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ARNOLDO KRAUS

 

Al compararse con otros saberes de la medicina, la Neuroética es una disciplina relativamente nueva. Surgió en 2002, y día con día cobra más importancia por la celeridad de los avances en las técnicas radiológicas —neuroimagen— dedicadas a entender algunos sucesos mentales. Dichas técnicas no evidencian daños estructurales como infartos, tumores cerebrales o alteraciones en las arterias cerebrales encargadas de irrigarlo, sino que muestran lo que sucede en el “alma” del cerebro.

La Neuroética estudia las implicaciones políticas, legales, individuales y sociales de los hallazgos de las neurociencias a partir de bases éticas. Las neurociencias podrán en el futuro leer la mente y predecir el comportamiento de las personas. De ahí su trascendencia y fascinación.

La trascendencia y el interés por la Neuroética provienen del entrecruzamiento de dos conocimientos cruciales, Filosofía y Medicina. La primera, orientada a temas fundamentales como el ser, el mal, la dignidad, la muerte y la justicia, ha dedicado, en los últimos años, muchas páginas a las ventajas y desventajas de la tecnología. Por su parte, la medicina, en su constante afán de superación no ceja y crea continuamente nuevas técnicas para comprender mejor la salud y la enfermedad. Idóneo sería que el diálogo entre ética y medicina deviniese siempre resultados favorables para las personas sanas o enfermas. No siempre es así.

En ocasiones las investigaciones médicas conllevan beneficios y perjuicios, no por negligencia de los investigadores, sino por la complejidad del cuerpo y la mente y por la frecuente aparición en el estudio, de hallazgos inesperados. Esa inexactitud exige empalmar ética y medicina; la inexactitud disminuye cuando las Neurociencias y la Neuroética dialogan.

Nuevamente las neurociencias sorprenden. El neurocientífico John Gabrieli y sus colegas del Instituto Tecnológico de Boston por medio de técnicas no invasivas de neruroimagen (procedimientos indoloros y poco o nada riesgosos) han descubierto las áreas cerebrales relacionadas con el pensamiento moral, el comportamiento social, el conocimiento y las vías para elegir entre una y otra decisión económica. Los estudios también buscan definir desde temprana edad las aptitudes para música o matemáticas.

Asimismo, —esto ya se conocía— el mapeo cerebral puede valorar las tendencias delictivas de los individuos y, en caso de ser exonerados, la posibilidad de que reincidan en este tipo de actos. Los estudios de neuroimagen pueden aplicarse también a bebés recién nacidos (desde 36 horas de vida) para determinar las respuestas cerebrales al lenguaje. En el caso de los individuos que roban o trasgreden las leyes, los jueces en Estados Unidos han empezado a buscar asesorías a partir de la neuroimagen para definir el monto de la fianza y el grado de libertad a otorgar. En el caso de los bebés, las investigaciones podrán predecir con gran exactitud (más de 80% de acuerdo a los científicos) qué niños desarrollarán dislexia durante los primeros ochos años de vida.

La Neurociencia y la Neuroética deben dialogar antes de iniciar cualquier experimento. Dentro de la revolución médica actual la primera ofrece, entre otras líneas, información psicológica y pedagógica —niños aptos para la música o las matemáticas, niños probablemente disléxicos— así como datos de interés social y jurídico con respecto a sujetos violentos. La Neuroética funciona como asesor. Tres razones: No se ha comprobado que todo lo descrito sea siempre veraz; debe respetarse, en esta era de la informática, la confidencialidad de los datos (Evgeny Morozov: “Facebook no es gratis. Lo pagas con tu identidad”), y debe evitarse que las empresas seleccionen a los individuos mejor dotados para impedir que siga aumentando el darwinismo social.

La técnica en general ha cambiado el mundo. La biotecnología modificará al ser humano. La técnica, al transformar al mundo y a la persona, se ha convertido en una suerte de ideología y para algunos en una cuasi religión. La ficción, ha dejado la literatura. Aldous Huxley —Un mundo feliz—, Yevgeny Zamyatin —Nosotros—, y George Orwell —1984—, describieron, hace muchos años, algunas características de las sociedades “posthumanas”. Para evitar que la tecnología convierta la ficción en realidad, la medicina y las neurociencias requieren de la ética, no como un Big Brother, sino como compañero indispensable.

Notas insomnes. ¿Ha perdido o está a punto de perder la sociedad? La técnica debe estar al servicio del ser humano y no el ser humano al servicio de la técnica.

Médico           

Fuente:eluniversalmas.com.mx