantes las mantuvieron intactas y, durante 40 años, el colegio se convirtió en un centro de adoctrinamiento marxista, asimismo de hospedaje para jóvenes provenientes del interior del país, ya que Fidel Castro confiscó también las casas privadas aledañas. En época más reciente, el colegio Ruston ha quedado en poder de las fuerzas armadas y ha sido utilizado como un centro militar de inteligencia donde queda estrictamente prohibida la entrada y la fotografía del edificio[19].
IV. Epílogo.
Che ni infunda al partiré virtu
Giuseppe Verdi

La expulsión de los judíos en España, promulgada el 31-III-1492 y que debió ser cumplida antes del 3-VII-1492, se consideró una “verdadera tragedia”[20]. Dado que no se les permitía a los judíos oficios como la abogacía o la medicina, estos sastres, zapateros, plateros, mercaderes, vendedores o personas con alguna riqueza tuvieron que venderlas y malbaratarlas, obteniendo a veces por su casa -que, supuestamente nadie deseaba comprar-, un asno. Por ceder un viñedo, obtenían un poco de paño o lienzo, porque no podían sacar ni oro ni plata. Sí, fue una verdadera tragedia que ancianos, adultos, jóvenes y niños a pie, o en carretas, iban con mucho trabajo por caminos buscando puertos por donde escapar: “unos cayendo, otros levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando”[21]. “En su viaje, eran robados de diversas maneras…”[22].
Las analogías, tanto en tiempo como en espacio, son turbadoras porque las tragedias verdaderas siempre nacen de una raíz común: el odio.
El régimen que llegó al poder en 1959 a Cuba impuso, durante los primeros años, con una celeridad asombrosa, aquellos baños de sangre que terminaron con la vida de cientos de cubanos en el paredón. En verdad, eran asesinatos disfrazados bajo un falso ropaje judicial, pues también se fusilaba sin juicio alguno[23].
Los temidos “Comité de Defensa de la Revolución”, nacidos en 1959, estaban ubicados en cada esquina, en cada cuadra, en cada edificio[24]. Billeteros, limpiabotas y peluqueras fueron instados públicamente, por el ego autoritario de Fidel Castro, a espiar y delatar a sospechosos de ser desafectos al nuevo régimen. Dieron comienzo las detenciones, las turbas vociferantes en los “actos de repudio”, los allanamientos vandálicos, las amenazas, golpizas -el culto a la personalidad- las casas permanentemente sitiadas, el maltrato, vejación e incomunicación para los presos políticos y sus familiares, el exterminio de los adversarios y un largo etcétera de furores ideológicos. Sin embargo, la clasificación de “gusano” a cualquiera que no estuviera de acuerdo con las ideas “oficiales”, tuvo para los hebreos cubanos una clara resonancia a la “bacteria” o “escoria” himmleriana o hitleriana.
Sí, el régimen castrocomunista de Cuba había elegido el camino del odio. Los cubanos, hebreos o no, que se atrevieran a disentir, estaban condenados inexorablemente a repetir la historia de la huida de España. Así fue. Muchos cubanos huyeron como pudieron, dejando la casa puesta y abandonados demás bienes. Otros lo hicieron de igual modo sin despedirse de nadie. Unos más que manifestaron su deseo de partir, se vieron obligados a inventariar sus pertenencias. Y, pobre de ellos, si el día de la partida “algo” faltaba de esa lista, porque la salida quedaba cancelada.
En cuanto a la cantidad de hebreos que dejaron Cuba, sea cual fuera la cifra, los que quedaron se aproxima a unos 1900 en La Habana y 400 en las provincias. Ellos tuvieron que ponerse, simbólicamente hablando, una careta para adaptarse al nuevo régimen. Del mismo modo que un católico, al bautizar a su hijo, ya no le adjudicaba un nombre del santoral para no perjudicar su carnet escolar con la obtención de ciertos privilegios, el hebreo que permaneció en Cuba también debió ocultar su religión[25]. Nombres como Igor, Vladimiro, Raisa y Waleska proliferaron porque el nuevo régimen cubano encontró un aliado poderoso en el soviético que, en aquel entonces, proporcionó la ayuda económica necesaria para realizar la conversión forzada al comunismo del pueblo cubano.
