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SAMUEL SCHMIDT PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

“¿Imagínese que a un rector de universidad lo eligiera la junta de gobierno, suponiendo que exista junta de gobierno, sin que él tuviera nada que ver con la institución y que hubiera sido reclutado por haber destacado académicamente?” Me dijo, enfático, un hombre que lleva muchos años en el campo de la evaluación educativa y que lucha, porque cree que es por la educación por donde debemos empezar a limpiar al país.

Estuve de acuerdo con él en que ese tipo de nombramiento de un rector sería el principio de la limpieza de las universidades, porque ayudaría a sacudirlas de las rémoras que da una politización completamente inadecuada. Véase el actual enfrentamiento entre la UNAM y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, alrededor de la sucesión inminente en la Comisión y para lo que el equipo político de la UNAM se prepara a conquistar, para satisfacer sus ambiciones políticas.

Se sorprendió, y después de sostener que en Guadalajara el cacique pone rectores a conveniencia, no se imaginaba que un personaje tuviera esa capacidad, y mucho menos, que pudiera aprobar a todos los funcionarios, o por lo menos dar su visto bueno. Este tipo de manejo de la administración universitaria, tiene un gran impacto académico y distorsiona las actividades de los académicos que entran a la gestión académico-administrativa. Desde muy abajo en la jerarquía administrativa, muchos universitarios caen en el nivel de incompetencia de Peter, porque al estar más interesados en dar el brinco jerárquico, descuidan las tareas del nivel en el que están ubicados.

Una consecuencia del dominio de los caciques, es que la administración se compone de grupúsculos cerrados que defienden su endogamia, cierran los accesos a nuevos personajes que podrían estar mejor calificados y refrescarían los enfoques administrativos; pero llega un momento en que se les terminan los contlapaches de confianza y empiezan a designar a sus familiares. Como los caciques no tienen una función pública, no hay legalmente nepotismo, aunque este sí existe en la realidad, que es donde realmente hace daño, porque en la realidad es donde se desquicia la naturaleza de las instituciones, aunque los personajes se pongan por encima de la ley.

Las instancias institucionales parecen funcionar, los mecanismos universitarios operan formalmente, así el cacique logra el aval necesario para justificar actos reprensibles, no hace mucho tiempo se destituyó fulminantemente a un rector que había exigido que el cacique informara sobre los recursos universitarios que él maneja. Muy poco tiempo después el rector destituido se “suicidó”. No es este el espacio para el análisis detallado del caso.

Así, no obstante que puede haber una cierta legitimación a las acciones de esos caciques, en la realidad se propicia una degradación institucional muy severa, porque se mina la autoridad de las instancias formales, para ser reemplazadas por un sistema de lealtades caciquiles, y el daño generado no se recupera fácilmente.

El sistema meritocrático que debe caracterizar a la vida universitaria se viene abajo y es reemplazado por un sistema de valores distorsionado, que propicia y recompensa el sometimiento al cacique y sus métodos, los que llegan, en algunos casos, a ser muy violentos.

El modelo caciquil universitario mexicano, en plena expansión, agrede la democracia, mina la fortaleza de las instancias de gestión académica que debe normar al espacio de generación de conocimiento, y facilita la corrupción, aunque solamente fuera porque se genera un espacio donde se escamotea la rendición de cuentas, y se crea un mecanismo de manejo faccioso de recursos públicos. Termino con una nota, el hecho que una universidad genere recursos, no implica que los pueda usar de acuerdo a los intereses de un grupúsculo y su cacique, que se ha apoderado de la institución.