RAQUEL SCHLOSSER STAVCHANSKY

El abrazo paradójico

Mi inquietud profesional sobre las consecuencias transgeneracionales de la violencia social y política se exacerbaron en 1999. En Nueva York asistí a un seminario terapéutico. Una mujer que llamaré S llevaba más de quince operaciones, su vida siempre se encontraba en el límite. Habíamos compartido momentos muy agradables durante los recesos. Una mujer dulce de ojos azules de cielo triste. Cuando tomó turno para trabajar, me sorprendió saber que se trata de la hija de un nazi de alto rango, médico, y de las atrocidades que había cometido convencido y sin piedad. Pareciera que S, a pesar de ser inocente, hospedaba en su cuerpo el dolor infringido por su padre a las víctimas. Ella se mantenía con vida solo gracias a la ciencia.

Salí del salón. Enmudecí. Caminé sin rumbo fijo. No sé cuánto tiempo pasó. Llegué al barrio judío, al lado este. Allí vivó mi padre cuando llegó como refugiado. Era el primer encuentro con la otra cara de la historia. Había compartido tiempo y sonrisas con la hija de un nazi. Preferí no compartir con S la información de mi familia. Era la primera vez que se atrevía a hablar públicamente del pasado familiar que la avergonzaba hasta los huesos.

Al siguiente día, traté mis tristezas inexplicables que llegaban y se iban como olas, de tiempo y profundidad cambiante. No podía disfrutar, ni parar de trabajar, y me sentía encarcelada. Comprendí que eran memorias de los campos de exterminio donde mi familia paterna había sido asesinada. Entendí que se trataba de una metáfora del Holocausto y de duelos sin lápida. Mis síntomas hablaban por mi abuela Raquel, Moishe mi abuelo; mis tías Jaya, Feigue y Leah enviadas a un campo de exterminio; mi tío Yankel muerto con el ejército ruso del cual nunca recuperaron más que suposiciones respecto de su suerte, y Chill de quien sobrevivió el cuerpo, no así su mente que nunca abandonó la guerra. Hice el Kadish (rezo judío por los muertos) en mi corazón. S estaba presente. La gente no respiraba, el tiempo estaba suspendido, esperando.

Nos miramos. Silencio de infinitos. En estado casi hipnótico frente a las miradas conmovidas, nuestros cuerpos se acercaron lentamente en un abrazo. Recuerdo lágrimas resbalando por nuestros rostros en un hilo trenzado. Ese abrazo marco mi existencia. Las palabras de mi padre nos cobijaban “No se puede vivir con odio, si lo haces estas muerto”. Comenzaron a separarse por primera vez palabras que funcionaban como sinónimos: alemanes y nazis. Nueva York, además fue el lugar donde mi padre conoció la libertad por primera vez; allí se casó con mi madre que trabajaba para ayudarse, apoyada por su familia paterna que emigró de Ucrania.

Ni esta ni ninguna niña alemana era responsable de las decisiones de sus padres o abuelos. Nosotros, la segunda generación, tenemos la sombra de la melancolía desgarrada de esa guerra en los hogares. Me pregunté, cuándo terminará la guerra.

Experiencia profesional con el tema de víctimas y de victimarios

El tema de víctimas y victimarios comenzó a llegar a mi consulta. En México, Alemania, Israel, Nicaragua, Argentina, España, Sudáfrica entre otros, parientes de sobrevivientes, hijos y nietos de nazis, mujeres cuyas madres o abuelas estuvieron en la resistencia, palestinos, llegaban a pedir ayuda.

No fue sencillo para mí. Cada vez realicé una ceremonia sagrada. Le pedía a la sangre de mis muertos permiso. En su nombre trabajé. Yo sabía que mis abuelas judías hubieran hecho cualquier cosa por salvar hijos.

Después de cada caso que atendí, hacia más conciencia sobre el hecho que de generación en generación, las consecuencias transgeneracionales de la violencia se manifiestan.

Mi compasión se abrió a la comprensión del cruce entre lo social y lo familiar. Compartiré algunos casos protegiendo su identidad. A mi consulta llegaron personas cuyo dolor profundo tenía su origen en esa intersección.

• Atendí a una mujer que arrastraba, a pesar de su éxito profesional, una soledad profunda; descubrimos que estaba ligada a la historia familiar de campos de exterminio, de los cuales se salvó una pequeñísima parte de la familia que había emigrado antes de la guerra. En los testimonios que pedí a los participantes del grupo inmediatamente después de terminar su trabajo terapéutico, fue impactante leer las coincidencias entre ellos.

