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MAX DANIEL H. PARA ENLACE JUDÍO

Introducción*:

Lo que ocurrió con las cuentas bancarias después de la Segunda Guerra Mundial fue un verdadero negocio burocrático. A los hijos o familiares de las víctimas del Holocausto se les exigía un certificado de defunción, para poder liquidar las cuentas, aún sabiendo, que eso era imposible, ya que en los campos de concentración y de exterminio, no habían expedido jamás esos documentos. Y así, todo el oro permaneció en los sótanos de los bancos suizos, que hicieron el “negocio del siglo”. Poco después, los bancos destruyeron todos los documentos para desmentir la existencia de esas cuentas a las personas que volvían para pedir su dinero. Muchos llevaban los números de las cuentas apuntados en cualquier trozo de papel. Simple y llanamente se les decía que esas cuentas no existían. Pero no solo los bancos se aprovecharon de esta situación. Los abogados y contables de muchos judíos se hicieron con su dinero pensando que estos habían muerto.

El banco suizo se transformó en la caja fuerte del mundo, sin embargo su ética es bastante dudable, tal como relato en esta versión humorística.

En Hungría, todavía bajo el régimen comunista, cuando todavía cada tres años se podía obtener un pasaporte, Moisés Grinberg con su esposa y con su hijo Itzjac viajaron a Suiza. No tenían la mínima intención de admirar las montañas, ni tampoco los lagos de Lucerna y Ginebra, solo querían ver el banco más cercano de la estación de Zurich.

Se bajaron del tren y se enfilaron de inmediato hacia el banco para invertir sus 580 dólares que sacaron de su país clandestinamente; mismos que durante la guerra habían escondido de los alemanes en el frasco de una jugosa mermelada de albaricoque. Posteriormente, los ocultaron de los comunistas en la menos pegajosa mermelada de ciruela.

Para el viaje, Itzjac los escondió debajo de la plantilla de su zapato (donde se secaron estos desventurados dólares) para así poder pasarlos a través de la Cortina de Hierro.

Para este relato, es esencial mencionar que por los dos tipos de mermelada, los billetes quedaron un poco pegajosos.
La máquina contadora en cada ocasión dio distinto resultado, pues los billetes no se separaban bien, por lo que le ocasionó un tremendo problema al cajero, quién acostumbraba contar los billetes con precisión suiza. Al estar en el banco el viejo Grinberg acercó su boca a la oreja del funcionario, y asustado, le susurró en secreto: “Venimos de Hungría a invertir dinero”-musitó con acento bastante defectuoso-.

-Señor, ¿de qué cantidad se trata?…
Como Grinberg de nuevo bajó su voz, el funcionario después de tanto secretear se imaginaba que era una cantidad considerable.

-Se trata de 580 dólares-dijo Grinberg.

Se pudo apreciar qué amables son y que “cara de palo” tienen los empleados que ocupan los bancos suizos. Son personas que no se sorprenden cuando alguien invierte cien millones de dólares, pero tampoco si se trata de 580 pegajosos billetes.

El empleado mencionado, finalmente contó correctamente los billetes verdes y abrió una cuenta a nombre de la familia Grinberg con firmas adicionales independientes. Todavía quiero agregar que los tres Grinberg firmaron con manos demasiado temblorosas. No se sabe si fue por el miedo a consecuencia de que los habían traído ilegalmente, pero dio como resultado firmas deformadas.

Regresaron a sus casas en Hungría y desde entonces no volvieron a Suiza, ya que desgraciadamente a consecuencia de un accidente el señor Grinberg y su hijo fallecieron. Mientras la viuda seguía viviendo en un distrito pobre, en un departamento desvencijado en la planta baja. A la pobre viejita le tiemblan las manos tanto, que al parecer nunca en la vida podía igualar su firma de entonces. Es más, existe la posibilidad que hubiera olvidado que antaño alguna vez depositaron algunos dólares ilegalmente sacados de su país, y que había depositado su esposo e hijo entre las montañas de Suiza.

Por ahora retornemos a Suiza. Analicemos qué sucedió en la última década en el banco donde los 580 pegajosos y aventureros dólares encontraron su refugio. De 1973 a 1975 fueron años sin acontecimientos importantes. Los pobres banqueros cada año esperaban a alguien de Hungría para que por lo menos retiraran los intereses anuales. Pensaron que seguramente uno de los tres Gringberg hubiera podido venir. Aún encontraron lo sucedido más extraño después de indagar que en Hungría los ahorradores acostumbraban a recoger por lo menos cada año los intereses devengados. Entonces estos Grinberg ¿porqué no vendrían? ¿No tendrían necesidad del dinero?

Hasta el mismo director del banco se interesó en varias ocasiones por este caso. Díganme muchachos: ¿todavía no dieron señas de vida los Grinberg de Budapest? En 1982, en el décimo aniversario de su depósito no hubo noticias y en 1997 en el vigésimo quinto aniversario, los empleados reportaron como “sin movimiento” la extraña cuenta de los Grinberg.

Ya para entonces, el contador mayor del banco había enviado un memorando dramático al director: Ningún gobierno, organismo o persona alguna reclama esta cuenta. ¡Por Dios, ojalá que suceda algo!…..ya hemos agotado todo el softwear en nuestra computadora. Llegaron a un acuerdo, contrataron a un detective de la internacionalmente famosa compañía “Sherlock Holmes” en Hungría, para que localizara a la familia Grinberg. En un par de días hallaron a la señora Grinberg jubilada y mantenida por la beneficencia.

Imagínense qué alboroto se armó cuando el trío de suizos (el director, el subdirector y el contador mayor) se presentaron en el departamento de la señora. Con muchísima dificultad pero con éxito, lograron que la viejita recordara sus dólares depositados en Suiza. Mientras hacían firmar a la señora, tenían que conducir su temblorosa mano -no muy apegado a las normas establecidas-. Le entregaron sus dólares a pesar de que la señora Grinberg se resistió a recibirlos, en vista de que por las noticias (conocidas por todos), no tenía una buena imagen de los Bancos Suizos. No quería “ensuciar sus manos”, porque donde vivía la viejita “una mano sucia” significaba ser delincuente.

Naturalmente, la televisión suiza trasmitió este gran acontecimiento. Toda Suiza pegada a la televisión, admiraba cómo entraron los honrados funcionarios bancarios en el departamento de la planta baja y cómo se efectuó la ceremonia de entrega del dinero. El acto era encantador, precioso y muy conmovedor. Mientras tanto, los suizos, procurando reprimir sus lágrimas comentaron: Que cruel es el destino con nosotros. Miren lo que escriben de nuestros bancos todos los periódicos. Ahora sí pudieron observar en vivo y en todo el mundo, que no existen banqueros más honrados que los nuestros.

*La introducción es de Jean Ziegler: “El oro nazi”.