RAQUEL LEVY
EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Ya daban las cinco y cuarto de la tarde y el estudio de Julián seguía como usualmente estaba, repleto. El estrés iba aumentando segundo a segundo mientras él volteaba a ver las manecillas del reloj girar lentamente, parecía que el día nunca terminaría, pero tenía que continuar dibujando. El estudio era un lugar pequeño, había unas cuantas sillas viejas y despintadas, hojas de papel por todas partes y unos cuantos lienzos, lápices y carboncillos por las mesas. Las voces hacían un eco que retumbaba en los oídos de Julián y la gota de sudor sobre su frente cada vez se hacía más grande.

Por fin llegó con su último cliente, un señor un poco robusto, de un metro ochenta y seis probablemente, pelo negro con algunas canas sobresalidas alrededor de su calvicie, unas cejas muy gruesas, nariz ancha y caída, ojos chicos, casi cansados con parpados pesados y unos labios gruesos.

– ¿Me puede apuntar sus datos en este formulario por favor?– le pidió Julián con voz pastosa del cansancio.

El señor no contestó, tomo la pluma y apuntó su nombre junto con su dirección y otros datos. Julián lo guardó en el mismo lugar dónde guardaba todo habitualmente.
Al momento de pintarlo, a Julián le pareció curiosa su apariencia, a pesar de que sus ojos eran bastante pequeños tenía una mirada intensa, su rostro le pareció algo familiar, quizá eran sus facciones marcadas que poca gente tenía, o por lo menos así lo creyó él.

–Necesito agregar unos pocos detalles extras, ¿le molestaría regresar mañana, como por las dos de la tarde?

La persona detrás del caballete asintió y se retiro del cuarto sin decir palabra.
Julián, más cansado que de costumbre caminó a su baño escuchando el rechinido del piso con cada paso que daba, tenía una migraña bastante fuerte, tomó sus píldoras, se las metió a la boca y las tragó mientras abría la llave del agua y metía sus manos salpicándose de agua la cara. Eran pocos días como estos en los que Julián se metía a la cama tan cansado.

Eran ya las tres de la tarde y el último cliente del día anterior no había pasado por su retrato, Julián lo estaba esperando mientras se fumaba un puro frente a la chimenea, pero nunca llegó. El pintor no le dio tanta importancia, quizá se le olvidó, pensó, estaba demasiado ocupado, otro día vendrá.
Los días siguieron pasando igual de ocupados, la gente iba y venía, y Julián se tomaba algunos descansos para fumar su puro que disfrutaba mucho, se iba a uno que otro restaurante o simplemente dormía, lo cual necesitaba demasiado.

Eran muchos los días que salía a dar un paseo, y siempre era la misma rutina, acababa de pintar como a las seis o siete de la tarde tomaba su abrigo de lana que se encontraba en el perchero de la entrada porque era muy flojo como para colgarlo en su vestidor, así que simplemente lo dejaba ahí. Ahorro tiempo, decía él para justificarse, y salía.

Ya pasada una semana de que el cliente no había regresado por su retrato, Julián lo había olvidado por completo, terminó el trabajo y decidió salir por un paseo; esta vez, se tuvo que regresar a la mitad del camino pues había olvidado su abrigo. Lo que hizo diferente este suceso de los demás, no fue que olvidó el abrigo, sino que no estaba en el perchero, ni en el estudio, ni en el cuarto, ni siquiera en la sala. Estaba en la biblioteca donde usualmente guardaba los retratos, pero no recordaba haber ido allí últimamente excepto para dejar los retratos. No le dio demasiada importancia.

Era una tarde muy fría, la neblina cubría hasta las rodillas de Julián y el viento amenazaba con robarle su abrigo.

El sol ya se había escondido mientras que la luna estaba por salir, los faroles de luz alumbraban las aceras húmedas y se podía escuchar a lo lejos, algunos ruidos de coches impacientes por llegar a casa del trabajo.