Todas sus narraciones fueron de víctimas del mismo crematorio. El artículo sobre este caso fue publicado en revistas especializadas en Inglaterra, Alemania y México.

• Una mamá desesperada consultó por los intentos de suicidio de su hija de 17 años. Nieta de un “alemán” que después de la guerra se fue a Chiapas, compró tierras y cultivó café. La negación la acompañaba y leal al silencio nunca habló con el padre sobre la guerra. No obstante los síntomas de su hija parecían gritar la historia oculta. El secreto se imponía por encima de la razón. La consultante afirmaba que se trataba de un estereotipo el pensar que su padre era nazi. El trabajo terapéutico y la información que emergió apuntaban hacia otro lado.

• Otra mujer me consultó para tratar los conflictos con su madre. En la entrevista me informó que recientemente había descubierto papeles que evidenciaban que el padre cambió su identidad y el apellido original. Médico alemán, salió a Chile después de la guerra con un pasaporte falso otorgado por el Vaticano. Nunca se tomó una fotografía, ni siquiera en la boda de sus hijos, ni firmó ningún papel, ni cuenta bancaria. La consultante era hija de este maravilloso médico (como ella se refería a su padre). Ella estaba medicada por depresiones, y sus dos hijos adolescentes, ya habían tenido intentos de suicidio. El cuerpo sabio de su joven hija expresaba su deseo de vivir al haberla sentado en una silla de ruedas con esclerosis múltiple (esa es mi hipótesis).

Acompañada permanentemente y sin fuerzas, no tenía posibilidades de tratar de lanzarse por la ventana de nuevo. La lealtad inconsciente al secreto de su padre era tan grande, que con insistencia desviaba el tema a los conflictos con su madre, quien fue cómplice en los ocultamientos del padre, así como la consultante, inconscientemente lo era. No regresó. Pedí a mis abuelas judías bendiciones para los hijos inocentes de esta mujer y luz a su ceguera histórica.

• En Israel atendí a una mujer que tenía migrañas atípicas. Subían de un momento a otro y no podían pararlas más que hospitalizándola. Su migraña había comenzado en la infancia y la cualidad extraña que tenía es que escuchaba ruidos estruendosos. Con las preguntas de exploración sobre trauma transgeneracional, y el trabajo que realicé, encontramos memorias psicohistóricas activas del kristal nacht “La noche de los cristales rotos”. Su padre a los seis años vivió la destrucción de la botica sobre la cual vivían. Entre los estruendos huyeron y llegaron a Palestina. Mi hipótesis era que en su cuerpo se hospedó el pasado vivido por el padre y los abuelos y así lo demostró el trabajo. Vergonzosa noche para quienes perpetraron. El padre jamás volvió a viajar.

• Llegó un hombre que necesitaba ayuda. Odiaba a su padre que hacía tiempo había muerto y no quería continuar con ese sentimiento. Era el menor de nueve hermanos; vivían en los territorios, en Israel. El padre había decidido sacrificar como bomba viviente a su primer hijo, que era el que se ocupaba de él y sus hermanos. El duelo por ese joven no se había cerrado. El consultante sentía rencor contra su padre. Se había dado cuenta que el asesino de su hermano fue su padre, y su hermano era asesino de otros niños. Es imposible que un hijo tenga confianza en un padre que pone su ideología por encima de la vida de su propio hijo. El padre mató el alma de la familia.

Mi respiración estaba entrecortada, y tardo mucho en restablecerse. Sudé frio durante toda la sesión. Este es uno de los muchos momentos en que recuerdo haberme cuestionado el camino de mi carrera. Ese día me hubiera gustado tener un huerto y bajar manzanas de un árbol. Lo que me devolvió la fuerza sobre el destino profesional que elegí, fue que pudo tomar la vida que el padre le dio, y le devolvió la responsabilidad sobre las decisiones que tomó, que destrozaron su propia familia. Era un bálsamo a mis lágrimas saber que alguien más se llevaba conciencia sobre cultura profunda de paz. No pude dormir esa noche y me pregunte una y otra vez, cuándo terminan las guerras.

Visita a auschwitz (minúscula intencional)

En 2001 de cara a la invitación para asistir a un congreso a Alemania, mi cuerpo sintió reacciones físicas desconocidas. La posibilidad de pisar suelo alemán había activado memorias inconscientes familiares y el trauma social gritaba. Quise cancelar. Me sobrepuse al miedo y le pedí a mi padre que fuéramos a auschwitz a recorrer el camino de sus muertos. “Prepara el viaje”. Cuando mi nena de 7 años entonces me preguntó “vas a regresar de ese viaje mamá”. Yo me cuestioné si el miedo le había alcanzado a ella también. Viajé con la dignidad de nuestra familia, por encima del temor.