Y así como ocurrió en España, esta “isla en peso”[26] llamada Cuba quedó convertida en una cárcel gigantesca, en una maquinaria dispensadora de muerte. Cualquiera podía ser arrestado, por nimio que fuera el motivo: tener cabello largo o presentar cierta “Conducta Impropia”[27].
El régimen de terror había dado comienzo. ¿Algunos ejemplos? La Constitución de Cuba de 1940 quedó abolida y se empezó a gobernar por medio de decretos. Tenemos el caso de la ley 151, dictada en 1959, por el Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados le quita los bienes a los herederos de los fusilados y a cualquier político -aun años antes de 1959-. La ley 162 suprime pensiones a las viudas de los fusilados. El artículo 216 del Código Penal considera delito no sólo el intento de salida del país sino el hecho de acumular material que pudiera ser usado para este fin (subrayado mío). Ya esto se estima delito consumado, por el cual aplican cinco años de cárcel[28].
¿Ejemplos específicos para los hebreos? En 1961, el tema del Holocausto dejó de enseñarse, como antaño, en las escuelas cubanas. Del mismo modo como aconteció en la Francia antisemita, en los tiempos de Dreyfus donde Zolá y otros fueron caricaturizados de manera innoble, en la Cuba castrada de los Castro aconteció algo similar con Menachem Begin cuando fue caricaturizado como un perro en cuyo collar colgaba una suástica.
En 1988, el libro libelo de Mahmud Abbas (nom de guerre: Abu Mazen) La otra cara: la verdad de las relaciones secretas entre el nazismo y el sionismo fue publicado con un prólogo de Imad Jada, el embajador de OLP la Organización de Liberación Palestina, en Cuba[29].
Otra circunstancia no menos decisiva de la complicidad que el régimen castrista mantenía con las doctrinas de los supuestos países “no alineados” -que en verdad estaban solidarios con la causa palestina- fue el decidido voto otorgado por Cuba a la infame resolución 3379 de los árabes en la ONU, cuando en 1991 equipararon al “sionismo con el racismo”. Mas la unión con los países árabes en la Cuba castrista fue aun más allá, porque en la asamblea de las Naciones Unidas, la resolución 3379 fue propuesta por tres países. Dos eran árabes y el otro fue Cuba. “El Granma”, periódico que junto a “Juventud Rebelde” circulan en Cuba, festinó la noticia en primera plana. Para los hebreos que vivían en la Isla, semejante reseña debió haber sido habitar una temporada en el infierno. El judaís mo de ellos debió encogerse aún más como una materia que, por miedo, se negaba así misma.
No olvidemos tampoco que un Fidel Castro entusiasta estuvo muy de acuerdo con la invasión soviética a Checoslovaquia y Hungría y, sin embargo, Cuba fue el único país del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que rehusó el uso de fuerza contra Saddam Hussein y exigió a las Naciones Unidas que primero, condenaran a Israel por la muerte de un palestino en el Templo de Jerusalén y que, además, como precondición para cualquier plática sobre la crisis del Golfo, exigía una inmediata retirada de Israel de los territorios ocupados.
Con semejantes pronunciamientos, nada más natural que ocurriera lo inevitable para las escasas familias judías que aún quedaban en Cuba. Durante los años 90 los templos estaban francamente sufriendo un avanzado estado de deterioro; las carnicerías kosher eran inexistentes, pues ya no sobrevivieron por falta de carne. Igual destino tuvieron las frutas y verduras vendidas en la popular, pero ya desaparecida, “Plaza de los Polacos”. Los negocios de los hebreos en las frecuentadas calles habaneras acabaron su ciclo de vida.
No obstante, aunque los templos están estropeados, alguno que otro sirve como una especie de refugio donde se brinda comida a las familias, cuyos varones casados con mujeres no hebreas tienen a sus niños que, en su mayoría, no están circuncidados.
Nunca olvidaré lo que una conocida judía mexicana me contó durante su visita a Cuba, a finales de los 90. Un viernes en la noche, los asistentes del shul (templo o sinagoga) estaban tan emocionados con su visita que, para festejarla en ese oneg shabat, abrieron en su honor una lata de SPAM. Para explicar tan equívoca situación, utilizaría el título de una película mexicana. “Somos lo que hay”[30].