Ya iba de regreso a casa cuando sintió que un trozo de papel se enredaba en su pie, cuando se agacho para ver que era se le hizo muy conocido. Lo levantó agarrándose la espalda con una mano y la hoja con el otro y se acercó lentamente a un poste de luz.

Era el retrato del hombre que nunca pasó por él, su cliente de hace una semana abandonó su retrato y ahora estaba tirado en el piso del parque. Era extraño, para que alguien tenga el retrato tenía que haber entrado a su casa. ¿Quién había entrado? ¿el cliente?, no tenía sentido, si lo quería, sólo tenía que haber pasado por él, ya lo había pagado. ¿Quién era ese señor?. Julián sintió su piel de punta cuando volteó el retrato y tenía la misma pregunta que se había hecho, escrita en carboncillo.

¿Quién soy?

No le dio tiempo ni de pensar, corrió hasta su casa tropezando con todo lo que había en el camino y jadeando constantemente por falta de aire y condición física.
Abrió la puerta de golpe, después de trabarse con su llave porque su mano estaba temblando. Se metió directamente a buscar en el archivo de clientes de la semana pasada, no encontraba un dato en específico, sólo una hoja llamó su atención.

¿Ya lo descubriste?

El cuerpo de Julián nunca había temblado tanto, sentía un miedo en su interior, junto con una adrenalina que todo el cansancio que había sufrido, se había esfumado por completo.

Sacó un papel del cajón y un bolígrafo y comenzó a apuntar los clientes de ese día; no tenía sentido, cómo iba a hallar a cada uno de ellos, eran demasiados. Así que acortó la lista a los clientes que fueron de cinco a siete, este cliente había sido el último, pero los papeles se pudieron mezclar. La lista se redujo:
Joaquín Ramírez, 55256734
Ramón Pérez, 52436745
Fredelle Villanueva, 34679834
Ignacio Gámez, 54679832
Sara Tristán, 54632788

Pensó en hablar e interrogar a cada uno de ellos, pero no sabía que les iba a decir, o qué preguntarles, él no era un detective. Comenzó con el primero. Fue por el teléfono lentamente y marcó dígito por dígito con cuidado. El tono sonó cuatro veces y después se escuchó una voz femenina.

–¿Diga?
–humm, ¿Se encuentra el señor Ramírez?–preguntó nerviosamente Julián
–un minuto por favor– pidió amablemente la voz femenina y después se escuchó un grito en la distancia– Joaquín, te hablan… ¿Quién es?… no lo sé. –Se escuchó una pausa y después la voz femenina de nuevo.– ¿De parte de quién es? Perdón.
–Del dibujante Julián Mendoza.
–¿Diga?– se escuchó una voz masculina
–Disculpe la molestia señor, le dibuje un retrato hace una semana y quería saber si ya había pasado por él.
–Si, pasé al otro día– se escuchó cortante Joaquín
–Bueno, muchas gracias, y perdón por la molestia.
Y así la línea estaba muerta.

Sucedieron todas las llamadas y al parecer todos habían pasado por su retrato. El cansancio le había regresado y Julián decidió ir a la cama, al día siguiente lo solucionaría; cerró la puerta con doble seguridad y su cuarto con botón, cosa que nunca hacía pues vivía solo.

Sonó el retumbante sonido de la alarma cuando el pintor la apagaba perezosamente y se paraba a asearse.
Se dirigió a la cocina para su usual desayuno de avena con fresas y tomó el periódico de la entrada que lo esperaba todas las mañanas. Se puso a leer el diario mientras se calentaba la avena en el microondas y un anunció le recordó lo sucedido del día anterior.

Detective privado: David de la Vega
55243960
Te hace el trabajo sucio sin que te ensucies las manos.

Decidió hacer el intento y marcó los números lentamente por si decidía arrepentirse en el transcurso. No hubo respuesta alguna. Lo volvió a intentar, nada.