Mi padre, su esposa y yo fuimos a Lodz y al campo de exterminio de buchenwald-auschwitz 2. Me desvanecí. Arrastré los pies. Dejé las botas que pisaron tierra maldita. Viaje de silencios fue el camino de Polonia a Wurzburg. Mi padre me acompañó al congreso donde narré mi experiencia clínica con consultantes hijos de sobrevivientes judíos e hijos de nazis. Mi voz se cortó al compartir la experiencia del campo de exterminio de los días anteriores. Cuando supieron que mi padre se encontraba entre el público, los aplausos se sustituyeron por un espontáneo, largo, sentido y respetuoso minuto de silencio de pie.

El artículo fue publicado en alemán en un libro de compilación sobre escritos relacionados con cultura de paz. Varias de las fotografías del libro de “Mi Zeide” son de este viaje.

MI ZEIDE ES HISTORIA: Honrar la memoria histórica

Lo anterior fueron fuentes de enseñanza e inspiración para escribir el libro. Comprendí que lo que causa dolor se vuelve innombrable y se transforma en impensable. Después, la memoria colectiva se hace cargo de buscar a sus voceros para que no se olvide y grabarlo en blanco y negro para que trascienda en tinta. El nacimiento de un libro queda siempre acunado en los brazos de quien lo escribe

Hoy, la memoria histórica halló su forma en este libro de testimonio para niñas y niños que late con la esperanza en mundo más seguro. Lo que se nombra, existe. Lo que existe, se puede ver. Al incluir conceptos en el lenguaje, estos cobran vida. El libro pretende ser un testimonio vivo de un sobreviviente del campo de exterminio de auschwitz, quien deja ver los sentimientos de orfandad, de patria y de familia.

En paralelo se entretejen tres conceptos fundamentales para enriquecer el vocabulario infantil sobre derechos humanos:
• la deconstrucción del prejuicio,
• el significado de la discriminación y el racismo, y
• las consecuencias transgeneracionales de la violencia política.

El título se enfrentó a una prueba interesante. Los diseñadores gráficos, Azul Morris y Urs Graf, editores y colegas me preguntaban:
-¿Qué es Zeide?
-Abuelo en Yiddish – les respondía
-¿Qué es Yiddish?
-La lengua que …….

Comprendí que uno de los objetivos se cumplió en el nombre del libro. La lengua de Sholem Aleijem está viva nuevamente. El yiddish existe en este libro porque es la esencia de la historia de las comunidades europeas. El idioma que trataron de callar los nazis, habla desde la portada. El Zeide Salomón, es ahora Zeide de muchos, va a trascender.

El susurro del tatuaje

La conversación sobre el tema con mi padre inició solo cuando llegó a México la película “La decisión de Sophie” en 1982. No pudo dormir después de verla. El silencio sobre el número tatuado estaba por romperse. En la escuela aprendí el significado histórico e inhumano de ese número pero de boca de él solo hasta ese momento.
-No estoy de acuerdo con la segunda decisión de Sophie. – me dijo
Yo recordaba solo una terrible: un nazi la hizo decidir a cuál de los dos hijos matar. Ella entregó a su hija más pequeña. El niño después murió.
–Hizo una segunda. Ella decidió quitarse la vida- me dijo mi padre.
Me congelé.
-Mientras hay vida hay esperanza.
Me atreví entonces a preguntarle crudamente
-¿Y con tanto sufrimiento por qué no te mataste?
-Yo siempre quería vivir un día más y así vivo hasta ahora, un día más cada día. Quería transmitirle a la siguiente generación lo que había pasado. (Ahora sé que yo iba a ser su portavoz) ¿Quién iba a creer que habíamos vivido en el infierno?

Así se empezó a escribir el libro en mi pluma, mientras mi carrera profesional me guiaba por los caminos sinuosos de la psique y la tinta esperaba el momento de parir las letras.

“Mi Zeide es historia” es una conversación con mi padre Salomón Schlosser, sobreviviente del Holocausto, y Daniela Bassini Schlosser, mi hija y su nieta de 7 años entonces. Se escribió con la esperanza de promover cultura de paz en pequeños de diversas religiones, países, color de piel, nivel educativo. Es también para adultos que desean dar a sus hijos o alumnos una visión crítica de la historia, y abrir el diálogo constructivo para aprender del pasado. Se educa sobre tolerancia a través de un testimonio de vida, que da información profunda sobre el nazismo.

