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JULIÁN SCHVINDLERMAN

Enlace Judío México | En el oficio del creador no hay lugar para los débiles. Las frustraciones, el maltrato y la pobreza suelen ser las compañías más fieles de los artistas. Incluso los consagrados han debido padecer penurias a lo largo del arduo derrotero hacia la fama. El compositor Richard Wagner protestaba en 1864 en una epístola: “No puedo vivir con un mísero sueldo de organista, como vuestro hermano Bach”. Vincent Van Gogh, cuyas pinturas hoy se venden a precios millonarios en las subastas de Nueva York, vivió y murió como un indigente.

Franz Kafka fue infeliz toda su existencia. Con demasiada regularidad, los intelectuales deben lidiar con el rechazo. “Diez años y en Alemania nadie ha considerado como un deber de conciencia defender mi nombre contra el silencio inexplicable bajo el que yacía sepultado” escribió Friedrich Nietzsche a fines del siglo XIX. El siglo siguiente otros autores también padecieron las inclemencias del mercado editorial. La Noche de Elie Wiesel debió sortear múltiples negativas antes de convertirse en el texto fundamental que dio inicio al género de literatura del Holocausto. La conjura de los necios fue rechazada tan seguidamente en los Estados Unidos que su autor, John Kennedy Toole, se suicidó en 1969, a los treinta y dos años de edad. Once años más tarde la novela fue publicada y en 1981 recibió el premio Pulltizer. En busca del tiempo perdido de Marcel Proust fue declinada por la editorial francesa Gallimard, El juguete rabioso de Roberto Arlt fue inicialmente ignorada por las editoriales argentinas y el español Carlos Barral se hizo un nombre para la historia como el editor que descartó Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

Jack Canfield, Mark Victor Hansen y Bud Gardner brindaron otros ejemplos en un libro dedicado a los escritores. En 1889, dieciocho años antes de que recibiera el premio Nobel de Literatura, The San Francisco Examiner envió esta escueta carta de rechazo a Rudyard Kipling: “Lo lamentamos, Sr. Kipling, pero usted simplemente no sabe usar el idioma inglés”. Alex Haley, el autor de Raíces, recibió un rechazo por semana durante cuatro años mientras pujaba por hacerse un nombre como escritor y, deprimido, estuvo a punto de lanzarse al mar desde un barco en el océano Pacífico. Una vez publicada, su obra fue un bestseller mundial y se realizó una serie para la televisión que fue un hit masivo. Richard Bach vio como dieciocho editoriales declinaron publicar su novela Juan salvador gaviota antes de que Macmillan la aceptara: vendió millones de ejemplares. Después de trabajar durante ocho años en su libro y de recibir varios rechazos, finalmente la cocinera Julia Child logró publicar Mastering the art of French cooking: vendió más de un millón de ejemplares, llegó a la portada de Time y se hizo una película sobre ella. La primera novela de John Grisham,A time to kill, fue desechada por quince editoriales y treinta agentes literarios no quisieron representarlo. Ocho años después de haber obtenido el National Book Award por su libro Steps, Jerzy Kosinski autorizó a un autor desconocido a que presentara el manuscrito de su obra con un título diferente a trece agentes literarios y catorce editoriales. Todos lo rechazaron, incluso Random House, que había publicado la novela original.

Osvaldo Soriano, autor de No habrá más penas ni olvido, acumuló tal furia contra sus editores a lo largo de su carrera que en 1991 publicó en Página12 una serie de tres artículos en los que reunía anécdotas miserables del gremio editorial: las peleas terribles entre Louis-Ferdinand Céline y su editor Gastón Gallimard, una cita de Goethe sobre los editores “son hijos del diablo”, el consejo de Ernst Hemingway a su hijo “nunca confíes en un editor” y las siguientes escenas de la vida conyugal entre el autor y el editor. El chileno Ariel Dorfman (padre del brillantemente paranoico Para leer el Pato Donald) fue armado con un revólver a exigir la liquidación de sus regalías en Milán. El escritor francés Georges Darien amenazó de muerte al editor Pierre-Victor Stock si no publicaba su novela en un plazo de unos meses a lo que el editor respondió con un simple “merde!”. Cumplido el plazo, Darien ingresó a la editorial y despedazó el mobiliario con un hacha mientras Stock se fugaba por la ventana. En 1911, el italiano Emilio Salgari envió una misiva a sus editores en la que los acusaba de haberse enriquecido a expensas suya, de haberlo condenado a él y a su familia a la miseria y les pedía que tuviesen la deferencia de cubrir los gastos de su funeral. Mandó la carta y se suicidó. En un acto de sublimación no muy sutil, Soriano se aseguró de incluir mención al editor alemán Johann Philipp Palm, al que Napoleón hizo fusilar por haberlo difamado.

Así es que cada libro contiene dos historias. Una es la visible, aquella relatada por el autor y que nos identifica o nos enfurece o nos aburre o nos enaltece. Y otra es la historia oculta, dulce o amarga, del propio escritor y del propio libro, aquella historia no narrada pero que como una sombra espectral sobrevuela cada una de sus páginas. A veces, una es tan conmovedora como la otra.

Fuente:infobae.com