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ESTHER CHARABATI

Dice la sabiduría popular que el que se enoja pierde y que la ira es mala consejera. Todos podemos aportar ejemplos personales que ilustren estas sabias sentencias.

Sin embargo la ira, como todas las emociones, ayuda a los seres vivos a mantener el equilibrio necesario para conservar un grado de vitalidad y crecimiento. La ira surge cuando se rompe el equilibrio en algún aspecto de nuestra vida, es decir, cuando algún capricho o demanda quedan insatisfechos. La ira o cólera se expresa en diferentes intensidades: en un extremo están el descontento y la irritación, y en el otro la exasperación y la furia. También adquiere diversas identidades: la rabia, que se desencadena por la impotencia de sustraerse a una situación no deseada, la rebeldía que se manifiesta ante situaciones que se perciben como injustas… Otras emociones que revelan ira son compuestas: el desprecio, los celos, el rencor…

 La ira es condenada porque tiende a dañar, a humillar, a imponerse. Abandonarse a ella es abrir la puerta a las pasiones violentas en lo que tienen de más destructivo, como lo muestran los crímenes fundados en el resentimiento, los celos o el despecho. La ira —esa manifestación pulsional— es un medio poco inteligente y menos eficaz para eliminar los obstáculos a nuestro bienestar.

 Sin embargo… ¿quién no ha explotado alguna vez? ¿Quién no ha necesitado alguna vez externar toda su rabia para recuperar el equilibrio? ¿Y quién puede negar que a veces obtiene los resultados deseados? Porque finalmente… ser siempre prudentes, resignarse o acomodarse a las situaciones no es garantía de nada. Es más, todos sabemos que la rabia acumulada es mucho más peligrosa que la que se expresa inmediatamente. En ocasiones la ira es la única forma de decir “No” y de sostenerlo. Es la emoción que da la energía necesaria para oponerse a una injusticia o para hacer la revolución. La ira puede ser una opción para defender principios legítimos.

 Quizá uno de sus mayores inconvenientes reside en la falta de responsabilidad. El que explota continuamente sin consideración hacia la gente, acabará envenenando sus relaciones con ellos. “Estallé” no es una justificación válida para hacer daño. Por otro lado, no importa estar furioso si ése es sólo el primer paso de un proceso que analiza causas, objetivos, procedimientos y responsabilidades para poder determinar, por ejemplo, si la ira me sirve para camuflar mi tristeza o si estoy atacando en vez de aceptar una verdad. En todo caso, un principio que permite canalizar adecuadamente la ira es asumir la responsabilidad de mi bienestar y de mis insatisfacciones. Si la pongo en manos de “la suerte” o de los demás tendré más pretextos para descargar mi furia y menos oportunidades de cambiar mi situación. Porque la ira, dicen,  siempre es mala consejera.