BECKY RUBINSTEIN F.

Una nota periodística procedente de Varsovia dice: “Fotos de 20 dibujos  y cuentos de hadas clandestinos realizados por los reclusos en los campamentos de exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial se exhiben en el museo de Auschwitz. Los dibujos muestran la suerte de los reclusos, escenas de la vida cotidiana en los campos y retratos de los habitantes.” (AP)

Por libre asociación,  la nota leída nos refiere a  No he visto mariposas por aquí, dibujos y poemas de los niños de Terezin, según  Anita Frankova, vivienda provisional  en su viaje hacia la muerte” de niños y niñas “a quienes no se permitió llegar a la edad adulta y que no tienen su propia tumba con un monumento real en alguna parte.”

Los niños de Terezin, aclara nuestra guía por  las páginas del texto testimonial, pintaban paisajes, calles de la ciudad, sus familias, flores y animales, juegos infantiles y escenas fantásticas.”

Y relataban, asimismo, historias infantiles  que, en otro contexto, nos orillarían  a la risa franca. Como el poema intitulado “El ratoncito” que transcribimos de principio a fin:

Un ratoncito sentado en la repisa

coge pulgas en su abrigo de piel

pero a ésta no la pudo agarrar,

se escondió bajo su piel

El ratoncito se agita sin descanso

esta pulga es un mal bicho.

II

Vino su papá

buscó en su abrigo

y zas, agarró la pulga

la cocinó en la olla.

El ratoncito llama al abuelo

“Ven tenemos pulga para la comida.”

 

El poema-cuento  -donde nada falta y nada sobra en su calidad de texto canónigo y cabal- no fue escrito por  algún moralista, como Lafontaine. Su autor, sin lugar, a dudas es un niño con hambre, quizá separado de su padre, de su abuelo –de un ambiente  normal y cotidiano- quizá enfermo de tifo por las ratas y las pulgas, y a las puertas de la muerte.

La anécdota  catártica, por demás ingenua, nos arrebata una sonrisa amarga, nos hiela el alma.

Me pregunto: ¿De qué hablarán los cuentos de hadas escritos en Auschwitz?    ¿Hablarán de brujas endemoniadas o de demonios  “comeniños”?   ¿De hornos donde cae la espantosa bruja, como en el cuento de Hansel y Gretel?

¿De perros  enseñados a morder y a destazar a los “malos” del cuento?  O acaso, como en los cuentos de hadas tradicionales, la princesa halla a su príncipe encantado y viven felices para siempre. ¿Acaso hay  un “para siempre” en los cuentos clandestinos  -y por demás heroicos- surgidos en la  inmundicia de un campo de exterminio?

La  enseñanza es una y simple: la criatura humana jamás deja de soñar y de ensoñar; de crear y recrearse. De imaginar y  expresarse…  De ser libre a través de la palabra. Dios creó el hombre con palabras, no hay duda alguna.