Cientos y miles de almas esperaron turno para subir al cielo. Recordar, en este contexto, significa no olvidar una época marcada por la maldad, y transformarla en enseñanza para preservar la dignidad humana, la compasión y profundizar en la conciencia. Este libro honra el sollozo de las cenizas sin tumba, para que no se repita “Nunca Jamás” contra ningún pueblo.

Don Salomón muestra como él y este pueblo reconstruyen la vida después de habitar dentro de los borrados derechos humanos. Su sobrevivencia en un campo de exterminio, la postguerra, su orfandad y migración a un mundo libre, la formación de una familia, el matrimonio con su segunda mujer, el trabajo honrado y su filosofía de vida, dan fe de la capacidad de recuperación que el ser humano puede alcanzar, y del deseo de supervivencia y no únicamente sobrevivencia, a partir de recordar sin odio.

La aplicación social del libro con grupo en México

Estos antecedentes profesionales, mi historia familiar, haberme casado y hecho mamá en 1995, labraron el camino. He utilizado el libro en distintas experiencias profesionales. Comparto algunas para labrar el camino de su posible aplicación en contextos diversos.

Guerrero con sobrevivientes de la guerrilla

Trabajé con víctimas de la guerra sucia, pobladores de Atoyac en la sierra. Muchos de ellos vieron como torturaban a sus hijos, a sus mujeres. Además el campo traumático de la pobreza los tenía enfermos, desnutridos. Nuestras diferencias resaltaban: el color de piel, origen urbano, apellido complicado, todo “aparentemente”. Sus historias doblaron mi cuerpo de dolor. Paré. Tenía que encontrar una intersección para el diálogo. Les pedí que escucharan la historia de mi familia. La mayoría de ellos dejó de mirarme con recelo. Comprendimos juntos qué nos unía. Trabajamos para hallar sus recursos, cerrar sus duelos de décadas y dejar a sus muertos descansar. Le mandaron saludos a mi padre. Me pidieron libros para que ellos desde un lugar constructivo, narraran su historia y así honrar la memoria de sus desaparecidos.

Sonora

Trabajé con migrantes ilegales que están en espera de pasar la frontera, y con los deportados. Se encuentran varados en tierra de nadie. No pueden moverse de vuelta, ni pasar hasta que encuentran las condiciones. Tampoco tienen con quien regresar o los medios para hacerlo. La sola narración de esta experiencia merece un artículo completo. Me presenté en la casa que les da abrigo y protege gracias a un contacto local. Ofrecí los servicios gratuitos en las instalaciones de la Universidad de Sonora (que había ofrecido su espacio en la Maestría de Medicina Social) para atenderles de sus pérdidas añejadas y preparase internamente para emprender su proyecto. De nueva cuenta, todo nos separaba hasta que conté la historia de mi padre y la migración de mis abuelos maternos a México. Yo era producto de ese esfuerzo. Les platiqué del libro. Los que querían cruzar la frontera para buscar mejores opciones de vida para su familia aceptaron la invitación. Tuve el privilegio de atender a más de quince. Me pidieron ejemplares para leer y compartir.

Indígenas Purépechas

En la zona Purépecha una líder indígena también lo llevó a su comunidad para trabajar en las escuelas primarias.

Anécdota familiar

Ante mi propuesta de comer en un restaurante, mi esposo reaccionó enojado. De ese lugar habían mandado un mensaje masivo que decía: necesitamos otro auschwitz.

Compartí con él y nuestra hija de 10 años entonces mi punto de vista. Yo no tenía por qué creer todo lo que cualquiera escribe, especialmente si se trata del internet, donde los cobardes pueden atrincherarse sin dar la cara. A nuestro pueblo lo difamaron y crearon mentiras que la gente no comprobó o cuestionó. Yo le otorgaría el beneficio de la duda. Me mostró el mensaje que estaba grabado en los aparatos electrónicos que traíamos. Mi plan, les dije, era llevar la nota de consumo al dueño junto con el libro de mi padre, para que de frente me enseñara lo que sacan desde su empresa y lo justificara.