Es así como en este interregno turbulento de 52 años que continúa siendo esta tiranía castrista, -en la actualidad, un colosal fracaso amenazando perpetuarse como monarquía-, que la presencia hebrea en Cuba se ha convertido en una pequeña bola que rueda al azar. Aunque se halle disminuida, deteriorada y adulterada esta bola -especie de nueva vuelta del amasijo de lo mejor y lo peor del comienzo- reelabora por su cuenta algunos preceptos y credos para mantener su sobrevivencia.
¿Cuántos hebreos quedan en Cuba? Es difícil definir cuántos son. Aunque la prudencia aconseje matizar la siguiente cifra, podría considerarse aproximadamente que, si en 1959, la población hebrea se estimaba entre diez y doce mil seres; hoy en día se manipulan los números para aumentar la cantidad. ¿Por qué? Así pueden obtener más ayuda[31]. No obstante, si se consideran las nuevas conversiones[32] y las muertes, tal vez, hoy en día, ¿serán 500 ó 600? Las cifras existen pero no son confiables.
Es fácil reconocer en esta disminuida presencia hebrea sobreviviendo en una isla congelada por semejante dictadura totalitaria, que la religión se represente como una sombra caricaturesca. Para otros, más familiarizados con la degradación de la existencia humana, esta presencia hebrea, incierta, arbitraria, incluso simplificada, mutilada y mixtificada es “lo que hay”. Aunque parezca poco ante lo que se ha perdido, dicha presencia sigue siendo mejor que nada.
Haber observado la trayectoria de estos hebreos trasplantados de otros países pero que se arraigaron, crecieron y se formaron en suelo cubano, significa una manera de entender su pasado y presente para obligarnos a reflexionar, con mirada crítica, su futuro inacabado e inacabable.
El exilio cubano desperdigó hebreos en Estados Unidos, Venezuela, México, Puerto Rico, España, Inglaterra, Suecia y por muchos más países del mundo.
En estos siglos de destierro, signo constante de nuestra historia, que D__s, al haber dado fuerza a los que partieron, siga otorgando fuerza a los que se quedan.
Enero 10 de 2011.

Postdata.

Este trabajo quedó terminado el 5 de enero del año en curso. Estaba sólo en proceso de revisión cuando recibí, inesperadamente, la valiosa colaboración de Susana Lang. Decidí entonces, no incorporarla al texto ya escrito y dejarlo con una suerte de apéndice para los lectores.
Se trata del libro Cristóbal Colón: el secreto mejor guardado, (en prensa) de Oscar Villar Serrano, quien es doctor en Ciencias Náuticas y capitán de la Comandancia Marítima de Torrevieja, en la provincia española de Alicante.
Villar afirma que Colón mantuvo siempre un cierto anonimato sobre su personalidad “porque era judío, hecho que le permitió el apoyo de los judíos”, en su primer viaje a América con la promesa de “ofrecer a éstos la tierra prometida”.
El autor asegura en esta obra que la correspondencia mantenida entre Colón y su hijo Fernando existen numerosas pruebas de sus creencias religiosas judías. Asimismo, dicha correspondencia fue escrita en un idioma “ininteligible” y las despedidas entre padre e hijo las hacían recordando una bendición judía.
Lo novedoso de la tesis de Villar es el que sostenga que Colón sabía muy bien a donde se dirigía (subrayado mío), pues contaba con información específica sobre la ruta que iba emprender, conocía perfectamente bien la distancia a cubrir y el tiempo que tardaría en llegar. Su cartografía era precisa. Sin embargo, como los portugueses siempre estuvieron atentos de su primer viaje a América, Colón, ex profeso, apuntaba en su cuaderno de bitácora “datos erróneos para no dar a conocer la ruta certera” (subrayado mío).
Según Villar, Colón decía que había descubierto las Indias Orientales por una ruta norte, pero todo esto era falso ya que él llegó al Nuevo Continente por el sur evitando el Mar de los Sargazos.
