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VICTORIA DANA PARA ENLACE JUDÍO

Cuando un escritor termina una novela, pasa por una etapa de vacío. Sabe que no puede dejar de escribir. Está acostumbrado a una rutina que, a falta de palabras en su cuaderno o en su máquina, pierde sentido. La vida le aburre. Sin tener con quién hablar, ni siquiera de forma imaginaria, se siente más solo y aislado que nunca. Él mismo acaba por diluirse en horas y días sin significado. ¿Cómo puede considerarse un escritor si no escribe? Mientras intenta posicionarse de un lugar en la intelectualidad, la primera novela no deja de ser un estigma: el primer trabajo.

Difícilmente se toma en serio por los críticos, quienes prefieren esperar a ver si logra algo más sustancioso que les permita definirlo como un Autor, con mayúsculas.

Ensimismado, bebe varias tazas de café al día, se entretiene con el ordenador, tuitea. Enciende un cigarro tras otro, mientras decide el tema de su siguiente novela. ¿Por qué le interesa escribir justamente acerca de la relación padre-hijo? ¿De la dependencia alcohólica? ¿De historia política o justicia Social? ¿De la locura o de una enfermedad específica?

En el fondo desea solucionar o entender –si no puede resolver- un asunto en particular. Pero vamos a poner las cosas en claro: escribir no es precisamente una terapia psicoanalítica y, si lo fuera, sería mucho más costosa que una sesión con Freud. (Aunque yo preferiría una de tarot con Alejandro Jodorowsky).

Sin embargo, el escritor suele plasmar sus miedos, angustias, deseos y preguntas en el papel, para exhibirse como si se vendiera desnudo en un aparador. A la vista de todos, nada lo protege. La palabra es lo único que tiene, es lo que puede ofrecer y ruega que alguien la acepte.

Pero, ¿qué pasa cuando se escribe por oficio? Alguien, generalmente un editor, propone un tema que venderá millones de Grey’s y entonces, se escribe “por encargo”. El éxito asegurado. Todos quieren saber la verdadera historia de Angelina Jolie, Luis Miguel o…Selena.

En su momento, la cantante de Tex Mex, en la cúspide de su carrera, asesinada por su supuesta mejor amiga, se convierte en un tema de furor. ¿Cómo armar una historia sobre ella?

Erma Cárdenas, con el talento de escritora que se percibe desde su primera página, elige este asesinato, sórdido para muchos, como un pretexto para explicarnos el oficio de narrar.

Con maestría, convierte su primera voz en la escritora. No es Erma; es Eva. La novelista famosa cuya relación con Ignacio, su maestro y amante, la lleva a escribir acerca de la artista consagrada.

A medida que avanza la lectura, Ángela (Selena para mí), y Eva, se reflejan, se identifican, se encuentran y se pierden, se confunden. ¿Dónde queda Eva y dónde Selena? Las frustraciones de niñas, los deseos incumplidos, la rebeldía de jóvenes, las equivocaciones, ya adultas:

“Por si acaso, me aproximé al espejo…sobre mi cara estaban tus facciones, Gela (Selena). Lentamente, alcé una esquina de la piel. Debajo, percibí mi rostro”

Reflejos y contrastes. ¿Hasta dónde Ángela-Selena, a pesar de ser un personaje perfectamente documentado (Erma no se perdonaría un error de esta naturaleza) se convierte en creación literaria? ¿Hasta dónde Eva puede contarnos la verdad o se engaña a sí misma en medio de su propia imaginación creadora que la traiciona?

Reflejo, sabio título para esta novela donde la autora puede verse con absoluta claridad en el espejo de su creación. Reflejo, una cantante, la vida chicana, la familia, los conflictos que se repiten hasta el agotamiento. Reflejo: ambas, una sola.

Erma Cárdenas ganó con Reflejo, el premio del Instituto Mexiquense de Cultura en el año 2011, el premio DEMAC con Como yo te he querido, la biografía de Concha Miramón y el premio nacional de Bellas Artes con Tiempos de Culpa.

La autora platicará acerca de su novela en el TEC de Monterrey, campus Lago de Guadalupe, el jueves 21 de Febrero a las 10:00 de la mañana.