*VICENTE DÍAZ DE VILLEGAS/LA GACETA

La reciente cumbre anual entre los mandatarios de Afganistán, Pakistán e Irán nos recuerda sucesos que parece que ya no nos afectan, como el 11-S y el 11-M. Entretenidos en intereses aldeanos locales, nos olvidamos de que vivimos, para bien y para mal, en una aldea global con peligros, riesgos y amenazas multidireccionales. Entre tanto, Irán sigue su camino y sondea la unidad europea a través de los embajadores de países europeos en Teherán.

La corta memoria nos hace olvidar una serie de acontecimientos, como los 241 americanos y 58 franceses muertos en Líbano en octubre de 1983 y en la guerra de Argelia, en los peores ataques sufridos desde la II Guerra Mundial.

Se han cumplido 10 años del ataque del 11-S contra Estados Unidos en 2001, demostrando, como con lo ocurrido en 1983, que nadie es invulnerable. Durante estos 10 años la estrategia de Afganistán ha sufrido grandes cambios, pasando de una respuesta contundente y expulsión de un régimen criminal como primer objetivo, a reconstruir un Estado. Entre tanto, la guerra de Irak creó un segundo frente que restó capacidades de combate para Afganistán, debilitando la situación y distrayendo inteligencia y voluntad para prestar más atención a Irán.

Ahora, cuando se empezaban a ver resultados positivos en Afganistán, lejos de explotar el éxito hacemos las maletas y nos vamos. El mensaje para Afganistán y para ciertos líderes está claro: falta perseverancia y el corolario es no fiarse porque “van a su bola” y nos dejarán en la estacada.

El enriquecimiento de uranio y las más de 9.000 centrifugadoras junto a un discurso desafiante de un régimen totalitario tienen un recorrido corto. La ventana de decisión para Occidente viene reduciéndose debido al estado de desarrollo de la bomba y al estado de protección de sus instalaciones. Pero, al mismo tiempo, una acción quirúrgica necesita, para tener éxito y para evitar al máximo daños colaterales, de una inteligencia de objetivos muy precisa y también, por parte de los países intervinientes, de un proyecto especial de acumulación de municiones inteligentes y una fuerza adicional de respuesta rápida.

Por parte de Irán se pueden esperar respuestas sobre objetivos blandos civiles occidentales –sobre todo en Israel– y sobre las fuerzas occidentales en Afganistán que pueden ser consideradas como una amenaza desde el Este.

Irán ya ha desarrollado autónomamente una capacidad de enriquecimiento y siempre conservará el know-how como potencia nuclear. Pero el desarrollo de la bomba una vez alcanzado, dada la inestabilidad de la zona, el terrorismo islamista y la proliferación de regímenes radicales, multiplica los riesgos ante lo que puede convertirse en un holocausto nuclear.

Cualquier embargo, como el actual, es una decisión que se tarda en tomar y suele afectar a las clases menos favorecidas (recordemos la colección de coches del hijo de Sadam y las imágenes de falta de suero en hospitales de Irak). Recordemos también lo rápidamente que se encuentran vías para burlarlo, como el caso del hijo de Kofi Annan. Ante el embargo la oposición intelectual patrióticamente cierra filas con el Gobierno.

La amenaza iraní de cerrar el estrecho de Ormuz, que también le afectaría, es fundamentalmente para consumo interno del orgullo nacional iraní, pues la flota iraní ante la OTAN, incluyendo los portaviones americanos, puede durar muy poco. Trata de ser un chaff, leurre, o engaño para distraer la especial atención de la energía cinética dedicada a los centros nucleares.

La decisión no es fácil. Las guerras no son populares y menos en países desarrollados y con un pensamiento más libre. Tampoco son populares las grandes cirugías en las que se obliga al enfermo a firmar que sabe que hay riesgos. Pero en el estudio técnico de riesgos y capacidades para asumirlos aparece un factor inhibidor o perturbador: se trata de los procesos electorales en Estados Unidos y demás países europeos. Además, a la vista de lo ocurrido en Siria y dados sus intereses en Irán, Rusia y China vetarían probablemente en la ONU sanciones más duras o una acción militar.

Mientras se agotan las negociaciones diplomáticas y se duda en la decisión, otra parte del mundo observa cuál es la fórmula que se adopta para, en función de esa didáctica disuasoria, valorar sus próximos envites.

Está presente la yihad –con minúscula–, política y violenta de líderes fanáticos, que exportan la universalidad mientras permiten diferencias y fronteras entre países musulmanes, olvidando la espiritualidad de la auténtica Yihad y manipulando los sentimientos de pobreza y fracaso de sus sociedades.

El mensaje ha de ser rápido, claro y contundente pero, sobre todo, de ejemplo y unidad. La falta de unidad occidental dejó un margen de esperanza a Sadam y llevó a la guerra de Irak.

La falta de decisión o de unidad permite crecer un cáncer real que nos va a afectar más pronto que tarde.

*Vicente Díaz de Villegas y Herrería es general del Ejército.