ESTHER SHABOT

En México hemos presenciado ya el primer debate entre los candidatos a la presidencia y no han faltado, entre los múltiples y variados comentarios a él, las comparaciones con el debate reciente entre Sarkozy y Hollande en Francia, o con los ya tradicionales debates entre los competidores a ocupar la Casa Blanca. Pero esta práctica, característica de sistemas políticos occidentales donde existe una trayectoria previa de usos democráticos, ha sido obviamente inexistente en las naciones dominadas por regímenes autoritarios donde los gobernantes se perpetúan en el poder a lo largo de décadas enteras. Es por eso que la celebración de un debate televisado entre candidatos presidenciales en Egipto hace algunos días introduce una verdadera novedad no sólo en ese país, sino en el entorno más amplio del mundo árabe.

En efecto, el derrocamiento de Mubárak en febrero del 2011 luego de 30 años en el poder y la programación de elecciones presidenciales para el 24 y 25 de mayo próximos, propiciaron la organización de un debate entre los dos principales contendientes, el general Amr Musa, ex secretario general de la Liga Árabe, y el islamista Abdel Moneim Aboul Fotouh. Por supuesto, son muchas las críticas que se han hecho a este debate, críticas que aciertan al señalar un buen número de deficiencias. A pesar de que hay una decena más de candidatos en la pugna electoral, sólo dos, los que cuentan con mayor popularidad, protagonizaron el duelo verbal; el canal de televisión que transmitió el evento no fue un canal abierto que llegara a la mayoría de los egipcios sino uno privado y con alcances limitados en cuanto a su público; consecuentemente, las encuestas sobre las preferencias realizadas en el post-debate y los comentarios en las redes sociales al respecto arrojaron resultados que no pueden ser representativos de lo que ocurrirá en las urnas en la medida en que sólo una proporción modesta del electorado presenció el debate.

Aún así, y con las justificadas quejas de algunos observadores sobre la omisión de temas clave en las presentaciones de los dos candidatos, no cabe duda que se trató de un ejercicio positivo, una primera semilla de prácticas opuestas al autoritarismo vertical que ha prevalecido en Egipto a lo largo de toda su vida como nación independiente. En 2005, por ejemplo, el político egipcio Ayman Nour, quien pretendió competir contra Mubárak por la silla presidencial, solicitó la celebración de un debate público con el veterano presidente para contrastar proyectos. El resultado de tal “osadía” le costó a Nour ser remitido a prisión bajo el cargo de haber “insultado” a la investidura presidencial por medio de tal solicitud.

Las turbulencias que aún azotan al escenario político y social egipcio siguen siendo, no obstante, demasiado intensas como para pronosticar que la ruta hacia una mayor democracia se está consolidando. Son muchos los elementos que actúan en sentido contrario debido al arraigo en la región de formas de gobierno estrictamente verticales y autoritarias. Las élites castrenses, lo mismo que las corrientes islamistas que han ganado terreno de manera extraordinaria a partir de la dinámica desatada por la “primavera árabe” son altamente proclives a tratar de imponer de nueva cuenta estructuras de poder que bajo distinta apariencia, conserven sin embargo la esencia dictatorial como su eje básico de funcionamiento. El debate entre Musa y Aboul Fotouh puede ser apreciado, por tanto, como una novedad por medio de la cual los egipcios recibieron una pequeña probada de prácticas democráticas, pero está por verse si esto tiene continuidad o se queda simplemente en los anales del registro histórico como un ejercicio efímero que si bien fue inspirador por un momento, fue incapaz de influir y conducir hacia un cambio real en beneficio de la libertad y desarrollo del pueblo egipcio.