Arnoldo-Kraus

ARNOLDO KRAUS

 

Dos citas como preámbulo. En su libro, El precio de la desigualdad, Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía (2001), explica el barranco en el cual se encuentra sumida la humanidad: “El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”. Uno de los protagonistas de la Ópera de los tres centavos (1928), del dramaturgo Bertolt Brecht, exclama, “Primero es el comer, y después viene la moral”. Economía contemporánea, teatro casi centenario. Radiografías del mundo desde los números y la ficción. Ambas reales: Pobreza como injusticia, injusticia como carencia de ética. Cavilar en los vínculos entre pobreza y ética es obligación.

Pocos se atreverían a ensalzar los modelos que rigen al mundo contemporáneo. Me refiero a los marcos impuestos por políticos, economistas, religiosos, y otros, no menos cruciales, como los provenientes de la Medicina o de la tecnología. El fracaso es patente: la brecha entre quienes acceden a una vida digna y entre quienes sobreviven con dificultad, crece sin cesar.

La pobreza atenta contra la estabilidad social. Injusticia, pobreza y falta de ética son un trinomio inseparable. Sociedades y familias empobrecidas constituyen una urgencia acuciante. No es posible hablar de una ética universal cuando pocos tienen todo y muchos tienen la necesidad de bregar cada día por su supervivencia, supervivencia, que se agrava por los bretes derivados de su propia miseria. Los círculos perversos se perpetúan y reproducen. Paradójicamente, riqueza y miseria comparten verdades: Ni una ni otra tiene límites.

El mundo dispar refleja la irresponsabilidad del Poder, y subraya el fracaso de quienes desde sus trincheras, con sus plumas, con su entrega e incluso con sus vidas, no han logrado enderezar el timón. Políticos, banqueros y religiosos, aislados o en contubernio, son los responsables de la pobreza. Unos, por falta de preparación y por actuar inadecuadamente —políticos—, otros, por robar ilimitadamente —políticos, banqueros, religiosos—, y algunos por no hacer, por callar o por ser cómplices —religiosos—.

La pobreza, como sentencia Brecht, solo entiende el lenguaje de la cotidianidad y de la supervivencia. Para los pobres, ensimismados ante la crudeza de la vida, amenazados por el vía crucis inherente a ella —desnutrición, promiscuidad, enfermedades sin dinero para afrontarlas—, les resulta (casi) imposible internarse en otros campos o armarse de saberes para confrontar el Poder. La realidad oscurece otras posibilidades. Suficiente esfuerzo es sobrevivir. Suficiente y compleja tarea es no caer en la violencia, no enlistarse en el narcotráfico, no emigrar, no depositar recién nacidos en basureros, no robar para librar el día, no matar para conseguir medicamentos.

Sin modelos sanos vigentes y ante los execrables ejemplos de políticos, banqueros y religiosos, ¿qué queda? Queda reinventar un orden que provea a los seres humanos de elementos para contestar. Queda la obligación de quitarle dígitos al 99% de la población mundial. La inefable asociación, pocos se salvan, constituida por banqueros, políticos y religiosos, no modificará su ruta. Al contrario, busca perpetuar sus dogmas, incrementar sus bienes y continuar la depauperación económica, educativa y moral de la población yerma de voz por carecer de recursos económicos y culturales, “primero es el comer y luego viene la moral”. Sin recursos, lo sabe el Poder, no hay elementos para ser contestatario. ¿Qué hacer? Remozar basura y redimensionar la ética laica y bregar por la justicia social, el ser humano y la Tierra. ¿Qué hacer? Cimentar un edificio ético donde el ser humano sea respetado y prevalezca el bien común sobre el interés privado.

Bregar por la justicia y aspirar a la felicidad son metas de la ética. Sin justicia es imposible pensar en un mundo moral. Si no se cuenta con los ingredientes necesarios —dignidad, libertad, alimento, descanso, autonomía, salud, techo, educación, agua potable— no es factible hablar de justicia e imposible pensar en una situación que semeje felicidad; sin esos elementos es inviable hablar de eticidad.

Dos siglos antes de Cristo, Terencio explicó su idea de la ética y formuló sus fronteras: “Hombre soy, nada de lo humano me es ajeno”. Cuando se cavila en el hambre, y en la desigualdad económica en el mundo, releer a Brecht, atender a Stiglitz y repasar a Terencio es necesario.

Notas insomnes. La ética y la empatía no son bienes genéticos. Es en casa y en la escuela donde se aprenden.

Médico

Fuente:eluniversalmas.com.mx