ADELA MICHA/ ENLAGRILLA.COM

Exigimos resultados a las autoridades, a los tres ordenes de gobierno, a policías municipales, estatales y federales, y lo exigimos porque sabemos de los altos índices de criminalidad, de cómo organizaciones delictivas controlan, nos dicen, municipios y entidades.

Y, sin embargo, cada vez que la policía captura a un capo de la droga o a un jefe de sicarios, no hay mayor reconocimiento de la sociedad porque, bueno, pues ese es su trabajo. Sin embargo, yo sí creo que debemos celebrar cuando las autoridades, luego de investigaciones que suponemos largas, complejas y minuciosas, detienen a un sujeto que, nos dicen, mató a 300 personas y ordenó ejecutar a otras 300.

A un verdadero asesino múltiple que todavía teatraliza sus advertencias de que, si no lo detenían, lo siguiente era matar al procurador de Justicia del Estado de México, Alfredo Castillo. Y que, aun ya preso, todavía vio cumplida su orden de ejecutar a la persona que apareció colgada en el puente de Huixquilucan. Como sociedad no podemos dejar de reconocer cuando las autoridades nos libran de un monstruo de ese tamaño. Óscar Osvaldo García Montoya, alias El compayito, jefe de sicarios de La Mano con Ojos, fue detenido el pasado 11 de agosto.

Se reconoció desde un principio que el operativo no era fácil y que su complejidad llevó a un grupo de la Policía Judicial del Estado de México al allanamiento de varias casas en Tlalpan, entre ellas la del poeta Efraín Bartolomé. Y este hecho por ningún motivo debe ser minimizado.

No podemos permitir que, en aras de capturar al más peligroso asesino, se violen las más elementales garantías individuales de los ciudadanos. No debemos tolerar que exista el llamado daño colateral, donde civiles, personas inocentes, familias en su casa, sufran atropello, sea de la autoridad que fuere.

La lucha contra la criminalidad ya ha costado muchas vidas, muchas de policías y altos mandos, secuestro de marinos y muerte de militares. Pero cualquier operativo que se realice debe considerar el respeto a los derechos humanos de quienes ya se ven amagados por la delincuencia.

No es sólo el susto o la pérdida de un reloj o de un abrecartas de plata, es que, además, ya han muerto varios.

Que la satisfacción por la captura de un criminal no se vea manchada por el trauma individual o colectivo de un allanamiento policial, que deriva en un abuso o en una violación a los derechos humanos. Porque lo de más, no es lo de menos. Y en eso estamos.