Villar aclara que “el hermano de Colón fue quemado en Valencia, en 1493, por ser judío, sin embargo, fue la propia iglesia, tras la muerte del marino, la que propuso canonizar al descubridor, por el hecho de haber cristianizado a los indígenas en América. No obstante, se desestimó la canonización al darse cuenta que Colón era judío. Por último, una mención respecto a los veinte mil volúmenes, sobre navegación propiedad de Colón. Estos fueron posteriormente cedidos por su hijo a los dominicos de Sevilla.

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[1] Para más información ver el filme de Roberta Grossman, Bendita sea la luz: La vida de Hannah Senesh (Hungría/Israel/República Checa, 2008, 85m).
[2] Dato proporcionado por Sofía Rozencwaig. Dos de sus presidentas fueron: Olga Fridman (dato proporcionado por Ana Benes), y Rosita Lichtenstein (dato proporcionado por Sofía Rozencwaig).
[3] Recolectamos fondos ese año y Sarita Lew salió elegida Reina. Las princesas fueron Raquel Gurinsky y la segunda princesa, creo, se apellidaba Salinas.
[4] Dato confirmado por Bernardo y Ricky Benes y Rafael Kravec.
[5] Dato aportado por Ana Benes que, en otra ocasión, fue también Reina Ester.
[6] Al llegar a la reunión con mis labios y uñas pintados de color verde. Posteriormente, con Ana Benes y Anitica Fridman cantamos la canción “Total”, del compositor cubano Ricardo García Perdomo, haciendo unas pausas maliciosas.
[7] El conde ruso Beno Dudarenko, que llegó a La Habana con su amante francesa judía Marie; los Rakita trabajaban en una óptica, él era bajito y ella alta como una jirafa, pero esta pareja aparentemente dispareja me hizo entender que el amor nada tiene que ver con medidas, pues ellos se veían tan felices y enamorados… Annie Arber -yo solía jugar con su hija Edita- fue la primera mujer divorciada que conocí criando sola a su hija; los Solowiejeczyk, cuya hijita Basebeica era gordita, preciosa, de pelo rizado, menor que yo, me contó cómo se hacían los niños, pero yo no le creí; los Segal, cuya hija Raquel se casó con un soldado norteamericano Stanley Wax, y su boda, la primera que asistí de niña, no la olvido. Los Winston, los Portnoy, los Mendelson, los Shaftal, los Figler, los Srebnick, Wulf Zalkovich; Luba Galfond, Sarita y Gabriel Weinstein, -su hija Teny y yo celebrábamos juntas el mismo día nuestros cumpleaños-. Los hermanos Carity eran rusos y uno de ellos fue testigo de la boda de mis padres. Los Meizner que, además de amigos, eran vecinos en el barrio de Santo Suárez; él sufrió un accidente automovilístico y estaba desangrándose. No podían conseguir a su esposa y mi padre asumió la responsabilidad de que le amputaran la pierna para poder salvar su vida.
[8] Ana Benes aún recuerda como mi papá nos explicaba las óperas mientras estábamos sentadas en fila en el sofá de la sala de la casa situada en la calle de San Mariano 406, entre los parque D’Estrampes y el de Figueroa, barrio Santo Suárez, en el reparto de La Víbora.
[9] Mendigo o pordiosero que llega, sin invitación, a cualquier boda, o bar mitzvá -fiesta de los trece años que señala la llegada a la adultez del varón- y es tratado con el debido respeto. En la religión hebrea se considera una mitzvá (deber religioso) dar de comer al hambriento.
[10] A mí no me llevaron, como si hicieron con mi hermano, al restaurante típico de comida judía Moishe Pipik. Aunque en mi casa se encargaban los deliciosos pasteles de la afamada “Lucerna”, una pastelería que podía competir con las mejores del mundo.
[11] El colegio anterior “Estrella”, implicaba viajes en la guagua (ómnibus del colegio) donde solía marearme y por consiguiente vomitaba durante el trayecto.
[12] Este incidente lo ficcionalicé musicalmente en mi cuento “Sucedió en La Habana”, del libro A buena hora mangos verdes, Dirección y diseño de las Ediciones Cocodrilo Verde de Rosario Hiriart, Madrid, 1998, pp. 124, p. 23.
[13] Roger Bartra “¿Existe el libre albedrío?”, Revista Letras Libres, enero 2011, Año XIII, pp. 116 p. 114.
