DIARIO DE IBIZA.ES

Una detonación no tiene que ir acompañada de un gran estruendo, o al menos así sucede en el mundo que Aaron Keydar (Tel Aviv, 1943) plantea en su muestra ‘Explosión y Silencio’, que se podrá visitar hasta el 25 de agosto en Formentera. El escultor israelí, que creció en un kibutz, trabajó de arquitecto en Londres y luchó en la Guerra de los Seis Días antes de montarse en la ola hippie y recalar en la pitiusa menor a principios de los setenta, ha decidido demostrar que tras someterse a la terapia de sus manos, la madera puede encontrar una segunda vida en la que experimenta un permanente e inaudible estallido.

A través de una veintena de piezas, Keydar hace un guiño a la «explosión muda que está empezando a cambiar la sociedad», aunque de momento se conforma en transformar la Sala Municipal de Cultura en un bosque bajo cubierto en el que se condensa el aroma de olivo, enebro, sabina o almendro y que constituye una «invitación a descubrir la escultura que cada árbol lleva en su interior», apunta el israelí.

Después tres años desde su última exposición, el escultor vuelve con obra inédita y viejos conocidos, formas figurativas o abstractas que tienen un denominador común en el poder de atracción de la materia. Porque Keydar moldea a conciencia las superficies hasta que llaman al espectador a dejar de serlo y participar de la experiencia escultórica concediendo una caricia, la única manera de hacerse una mínima idea de las semanas y meses que el artista dedica a pulir a mano las piezas usando como únicos instrumentos el martillo, el formón, las limas y lijas de diferentes grosores.

«Ojalá que pudiesen hablar»

En una casa payesa sin más corriente eléctrica que la proporcionada por un par de placas solares, rodeado de pocos vecinos y de un paisaje austero cortado por paredes de piedra seca, Keydar esculpe «sin ideas predeterminadas», y señala: «Si sabes lo que vas a hacer resulta aburrido».

Su proceso creativo, en el que solo le acompaña un transistor conectado todo el día, parte de «dejarse llevar por la madera» con la que establece una relación casi personal: «Como ocurre con el trato con la gente, cada día empiezas una cosa nueva, con un solo objetivo, saber entender cómo va a reaccionar la persona, o el árbol, en este caso». Cada una de las piezas esconde una historia, en la mayoría de los casos protagonizada por un amigo, que encontró un tronco arrastrado por el mar o enterrado en su finca. Sin embargo, «la mejor historia es la que no conocemos, el relato de los árboles caídos, el viaje que los ha llevado a nuestras costas, ojalá que pudiesen contárnoslo», para Keydar. A falta de esta capacidad, el escultor hace hablar a sus piezas bautizándolas como ‘sueño’, ‘los hermanos’ o ‘laberinto’.