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DAVID HOFFS*

Enlace Judío México | Curiosamente, en los lugares menos imaginados se generan casuales conversaciones pero de fondo importante. Desde la descarga psicológica del taxista (la forma mexicana más simple de amenizar un viaje es encontrando aquel punto de mutuo acuerdo para quejarse de cosas) hasta la conversación corta del elevador para subir a la oficina. “¿Qué la inflación es sana? ¡Qué de sano tiene que todo cueste más!,” exclama fúrico un proveedor en el elevador (y yo negociándole un descuento…).

En 2013 México registró inflación anual de 3.97%. Su componente subyacente (que es quitando todo aquello estacional o determinable por el Gobierno) fue de solo 2.79%, mientras que la no subyacente ascendió a 7.84% (y se siente como de 25). Esta última alcanzó recientemente el 8.28% anualizado (efecto de los aumentos fiscales y precios autorizados por el Gobierno).

La discusión sobre las bondades o vicisitudes de la inflación no debe tomarse a la ligera. Claro que por sí mismo no tiene nada de atractivo que todo suba de precio, y en palabras de mi querido Guillermo Güemes (ex subgobernador del Banco de México; personaje simpático y cálido) la inflación es la principal destructora de riquezas y generadora de brechas socioeconómicas. Hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres pues el rico mantiene su riqueza en activos protegidos de la inflación (bienes raíces, moneda extranjera, etc.), o la puede invertir con buenos rendimientos. En cambio el pobre, observará sus pocos ahorros convertirse en polvo y un salario cada vez más apretado.

Por otro lado, una inflación moderada suele indicar una economía sana, pues si las cosas van bien, al crecer el intercambio económico, crece la demanda. Al crecer ésta sanamente (y con una oferta siguiéndola de cerca) los precios se verán ligeramente presionados al alza. Mientras la inflación sea baja, el mayor intercambio, trabajo y producción permitirán que la gente logre ganar dinero más rápido de lo que se le devalúa, creando riqueza y bienestar. Además, si repentinamente se sufriera menor demanda, basta con meter liquidez al mercado (bajando tasas de interés, mayor gasto público, etc.) para reanimar las cosas aunque con ello se genere algo de inflación. (Si se animan mucho, mejor retirar liquidez y controlar la inflación… como en feria de pueblo).

Nuestro caso es diferente pues se presenta inflación a pesar de que la economía trastabille. Además del efecto retrasado del problema económico de EU (que apenas se recupera), nuestra economía se atora por una oferta retraída tanto por escasez (particularmente de alimentos básicos) como porque, al cargar más impuestos, las empresas no están dispuestas a vender al mismo precio (el Gobierno ve el temblor y no se inca). Así, los precios suben reduciendo al consumo, y aunque este efecto pueda ser transitorio, actualmente se enfrenta un dilema: Impulsar la economía inyectando liquidez para que las personas tengan con qué comprar, aunque aumenten más los precios, o no inyectar liquidez y mantener los precios iguales a costa de una economía lenta, desempleo y angustia. ¿Más brecha social, o menos oportunidades?

Afortunadamente la situación mexicana no es tan crítica y la disyuntiva menos dramática. Quizás mi proveedor no lo vea, pero probablemente sea preferible tolerar mayor inflación a corto plazo con tal de destrabar la economía. También el Gobierno podría ayudar eligiendo mejor “timing” y haciendo reformas más inteligentes…

*Ingeniero Industrial y Maestro en Administración y Finanzas; Profesor en el TEC de Monterrey y asesor financiero para el sector público y privado.

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Fuente:capitaldemexico.com.mx