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JONATHAN SCHANZER

 

El sistema electoral es tan brutalmente complejo que incluso los votantes a menudo no lo comprenden.

“La era del Primer Ministro, Benjamín Netanyahu, está llegando a su fin,” decía un titular de Reuters. De igual manera, Slate declaró que Netanyahu era “La llaga perdedora de Israel”, explicando que “él ha echado a perder su reelección en la misma forma en que ha echado a perder todo lo demás.” Cientos de otros artículos noticiosos y artículos analíticos en las últimas semanas profetizaron la desaparición del asediado Primer Ministro de Israel.

Hoy, por supuesto, un Netanyahu triunfante está haciendo planes para un nuevo gobierno, y los medios de comunicación se deben estar preguntando por qué tienden a cometer el mismo tipo de errores de Dewey-Derrota a-Truman, ciclo tras ciclo, sobre las elecciones israelíes. Durante la última ronda en el 2013, David Remnick del New Yorker proclamó que “la historia de la elección es la implosión de la centro-izquierda y la fuerza vívida y creciente de la derecha radical.” Remnick no estuvo solo, tampoco. Expertos a través de todos los ámbitos predijeron el ascenso meteórico del político de derecha Naftali Bennett. De hecho, esto iba a ser el gobierno de “Darth Bennett.” Al final, el partido de Bennett, Bait Iehudí, reunió apenas 12 bancas en la Kneset, mientras que Yair Lapid de centro desempeñó un rol mucho más central en la formación del gobierno de Netanyahu.

Es un pequeño consuelo, tal vez, que los observadores fuera de Israel no sean los únicos que a menudo no pueden predecir lo que hará allí el sistema político. Los expertos israelíes a menudo hacen muy mal sus predicciones también. Mucho de eso tiene que ver con datos de encuestas que no siempre cuentan el cuadro completo. Pero hay bastante más que eso.

Los analistas occidentales ven a menudo al sistema parlamentario israelí a través de un prisma muy diferente y lo convierten en una ecuación binaria. Nosotros votamos azul o votamos rojo. Votamos por un político o el otro. Los votantes indecisos finalmente sopesan sus prioridades y votan según su conciencia.

Pero eso es juego de damas, mientras que los votantes y políticos israelíes deben jugar ajedrez. De hecho, es posible que los votantes israelíes no siempre aprecien totalmente la implicación del juego que están jugando. Cada voto en su sistema multi-partidista es una táctica bastante agotadora. Si votan por el partido que verdaderamente les gusta y apoyan, pueden no obtener el gobierno que desean. Por ejemplo, para los que apoyan el proceso de paz, un voto por el partido izquierdista Meretz podría significar menos bancas para el partido de centro-izquierda Avodá de Isaac Herzog, quien es el político israelí con posiblemente la mejor posibilidad de dar inicio a la diplomacia. De igual manera, para los halcones de la seguridad, un voto por el político derechista Avigdor Liberman podría significar menos bancas para Netanyahu y su partido de centro-derecha Likud, que está en mejor condición para seguir un programa de seguridad. Netanyahu mismo pareció estar jugando este mismo juego el día de la elección, cuando subió una advertencia en Facebook de que el Likud tenía que quitar la lealtad de los partidos de derecha más pequeños.

Los votantes israelíes comprenden esta dinámica. Ellos están al tanto de que sus votos tienen consecuencias mucho más allá de los simples números de bancas que obtiene cada parte.

Pero es imposible para ellos supervisar cómo impactarán sus votos en la cuenta final. Ellos simplemente no pueden saber qué impacto tendrá su voto en la composición final del gobierno. Es por esta razón que un estimado del 10% de los votantes israelíes está indeciso el día de las elecciones. Uno podría argumentar que los votantes israelíes están indecisos incluso después que echan su voto.

La complejidad del sistema israelí a menudo ha provocado que los encuestadores hagan dos preguntas cruciales antes de las elecciones: ¿Por qué partido votará usted? y ¿a quién quiere ver como primer ministro? La respuesta no siempre es la misma. Y este fue aparentemente uno de los indicadores que dieron esperanza al Equipo de Netanyahu, aun cuando las elegías para el primer ministro comenzaron a aparecer en publicaciones de alto perfil. De hecho, la suerte puede cambiar repentinamente para los políticos israelíes. Y en este caso, lo hizo.

El sistema israelí no ha sido siempre así. Los israelíes, entre 1996 y el año 2003, experimentaron con un sistema por el cual los votantes podían echar un voto por su primer ministro y otro por su partido. Pero como explica mi colega Emanuele Ottolenghi, esto alentó la división de boletas. “Muchos votantes rechazaron a los candidatos para la Kneset de Avodá y el Likud, optando en cambio por partidos más chicos con perfiles más nítidos, dejando a los dos partidos grandes con menos poder de negociación que nunca.” El sistema creó gobiernos inherentemente inestables, así que los legisladores regresaron al sistema de un voto, haciendo en cierta forma más fácil para los receptores de votos más grandes reunir las 61 de 120 bancas de la Kneset para formar un gobierno.

El sistema no ha hecho las cosas exactamente más estables en los últimos años. Continuamos observando a los gobiernos desmoronarse cada dos años—lejos de un mandato completo de cuatro años—debido a luchas internas en la coalición.

Pero incluso la política de coalición parece estar perdida para los observadores occidentales. Mientras las encuestas mostraban que los números de Netanyahu estaban decayendo, los analistas fallaron en destacar que Netanyahu podría perder la batalla al no lograr ganar la mayoría de las bancas, pero todavía ganar la guerra al estar en posición de reunir a suficientes miembros de la coalición derechista de otros partidos para que el presidente israelí Reuven Rivlin le asigne la tarea de formar un gobierno.

A pesar de una mentalidad de rebaño, que ha producido análisis fallidos durante dos elecciones consecutivas, pocos han tenido la integridad de admitir que estuvieron errados. Armin Rosen de Business Insider es una rara especie. A medida que iban llegando los resultados, él admitió en Twitter, “Hombre, escribí alguna cosa profundamente errada sobre la elección israelí de hoy.”

Mientras Netanyahu se propone crear su nuevo gobierno—uno que podría tan sólo incluir tan fácilmente o excluir a partidos de la izquierda–se nos recuerda que hay precisamente demasiadas razones como para no poner nuestra confianza en las encuestas y predicciones israelíes. Sin embargo la familiaridad de los medios de comunicación con el sistema abierto de Israel ha alimentado una falsa sensación de comprensión, que a veces es exacerbada por encuestas defectuosas. Y, en el caso de Netanyahu, quien es aborrecido en forma rotunda por la izquierda estadounidense, esa falta de entendimiento podría ser influenciada muy fácilmente por el desprecio y esperanza de su desaparición.

Los editores deben estar estremecidos por lo que salió como noticia la semana pasada. Tal vez serán emitidas algunas correcciones. Quizás algunas aclaraciones, también. Pero si hay salida para ellos, es esta: “La corrida bienal de los expertos en Israel” es peligrosa. Muchos son corneados. Pocos se alejan sin un raspón. Y finalmente, ¿alguien comprende realmente bien cómo funciona el sistema electoral israelí? Quizá no, a excepción tal vez de Bibi Netanyahu.

 

 

 Jonathan Schanzer es vicepresidente para investigación en la Fundación para la Defensa de las Democracias.

Fuente: Político

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México