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ANDRÉ MOUSSALI EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Mi hijo y mi nuera me recomendaron ir a una reunión de adultos judíos solteros en Panamá, porque les preocupa que un hombre viva solo y yo enviudé hace dos años.

Cuando me comuniqué con mi primo a Ciudad de Panamá y le conté el propósito de mi viaje, su esposa me cuestionó: “¿qué ya no hay mujeres solteras en México como para que tengas que venir a Panamá a buscarlas?”. En realidad tenía razón; me imagino que en la Ciudad de México hay muchas solteras, viudas o divorciadas, y no hace falta ir a buscarlas tan lejos. Pero de todos modos me fui a Panamá pensando que, si no podía conocer a una compañera, tal vez sería bueno volver a ver a mis primos y a mi tía de 92 años de edad.

Fui recibido en el aeropuerto por personal del evento, que me condujo directamente a mi hotel. Llegando ahí me comuniqué con mis primos, y me dio mucho gusto volverlos a ver así como visitar a mi tía a la que no veía desde hace más de una década. Mi prima me presentó a sus amigas que quedaron viudas o están divorciadas. Eran mujeres agradables, pero yo tenía curiosidad de conocer al grupo que organizó la reunión.

El miércoles mi primo me mandó a su chofer para que me llevara al paseo obligatorio de cualquier turista que visita ese país: ir a admirar la obra que se llevó a cabo a principios del siglo XX, el canal de Panamá, para que los barcos pudieran pasar del océano Atlántico al Pacifico; y el pequeño museo que muestra las vicisitudes por las que tuvieron que atravesar los obreros para ir abriendo el terreno, vencer las inclemencias del tiempo y cortar las enormes rocas, primero con un equipo rudimentario y luego con otro que fue construido especialmente para lograr esta hazaña. Una obra maravillosa surgida de la mano del hombre.

La noche del jueves me recibió una de las organizadoras del encuentro y me condujo en su automóvil a la sesión de presentación. Yo le pregunté si era soltera, a lo que me respondió inmediatamente que tenía un novio. Según me explicó después, ella quería marcar una distancia. Se me hizo un comentario un poco extraño, o ridículo, ya que de entrada me cerró las puertas y si eso fue con la organizadora, ¿cómo sería con las demás?

En el cóctel de bienvenida había varias mujeres de edad ya un poco avanzada y con arrugas bastante pronunciadas. Recordé entonces un comentario que me había hecho mi primo: “¿Llevas una plancha?” En ese momento entendí a qué se refería.

Es sorprendente ver cómo algunas mujeres que pasan de los 50 años se descuidan y, poco a poco, van perdiendo  la firmeza de sus músculos y de su piel, y adquiriendo redondeces un tanto pronunciadas por falta de ejercicio o de interés en sí mismas.

Me encontré con un antiguo amigo de Líbano, al cual no había visto desde hacía más de 25 años. Él siempre fue un soltero empedernido y me confesó que estaba muy satisfecho con su situación, ya que pertenece a la tribu de los Cohanim y no puede casarse con una divorciada. Me pregunté entonces qué es lo que pretendía asistiendo a este tipo de reuniones. Más tarde me comentó que las judías divorciadas o viudas de Panamá no venían a este tipo de eventos, porque se consideraban de una categoría superior.

Charlé luego con algunas mujeres con quienes me había contactado a través del sitio “Jewish Dating”, y a quienes veía por primera vez en persona. Desde luego, las fotos engañan. Sobre una de ellas me confiaron que paso una época en un psiquiátrico; otra se quedó soltera durante toda su vida, porque nadie quiso casarse con ella. Así que para aguantar la noche, ahí estaba yo  tomando un whisky tras otro y riendo a carcajadas; efecto del alcohol me imagino.

El viernes por la mañana abandonamos nuestro hotel en la ciudad para ir a una de las playas más famosas de Panamá. Llegando ahí nos instalamos en nuestros cuartos y tuvimos que permanecer en ellos durante un buen tiempo, porque caía una lluvia torrencial. En la noche nos dirigimos a un salón especial, para tomar ahí la cena todos los asistentes juntos. Durante la sobremesa nos  presentamos unos a otros. Me percaté de que entre los 80 presentes había varias mexicanas que andaban buscando lo mismo, y una que otra estadunidense que venía de Miami.

Pensé que lo más importante de estos tres días que duró el evento sería conocernos entre  compatriotas, pero eso no sucedió; y lo más insoportable fueron algunas mujeres que, al ser un poco más agraciadas, se sentían irresistibles y se daban sus aires de grandeza.

Entendí entonces rápidamente por qué la gente se queda soltera y por qué después de dos divorcios y varias aventuras, tanto hombres como mujeres siguen buscando lo imposible. Me pregunté también si de este tipo de encuentros puede surgir alguna pareja. Muchos ya habían asistido a varias de estas reuniones que se organizan cada tres o cuatro años en un país diferente. Ya casi al final, nos presentaron a una pareja que efectivamente había surgido de una de ellas.

En esta ocasión el clima tampoco ayudó, ya que la mayor parte del tiempo estuvo lloviznando. Lo único que se organizó de vez en cuando fueron los rezos, con un señor que se ofreció para dirigir las oraciones matutinas y sabatinas.

En una ocasión, subido de copas, me dirigí a los organizadores para decirles que estaba muy molesto, porque le pedí un beso a una de las asistentes y ella se negó rotundamente. Al siguiente día, cuando se había pasado el efecto del alcohol, tuve tanta vergüenza que ni siquiera me atreví a dirigirle la palabra.

Fue una convivencia un tanto inusual, en la que quedé bastante impresionado con el tipo de personas que asisten. Me imagino que muchas de ellas se divirtieron bastante. Un tipo que conocí en el camino de regreso me confesó que había guardado el número telefónico de tres de las asistentes.

De regreso a la ciudad de México, uno de los masajistas del Centro Deportivo Israelita, al cual yo le había comentado que iba a ir a esta reunión, me dijo que tal vez el problema no eran los asistentes de los que yo me quejaba, sino que el problema era yo.  Quizás tenga razón. Tal vez por quedarme al margen y no querer participar, éste fue el resultado.

Sin embargo, y a pesar de todo, si no fuera por ver a mis parientes, mejor me hubiera quedado en casa ahorrando tiempo y dinero.