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SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO

Después de varios días de masacre y desolación, cuando este escribidor se detiene a meditar el significado y el alcance de la intervención militar sobre los manifestantes egipcios que respaldan al depuesto presidente Mohamed Mursi, principalmente los adherentes a la Hermandad Musulmana, la conclusión es sencilla: El año que Mursi detentó el poder, sirvió de muy poco a Egipto. Las condiciones prometidas por el hoy derrocado presidente no se cumplieron ni por mucho. Su gobierno fue, para calificarlo con suavidad, balbuceante, incompleto, excluyente y carente de personalidad.

Así que un polvorín de 90 millones de habitantes, la mayoría insatisfechos, luego de su muy traída y llevada “primavera política” – festinada hasta por los norteamericanos – no podía acarrear más que rupturas, insatisfacción y frustración. La economía egipcia en declive, las oportunidades de desarrollo casi nulas, el turismo, principal fuente de ingresos, prácticamente en cero; la descomposición social, derivada de la influencia de sectores radicales, y, porqué no decirlo, la indiferencia tradicional egipcia no ofrecían más que el camino de la confrontación, mas no por ideales sino por la inveterada costumbre del estirar la mano en busca del “bakshish” en cualquiera de sus formas, ya sean ayudas gubernamentales u obsequios de los ricos en forma de propinas. Apena reconocerlo, pero algo similar está ocurriendo bajo el régimen de Barack Obama en Estados Unidos. Entre ayuda de casa- habitación, food-stamps y otras pequeñas prebendas, el número de gobierno-dependientes crece en ese país cada día.

Habida cuenta de que Egipto es una fuerza política y social muy importante en la región, se debe recordar que Egipto es, por mucho, el país que tiene el mayor número de profesionistas técnicos con grado entre las naciones del área. Las universidades egipcias son verdaderos semilleros tecnológicos e intelectuales. Entonces cabe preguntarse cómo es posible que se mezclen los dos hemisferios, el de los industriosos y el de los “comodinos”.

Vayámonos momentáneamente a la Historia. ¿Cuál fue el primer país árabe que tuvo la osadía de firmar un acuerdo de paz con Israel? La explicación es simple: desde una posición de fuerza, Anwar el-Sadat lo logró. ¿Quién lo apoyó? Su ejército y los norteamericanos. Unos con la fuerza y los otros con su respaldo económico- militar.

Por lo que puede verse, a pesar de que el régimen Mursi fue democráticamente electo, el ejército egipcio nunca dejó de ocupar su posición de fuerza, adoptando el papel de “aquí estoy yo y no se te olvide”. En pocas palabras, el ejército egipcio con toda su capacidad, nunca se fue. Se mantuvo expectante y en el momento que vio que a Mursi se le salió de las manos el control de la situación, intervino con todas las consecuencias derivadas de ello, y si la violencia era el recurso, así es la vida. No le tembló la mano para asesinar a más de mil personas en cuatro días.

La O.N.U., fiel a su costumbre, pidió moderación. La Unión Europea otro tanto. Ninguno de los dos tuvo el menor asomo de éxito.
El ejército egipcio, en resumen, nunca se fue. Por el contrario, estuvo ahí siempre,

Si hacemos un análisis somero de los diversos “establishments” del Medio Oriente, encontraremos un común denominador: La fuerza. Sólo con ella se sostienen los regímenes. Desde Siria hasta Arabia Saudita esa es la realidad.
Mohammed Fatah Al Sisi, máxima autoridad militar egipcio, sabía que tenía la onza para cambiarla cuando se requiriera. Con lujo de tranquilidad, metió a la cárcel – la misma donde se encuentra Hosni Mubarak – a Mohamed Mursi.
Las sangrientas y trágicas escenas que vemos en los medios parecen no mover las conciencias. ¡Ah! Pero que unos terroristas infiltrados en el Sinaí masacraron a cuarenta y cinco policías egipcios no es noticia. Sólo cuando Israel les corta el paso a los asesinos, entonces sí, los medios le dan cobertura.

La pregunta de rigor es: ¿En qué terminará esto? Las dos fuerzas preponderantes en Egipto tienen sus argumentos, sólo que los militares tienen una mejor cohesión aunque no reciban el respaldo de la población, y ésta no podrá vencer la inercia ni la fuerza del ejército.

Este permanece imperturbable por el derramamiento de sangre. El escribidor no cree que en un futuro próximo surja una fuerza que contrarreste a la de las fuerzas armadas egipcias. Sólo falta ver que el ejército egipcio traiga de entre sus filas a un Gamal Abdel Nasser y lo apoye para que se establezca como el siguiente dictador de ese país.