JANA BERIS

Una familia israelí, con raíces en nuestro país, cuenta su experiencia de vivir en una zona donde caen los cohetes palestinos en la actual ofensiva por Gaza


 

A Rosy y Jaime Asher, mexicanos radicados desde hace seis años en Israel junto a sus hijos Enrique y José, los vemos en guerras. Podemos bromear amargamente sobre ello, pero inevitablemente, al visitarlos en su casa de Gan Yavne -al alcance de los cohetes lanzados desde la Franja de Gaza– recordamos que hace dos años, cuando recibieron a EL UNIVERSAL por primera vez, vivían en la ciudad de Ashdod, uno de los blancos preferidos de Hamas para sus disparos.

“Esto no termina y acá estamos nuevamente, bajo alarmas”, comenta Rosy (de 53 años), que no tiene demasiada fe en un cambio a fondo, aunque no pierde el buen espíritu. Jaime (de 64 años) relata casi como en tono de aventura, que un cohete impactó a tan solo 50 metros de ellos, pero como aquí está para contar el cuento, prefiere destacar que “si uno se refugia, no le ocurre nada”.

Gan Yavne, donde los Asher se mudaron hace ya un tiempo, es un poblado de hermoso aspecto, tranquilo y de ambiente acogedor. Todo puede cambiar sin embargo en un segundo, si al sonar la alarma uno está lejos de su refugio y no tiene dónde resguardarse.

Esto le ha pasado justamente a Jaime en más de una oportunidad, aunque trata de irradiar tranquilidad.

“A mí me tocó dos o tres veces la experiencia de estar afuera durante la alarma, una sobre la ciudad, otra sobre la carretera”, relata. “Vas manejando, de repente suenan las sirenas, todos los carros automáticamente se frenan, es impresionante, donde estés, en media avenida, media calle, todo el mundo al suelo. Es algo impactante porque uno se dice qué está pasando, es como una película”.

Jaime toma muchas fotos de todo lo que le parece interesante. Nos muestra algunas de incendios y columnas de humo provocados por el impacto de un cohete. “Te sales del carro, te tiras al suelo, esperas que suene la explosión, te esperas un momento que no caiga nada, ahí te subes a tu coche. Ahí es un momento de miedo. Si te toca en la calle no te queda otra que irte al suelo como nos lo ordenan”. Preguntamos si puede volver de inmediato a la normalidad.

“El temor te queda porque te mandan varios misiles a la vez, oyes varias explosiones”, responde.

“La situación realmente ha sido muy dura en esta guerra”, cuenta Rosy. “Estamos realmente consternados por toda la situación, no llegamos a nada claro y nos tienen siempre en presión. No es fácil vivir así”.

Una zona protegida

En la planta baja de su casa, está lo que en hebreo se llama mamad, un acrónimo que significa “espacio departamental protegido”, una habitación de paredes de cemento reforzado, puerta y ventana blindadas, a la que toda la familia corre cuando se oye la sirena indicando que un cohete está en camino al lugar.

“Esto salva vidas, así como la Cúpula de Hierro que intercepta en vuelo a la mayoría de los misiles más peligrosos”, explica Jaime. “Si alcanzamos a entrar aquí, estamos bien”.

Tienen 45 segundos para hacerlo, lo cual puede complicarse un poco cuando la sirena suena en la mitad de la noche y toda la familia baja de la segunda planta, en la que están los dormitorios. Hay familias que en el último mes, se mudaron literalmente al mamad, especialmente en las zonas adyacentes a Gaza, donde hay no más de 15 segundos para resguardarse y donde a veces cae un mortero antes de que haya alcanzado a sonar la alarma.

“Vivimos esto con mucho nervio”, cuenta Rosy. “Nos ha sucedido que estábamos en casa con mi hijo menor y yo, se oyeron las alarmas de todos los alrededores, el perro se nos escapó y cuando corrí a buscarlo, ahí oí el boom, es muy difícil”.

En medio de la tensión, claro está, la gente ha desarrollado sus reacciones casi automáticas. “Si sabes qué hacer y no te entra la histeria, un habitante de esta zona ya actúa por inercia y va al cuarto de seguridad”.

Y en el caso de los Asher, la ida al refugio, que nos muestran, permite esbozar una sonrisa. Es que lo usan de despensa en días de rutina y junto a una de sus paredes tienen una ordenada estantería con productos alimenticios, muchos de ellos típicos mexicanos. Rosy y Jaime trabajan haciendo servicio de comida mexicana para entregar, lo cual les permite en la práctica, cada vez que entran a su cocina, plasmar en algo concreto el amor por su país natal.

“Somos israelíes pero de corazón siempre seremos mexicanos”, dice Rosy. “Siempre. Y eso es lo que les inculcamos a nuestros hijos, aunque el israelí ya lo tienen en el habla y en todo”.

Y ese amor lo han transmitido estos días, a través de sus artes culinarias, también a soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel apostados en una base en el puesto de Erez, en el punto norte de contacto entre territorio israelí y la Franja de Gaza. Rosy y Jaime, que en estos tiempos difíciles no han tenido mucho trabajo, querían aprovechar la mercadería que ya tenían en su poder, para preparar una buena comida mexicana a los soldados.

Gracias a la donación de una familia desde México, pudieron organizar todo a la perfección y preparar un banquete mexicano para 300 soldados.

“Fue increíble, la experiencia más impactante que hemos tenido en la vida, que nos llenó de gozo el corazón”, cuenta Rosy con lágrimas en los ojos. “Los soldados nos decían todo el tiempo muchas gracias y yo decía que nosotros debemos agradecerles a ellos por lo que están haciendo por nosotros”.

Claro que a la vivencia misma de compartirles el fruto de su trabajo y de darles buena comida mexicana, se agregó el compartir un refugio en el que todos tuvieron que resguardarse cuando sonó la alarma. Otra forma de sentirse parte.

A la entrada de la casa, los Asher tienen un azulejo con la frase “Que Dios bendiga nuestro hogar”. Preguntamos qué bendición quisieran, y aunque Jaime ya nos había dicho antes que “llevará generaciones lograr la paz”, Rosy responde presurosa: “Paz, que haya paz y tranquilidad en todos los hogares de Israel”.

 

Fuente: El Universal