Esta semana un judío fue apuñalado por la espalda por alguien que vociferaba “Allahu Akbar”. Pero no sucedió en Oriente Medio sino en medio de la República Oriental del Uruguay, en una ciudad de provincias de un pequeño y pacífico país de Sudamérica, en las antípodas del avispero musulmán.

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JORGE ROZEMBLUM

Se lo cuento porque, si sólo se informa por medios españoles, no se habrá enterado. El primer atentado de un lobo solitario yihadista en esa parte del mundo no tuvo la misma repercusión en nuestra prensa que la acogida hace unos años de presos de Guantánamo por parte del anterior y mediáticamente adorado presidente José Múgica y que hoy trae de cabeza a la sociedad uruguaya. Incluso el actual presidente Tabaré Vázquez tardó más de 48 horas en emitir un comunicado de condena ante un tipo de crimen desconocido en el país hasta entonces, a excepción del realizado por el neonazi Héctor Paladino en 1987. Claro que es más fácil repudiar a la extrema derecha que a los islamistas, emitir condenas contundentes ante las acciones del estado de los judíos que de los genocidios musulmanes.

Los medios en nuestro idioma hace tiempo que no sólo justifican la ola de atentados con cuchillos, atropellos, disparos y piedras en Israel como síntomas de la “frustración nacional palestina”, sino también las masacres yihadistas en Europa por su responsabilidad histórica en el trazado de fronteras en la zona. O las realizadas en EE.UU. como castigo por la prepotencia militar del pasado. ¿Y Uruguay? ¿Acaso Paysandú aparece mencionado en su Libro Sagrado? No, pero del mismo modo que Jerusalén tampoco lo hace ni siquiera una vez, puede que a partir de ahora lo reivindiquen, si no como parte de las tierras que alguna vez formaron el mundo musulmán, sí como objetivo del Califato Global con el que sueñan de Raqqa a Mosul, de Sirte a Jakarta, de Gaza a Berlín, de Moscú a Paysandú.

Dicen que el batir de las alas de una simple mariposa puede generar catastróficos efectos en el clima de una zona muy alejada. Una noticia ignorada en principio (la muerte de un comerciante judío en “la otra punta del mapa”) podría (debería) despertar a las sociedades en las que damos por irreversibles libertades y principios en temas como la mujer, la identidad sexual o el primordial derecho a creer en lo que uno quiera. Todo está en peligro: AQUÍ, a nuestras espaldas, cuando nos bajamos del coche, vamos a un supermercado en Petaj Tikva o viajamos al trabajo en tren como sucedió hace exactamente 12 años en Madrid. Y tenemos la responsabilidad de exigir verdad y contundencia a los que nos informan y gobiernan, no por ser judíos. Los asesinos fanáticos no se preguntan quién está delante del filo. La sangre derramada por esta locura nos mancha a todos, por alejados que vivamos del ojo de la tormenta.

 

*El autor es director de Radio Sefarad.


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