[14] Mi hermano recuerda haber leído en un ejemplar de la revista Time una lista de los diez mejores colegios para los universitarios en los Estados Unidos. En el tercer lugar de la lista aparecía el Ruston, el único colegio extranjero.
[15] Los fundadores del colegio Ruston, fueron los hermanos Hiram y Martha Ruston.
[16] En 1951, los estudiantes hebreos graduados en el Ruston, exclusivamente del bachillerato éramos: los hermanos Ana y Bernardo Benes, Alberto Kriger, Sofía Rozencwaig, Saúl Srebnick y yo.
[17] En realidad, el parque selvático, ubicado en la esquina izquierda de la calle de D’Estrampes, tenía raigambre inglesa y lo sentía peligroso, mientras el parque correspondiente a la otra esquina en la calle Figueroa, era de espíritu francés, ordenado y más concurrido.
[18] Me imagino que una reacción similar tuvo mi tío Anatol Zuchowicz en Cuba, cuando sentado frente a la televisión vio un programa donde Lumar -la fábrica de zippers, construida por él, mi padre y otros socios, cuya maquinaria fue importada de los Estados Unidos-, el presentador la anunció como un nuevo “logro” de la “Revolución”. ¿A qué autoridad podría haberse dirigido él para denunciar semejante mentira? Verdadera adicción a la mentira ha sido una constante de la conducta de los hermanos Castro.
[19] James D. Baker, Ruston. From Dreams to Reality, Ruston Baker Educational Institution, EU. 2007, pp. 198, p. 32.
[20] Leví Marrero, Cuba: economía y sociedad, Tomo I, op.cit., p.81.
[21] ibid. Testimonios de Jerónimo de Zurita registrado en los Anales de la Corona de Aragón y de Andrés Bernáldez registrado en la Historia de los Reyes Católicos. Crónica inédita del siglo XV, editada por Miguel Lafuente y que aparece reproducida en el Tomo I, de Cuba: economía y sociedad, Leví Marrero.
[22] ibid.
[23] Ver de Leovigildo Ruiz, los cuatro Tomos (1959-1960-1961 y 1963) de Diario de una Traición, donde detalla, día por día, nombres y fechas, de los ejecutados, con juicio o sin juicio.
[24] En 1960, mi madre y su vecina, que se vieron dos noches seguidas, fueron advertidas por el conserje del edificio que el jefe del Comité de Defensa de la Revolución estaba averiguando si no serían conspiradoras. Les aconsejó que ya no se vieran más porque corrían el peligro de ser acusadas y dar a la cárcel, como empezó a suceder con muchos.
[25] Un estudio específico no ha sido posible hacerse al respecto ya que al comienzo, a los hebreos se les permitió traer alimento especial religioso como las cajas de matzá (pan ácimo) a cualquiera que se reconociera como hebreo.
[26] Título del poema profético escrito en 1942 por el gran poeta, dramaturgo, cuentista y novelista Virgilio Piñera (1912-1979). Cito un solo verso. “Nadie puede salir, la vida del embudo y encima la nata de la rabia”.
[27] Título de la película de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal, Cinta ganadora del Gran Premio del XII Festival Internacional de los Derechos Humanos de Estrasburgo, 1984.
[28] Ver entrevista de “Martha Frayde y los Derechos Humanos en Cuba”, por Nedda G. de Anhalt, Dile que pienso en ella, Ediciones La Otra Cuba, México, 1999, pp. 396, p. 81-111.
[29] Robert M. Levine, Tropical Diaspora op. cit., p. 267.
[30] Somos lo que hay, (2010, México, 99m), filme de Jorge Michel Grau.
[31] Esta aseveración la baso en el trabajo de Nancy Obejas, que escuché durante el Coloquio del Centro Cultural Cuba, celebrado en Nueva York el 4 de junio de 2005, al cuál fui también invitada. Mi ponencia: “Memorias compartidas. Mi historia mexicana como escritora cubana”.
[32] No dudo que las conversiones en Cuba sean hechas de buena fe, pero hay que tomar en consideración que el Consulado de Israel ha permanecido abierto en Cuba, lo cual permite una salida del país, vía Israel.