Cuando terminamos de cenar y aun seguíamos discutiendo sobre nuestros diferentes puntos de vista, se acercó muy amablemente un hombre mayor, que muy pronto supimos que se trataba del dueño. Daniela nuestra hija, y mi esposo estaban a la expectativa de mi reacción, para ellos impredecible. Tengo tres testigos de que esta historia es verídica, pero solo podrán confirmarla con dos, porque la identidad laboral y personal de este hombre la mantendré secreta para preservar su dignidad.

Inicié la conversación, y mi esposo que tiene una amplísima cultura comentó sobre el origen extranjero del apellido del Sr X y el genocidio que en su país de origen se había perpetrado. Él contó su historia relacionada con éste. Fue ese el momento en el que yo le dije “Tenemos mucho en común, los dos venimos de genocidios, solo que yo soy hija de un sobreviviente de auschwitz”. El rostro se le desintegró. Con voz quebrada me pregunto si sabía del mail que había circulado. Yo deseaba escuchar su versión, por lo que mi respuesta fue negativa. Con la cabeza baja nos contó que un diseñador gráfico joven que trabajaba en la compañía, uso las máquinas y la dirección de correo de la empresa para retransmitir un mensaje ofensivo a la comunidad judía. Contó sobre la huida de su familia y su solidaridad con el pueblo judío. Le comenté que ese joven tenía que responder por lo que había hecho, utilizando la infraestructura laboral para mandar mensajes discriminatorios en tiempo y equipo de oficina. Me pidió consejo. Le sugerí que escribiera una carta explicando a la comunidad que sucedió y quien era él, que la dirigiera a Tribuna Israelita. Ellos le orientarían. Yo confío plenamente en nuestras instituciones comunitarias.

Nos despedimos. Fue una gran enseñanza para nuestra hija. No dejarse manipular por mensajes del anonimato, sin firma y sin responsable, y dar la oportunidad de escuchar al Otro.

Días después regresamos al lugar. Nunca pensé encontrarme de nuevo al dueño, que me abordó apenas entramos y me llevó a una mesa, feliz de que hubiese regresado porque no tenía mis datos y deseaba mi opinión sobre la carta que había escrito para la comunidad.

Una semana después recibimos un e-mail general de Tribuna, avisando que el mensaje antisemita había sido hecho por un hacker y que la empresa no estaba involucrada.

ESPERANZAS
Por un mundo más seguro

La primera edición del libro fue en 2004 por el Instituto de Estudios Transgeneracionales y el IBH. En 2007 el libro fue publicado por Herder, una editorial alemana muy acreditada. Su director Jan Cornelius, alemán, decidió contribuir a la toma de responsabilidad y memoria. Gerardo Galicia de Editorial Euroméxico estaba en búsqueda de libros en la Feria del Libro de Guadalajara en 2010 y lo compró en el espacio de Tribuna Israelita. A través de Renee Shabot y sus colaboradores, con su profesionalismo y eficiencia, le dieron mis datos a Euroméxico. Cada eslabón de la cadena merece su lugar.

Euroméxico, metió a concursar el libro para el Programa Nacional de Lectura contra 10,000 libros. Salió Mi Zeide seleccionado entre los cien. Fue además del que más ejemplares pidieron los estados. La Secretaría de Educación Pública comparte ahora nuestra modesta colaboración a la memoria histórica. En sus brazos viaja a las aulas de las primarias de pueblos y ciudades nuestra historia, y la compartida esperanza por un mundo más seguro. Las aulas de tercero de primaria lo tendrán en su biblioteca, y cada grupo que pase por esas aulas, año con año, lo podrá leer.

Las consecuencias transgeneracionales de la violencia son inmensurables. Tenemos que buscar formas creativas y de colaboración para no llevar más hijos a la guerra, porque la guerra se hospeda en nuestra cama, en nuestro cuerpo o entre los seres que amamos. Sus efectos lastiman generación tras generación. En la guerra no hay ganadores.

Olvidar, es estar frente al riesgo de repetir.
¿Cómo recordar para hacer un servicio al futuro de la humanidad?
Es el reto.
Me sigo preguntando:
¿Cuándo termina esta guerra?
Para los militares, cuando regresaron las tropas
Para los políticos, con la firma de tratados de paz
Para los derechos humanos, con la creación de nuevas leyes
Para las familias rotas…….. ¡¿Cuándo?!

Nuestra responsabilidad es con la vida y con la continuidad. Una continuidad amorosa, productiva, respetuosa, compasiva, floreciente, y sobre todo tolerante.

Esa es mi lectura del espacio de dignidad tatuado entre los números 111907 del brazo de mi padre, que hoy ya es el Zeide de niños y niñas mexicanas.