Tres llamadas más tardes se escuchó una voz ronca y perezosa.
–Detective de la Vega, ¿En qué puedo servirle?
–Si, humm me preguntaba… ¿usted puede investigar sobre un criminal del cual no sé nada más que su retrato?– habló nerviosamente Julián, le temblaba la voz.
–¿cómo? Su imagen… ¿se refiere?
–si, si, esteeee… lo pinte y no sé quién es, verá yo soy un dibujante y…
–No me interesa, envíeme su retrato a la calle 53 número 5B y eso es todo, con su dirección, le llegará un sobre amarillo con información del lugar a los que asistió y algunas fotos si le interesa. Un sobre a la semana. Puede ir decidiendo cuantas semanas según el tiempo siga y lo mucho que sepa sobre él. Le verifico información total sobre la persona. – Lo interrumpió firmemente el detective.
–Muchas gracias, se lo mando de inmediato– Contestó Julián y colgó.

La siguiente semana transcurrió sin la aparición del hombre misteriosa pero Julián no podía contener su nerviosismo. Pocas veces salía de su apartamento pero lo hacía, iba al café de vez en cuando a desayunar, pasaba a la sandwichería cuando no había tanta gente en su estudio, o simplemente iba a caminar, pero al parque nunca regresó.
Era un miércoles por la tarde cuando salió a la sandwichería de la calle de enfrente, tomo su abrigo y metió sus manos a los bolsillos, encontró una nota.

Estoy más cerca de lo que crees.

La nota lo puso más ansioso todavía y apuró el paso, no corrió totalmente, pues los pies le dolían con esos zapatos. Volteando a ver a ambos lados recorrió todo el camino esperando llegar a un enfrentamiento, no que estaba feliz de hacerlo pero sabía que era una posibilidad. Ya quería que fuera viernes para que le llegue el informe del detective, quizá era pura farsa pero lo tenía que averiguar.

Por fin llegó el día viernes y Julián se despertó exaltado, eran pocas veces las que sucedía esto. Se metió a darse una ducha, desayunó avena con leche entera y cerró el estudio a pesar de que los viernes eran los días cuando más clientes habían. Se sentó a fumar su puro todo el día frente a la chimenea apagada, no tenía leña y no pensaba salir a conseguir.

Después de seis horas de no hacer nada, Julián decidió ir al estudio a trabajar en retratos viejos que tenía que entregar pero no se podía concentrar en nada así que se quedó escuchando el silencio que lo rodeaba, el ruido de fuera de su casa y sintiendo el ambiente acogedor de su estudio que tanto le gustaba.

Saltó un poco en su silla cuando escuchó el sonido del timbre, caminó nerviosamente hasta la puerta y miro por el ojillo de la puerta, no había nadie. Abrió y se encontraba un sobre amarillo a sus pies, con su nombre.

Rompió todo el sobre pues no lo podía abrir de otra manera. Se encontraban tres hojas y unas fotos.

En la primera hoja decía los datos de David de la Vega, en la segunda estaba un diario de los lugares a dónde había ido el señor misterioso.

Lunes: Sandwichería 4:00 p.m
Martes: Calle 42 7:00 p.m
Miercoles: Sandwichería 11:25 a.m
Jueves: Café de calle 46 10:52 a.m

Este hombre había estado siguiendo a Julián, a donde quiera que él hubiera ido. El hombre estaba escondido atrás de el, ¿pretendía hacerle algún daño?, ¿Por qué lo seguía? El pintor decidió no volver a salir e iba a llamar a la policía de inmediato cuando se le cayere ron todas las hojas del sobre y se agacho a levantarlas. En realidad se sentó a hojearlas un poco más, eran datos de que hizo en los lugares y había hecho exactamente lo mismo que él.

Estaba la foto del señor junto con el retrato que le había mandado. A Julián le comenzaron a sudar las palmas de las manos y le punzaba la cabeza más fuerte como cuando tenía migraña. Había pasado algo por alto cuando hizo el retrato. La cara se le hacía muy familiar, quizá demasiado familiar; caminó hasta el baño lentamente deteniéndose la cabeza para que le deje de pulsar tan fuerte y abrió la llave del lavabo, salpicándose agua sobre la cara mientras respiraba lentamente. Cuando levantó la cabeza al espejo, vio lo que nunca se imaginó.

Su retrato.