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YASHMINA SHAWKI

 

Cuando el 14 de mayo de 1948, se proclamó la Independencia del Estado de Israel, el incipiente movimiento nacionalista kurdo se encontraba inmerso en uno de los episodios más oscuros de su historia contemporánea.

Tras haber vivido una sucesión de revueltas, los kurdos habían puesto, sobradamente, de manifiesto su disconformidad con las políticas uniformizadoras de los diferentes gobiernos surgidos tras la desaparición del Imperio Otomano. Sin embargo, los esfuerzos por consolidar a los nuevos estados, hizo que prevalecieran los intereses de Gran Bretaña sobre Irak y los de Francia sobre Siria así como los del gobierno de Ataturk sobre la República de Turquía y del Shah Reza en Irán, es decir, que, en aras a garantizar la estabilidad de estos países, se obviaron los derechos y reivindicaciones de las minorías que los habitaban, entre ellos, claro está, los kurdos.

Así que, tras sofocar los levantamientos de las primeras tres décadas del siglo XX que, no se pueden considerar propiamente nacionalistas sino, en esencia, personalistas y tribales y, tras eliminar a sus líderes, el movimiento reivindicativo de los kurdos de Turquía e Iraq, quedó cercenado desde su raíz.

Sumida la región en una profunda reestructuración geopolítica y en una grave crisis económica y humanitaria, ecos de la Primera Guerra Mundial y la hecatombe financiera internacional subsiguiente, los kurdos se replegaron a las montañas de la mejor manera que pudieron, salvo en Irán. Y es que los esfuerzos centralizadores de Reza Shah, privaron a los kurdos de la explotación de los terrenos que solían utilizar, forzándoles a sedentarizarse. Este proceso supuso un grave perjuicio económico al privar a los kurdos de su tradicional modo de vida, ocasionando además una hambruna porque, con la sobreexplotación de los escasos pastos que rodeaban a las urbes, no se producían suficientes alimentos.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial y la aproximación de Reza Shah al bando alemán, propició que Gran Bretaña por el sur y la URSS por el norte se hicieran con el control territorial del país y derrocaran a su tirano en 1941. En medio del radio de acción de ambos ejércitos quedó la región kurda de Mahabad, donde la nueva situación y el aparente apoyo soviético favorecieron la formación del Partido Democrático del Kurdistán y, después, la declaración de independencia de la República Kurda de Mahabad. 

Pero, la “real politik” no tardaría en aclarar el espejismo nacionalista kurdo. Los soviéticos sólo querían ganar tiempo manteniendo bajo control, tanto a la nueva República de Azerbaiyán, de Irán como la de Mahabad. Una vez firmado un acuerdo para la explotación conjunta de algunos recursos petrolíferos entre los soviéticos e iraníes, los primeros abandonaron el territorio persa, dejando a los kurdos a merced del ejército iraní. La preferencia británica por negociar con estados grandes y estables frente a un potencial rompecabezas con una multitud de pequeños estados étnicos también permitió que el experimento kurdo sucumbiera.

La República de Mahabad, apenas duró desde su proclamación el 22 de enero de 1946 hasta la recuperación del territorio por parte del ejército iraní el 22 de diciembre de ese mismo año. Una experiencia única que, tal vez, hubiera podido sobrevivir, si, la URSS, no hubiera dejado de apoyar el proyecto de Qazi Mohamed aunque, es probable también que, ante la bisoñez de sus líderes, inexpertos en el ejercicio de la política, la carencia de medios económicos suficientes, la precariedad de las instituciones creadas a gran velocidad y el poco compromiso del mundo rural, hubiera sido cuestión de poco tiempo que sucumbiera.

En cualquier caso, fracasado el proyecto de Mahabad, con muchos de sus líderes asesinados y Mustafá Barzani exiliado en la URSS, los kurdos languidecían en el inicio de una era de opresión, mientras la declaración de independencia de Israel daba origen a una nueva esperanza para los judíos, al tiempo que comenzaba una guerra interminable con los árabes.

Son muchas las preguntas que surgen si comparamos la situación de judíos y kurdos en la década de los cuarenta del siglo pasado. ¿Por qué el proyecto israelí triunfó y el kurdo fracasó si el entorno era igualmente hostil? ¿Por qué si siendo ambas comunidades milenarias y teniendo una vocación independentista los judíos gozan de un estado democrático desde hace siete décadas y los kurdos apenas si pueden presumir de una región autónoma desde hace una?

Es difícil hacer comparaciones, a pesar de los indudables paralelismos, cuando se habla de comunidades con historias y trayectorias tan diferentes. Durante el Imperio Otomano, el “status quo” de los kurdos, como musulmanes, fue mucho mejor que el de los judíos sometidos a su propio yugo. La encarnizada persecución que han venido sufriendo los judíos a manos de todas las civilizaciones con las que ha compartido historia es mucho más larga e intensa que la que han sufrido los kurdos quienes, comenzaron a ser víctimas de prácticas genocidas en la década de los veinte en Turquía y después en los ochenta en Iraq.

Por ello, la conciencia “nacional” de los judíos es anterior a la percepción identitaria kurda. Si bien la publicación de la obra de Theodor Herzl, “Der Jundenstaat”, el “estado judío” en 1896 se suele tomar en consideración como el punto de partida de esta idea, lo cierto es que, ya otros autores como Moses Hess con su obra “Roma y Jerusalén” de 1860 y Leo Pinsker con su “Autoemancipación” de 1882 venían hablando de la creación de un estado judío.

Años después, la “inteligencia” kurda constituiría algunas sociedades de ámbito “cultural” para reivindicar la preservación de sus tradiciones y lengua al final del Imperio Otomano y también publicarían, el periódico “Kurdistán” de 1898 a 1902, etc. Sin embargo, los primeros “movimientos” de interés nacional cultural no permeabilizaron a la sociedad kurda, manteniéndose como un fenómeno casi exclusivo de las élites mientras en el caso judío el apoyo fue mayor. La percepción nacional kurda vendría dada por el contacto con las potencias extranjeras ocupantes, con la llegada de la ideología socialista, la potenciación de la vida urbana, el aumento de los medios de comunicación, el nacimiento de la industria, etc., a partir de la década de los treinta.

Los judíos, además, como ya se ha comentado anteriormente, tenían una larga trayectoria de persecución y opresión que incentivó su interés asociativo – defensivo frente a la pasividad de los kurdos quienes, musulmanes, en su mayoría, se sentían parte del Imperio Otomano y, por lo tanto, no percibían la necesidad de formar otras estructuras sociales más allá de la tribu y sus confederaciones las cuales habían funcionado a la perfección durante siglos.

Por ello y muchos más motivos que no pueden ser objeto de este pequeño comentario, pese a las innumerables dificultades, a la falta de resolución del enfrentamiento con los árabes y la reluctante aceptación de la Comunidad Internacional, los judíos pudieron consolidar su estado desde 1948. Los kurdos, tras el intento fallido de 1946, divididos territorialmente, enfrentados a los gobiernos nacionales y desunidos cuando no peleados políticamente entre sí, han tardado todo el siglo XX en liberarse de los lastres del personalismo, la dicotomía entre tradición tribal y modernización, para acceder a un Gobierno Autónomo en el norte de Iraq. Un gobierno al que, a la vista de cómo los kurdos van ganando terreno a los criminales de Daesh (ISIS), cada vez se percibe más como el germen de un potencial estado kurdo.

 

 

* Escritora y periodista española especializada en temas árabes, hija de padre kurdo y madre gallega.

 

Fuente:aurora-israel.co.il