IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – En 1993, Germar Rudolf publicó el reporte de una investigación con la cual pretendidamente demostró que el extreminio masivo de judíos durante el Holocausto no era posible y, por lo tanto, no era verdad. Desde entonces, los más entusiastas negadores del Holocausto siguen apelando a este “documento científico” como una prueba contundente de que los seis millones de judíos asesinados por el Nazismo son sólo un montaje.

Sin embargo, en los medios académicos y especializados donde se debate el tema del Holocausto, el Informa Rudolf ya no se usa como una prueba contundente de nada. ¿Por qué esta diferencia de actitudes hacia este trabajo? Mientras que en la mayoría de los círculos de análisis es irrelevante, los negacionistas siguen apelando a que “el Informe Rudolf es un documento científico que no ha sido refutado” y que, por lo tanto, “demuestra” que el Holocausto no fue un hecho histórico.

Empecemos por donde hay que empezar: ¿De qué se trata el Informe Rudolf? Rudolf es químico de profesión. Su análisis se enfocó a los restos químicos que todavía se pueden encontrar en Auschwitz (especialmente restos de cianidos), y a partir de ello hizo un detallado desglose de la posibilidad de que en los hornos crematorios del Campo de Concentración de Auschwitz-Birkenau se hubiese podido utilizar la cantidad suficiente de gas Zyklon B para matar a un millón de personas.

Rudolf llegó a la conclusión de que la historia, tal como se ha contado, es imposible. De acuerdo a sus conclusiones, ni siquiera en Auschwitz se pudo usar el suficiente gas Zyklon B como para provocar la masacre que, pretendidamente, sucedió allí.

No fue el primero en hacerlo. Previamente, Fred A. Leuchter había presentado un trabajo similar, pero su impacto fue limitado debido a que fue refutado con relativa facilidad.

En ese aspecto, hay algo que no se puede negar del Informe Rudolf: su metodología es correcta, y su análisis de la información relacionada con la química de Auschwitz es adecuada. Nunca se ha negado que, en este tipo de asuntos, el de Rudolf ha sido el trabajo científico más serio y correctamente llevado a cabo.

En términos estrictos, no ha sido refutado.

¿Se demuestra, entonces, que el gaseamiento de dos millones de personas en Auschwitz no pudo ser posible, y con ello se prueba que el Holocausto sólo ha sido un montaje propagandístico?

No. Curiosamente, lo que se demuestra son cosas muy diferentes. Particularmente, las taras culturales que arrastra el negacionismo del Holocausto. En términos objetivos y simples, es completamente irrelevante refutar el Informa Rudolf. Y resulta sorprendente que sus entusiastas fans no se hayan dado cuenta de ello.

Hay un primer problema con la postura de los negacionistas que apelan al Informe Rudolf como la prueba “contundente” de que el Holocausto no existió: la Historia, como disciplina, no se bas exclusivamente en una sola fuente de información. Menos aún, en un análisis químico. Se tienen que tomar en cuenta todas las aristas del problema.

Rudolf no es un historiador. Su reporte se limita exclusivamente al tema de la química de Auschwitz y, como puede deducirse, nunca se dedicó en forma al análisis de la otra evidencia.

¿A qué otra evidencia me refiero? A los millones de archivos recopilados por el International Tracing Service (ITS), la institución del gobierno alemán y a cargo de la Cruz Roja Internacional, con sede en la población alemana de Arolsen, en donde se preserva la documentación sobre 17.5 millones de víctimas del Nazismo.

La postura de Rudolf ha sido simplista en extremo y con ello ha demostrado que no tiene mucha idea de cómo se hace una investigación histórica. Para él, los resultados de su análisis son contundentes y los testimonios de las víctimas o de los testigos presenciales simplemente no cuentan. Deben ser descalificados y ya.

El problema de criterio se amplía si se toma en cuenta que el Holocausto no fue sólo “cámaras de gas en Auschwitz” con un total de entre 1.1 o 1.3 millones de víctimas mortales. Como ya se mencionó, el ITS tiene documentación de 17.5 millones de víctimas, que van mucho más allá de los 6 millones de judíos.

Además de las dos plantas en Auschwitz-Birkenau, hubo por lo menos medio centenar de Campos de Concentración. A eso hay que agregar que las hornos crematorios no fueron la única metodología de exterminio implementada por el Nazismo.

Por lo tanto, toda demostración de que el Holocausto habría sido un montaje y no un hecho histórico debe pasar, obligadamente, por una refutación puntual de toda la información que existe sobre el tema, no nada más un análisis de la química de Auschwitz. En el más optimista de los casos, eso sólo pondría en entredicho la situación de un poco más de un millón de víctimas.

En 1998, Richard J. Green publicó una serie de artículos en donde señaló los defectos en la perspectiva de Rudolf (nótese: los defectos de perspectiva y criterio, no en su metodología de investigación).

Rudolf se arriesgó a mantener un intercambio de opiniones por escrito, y con ello –involuntariamente– evidenció sus severas carencias de comprensión de lo que es el análisis histórico.

Un punto relevante de la discusión entre Green y Rudolf fue si la química era una prueba definitiva para demostrar o refutar el Holocausto. Al final, ambos coincidieron en que no lo es. Rudolf le contestó de este modo a Green:

“… no tiene demasiado sentido discutir los problemas químicos del Zyklon B cuando se ha demostrado que no había manera de introducir este gas del modo que ha sido descrito por los testigos…

“… consecuentemente, debemos concluir que la química no es la ciencia con la capacidad de probar o refutar rigurosamente los gaseamientos de humanos en Auschwitz… esto no es una prueba rigurosa, pero es la bien fundamentada opinión de un experto. Yo nunca he dicho que probé rigurosamente todo esto.

“El resumen de mi reporte, tal y como lo he condensado, es este:

“Mientras estuvo en operación, no hubo hoyos en el techo de las supuestas cámaras de gas del Crematorio II en Birkenau, que se supone fue la cámara de gas más frecuentemente utilizada. Y es muy probable que no hubiera hoyos en el gemelo Crematorio III. Sin hoyos, no pudo haber gaseos de acuerdo al escenario descrito por los testigos presenciales; sin esos gaseos, no hay testigos presenciales de confianza, y sin ellos no hay evidencia del Holocausto. O, como Robert Faurisson lo explico:

“No hay hoyos, no hay Holocausto.

“Más allá de eso, estoy convencido de que la química no es la ciencia que puede probar o refutar rigurosamente ningún alegato sobre el Holocausto. Tenemos mucha evidencia circunstancial que, especialmente en conjunto con el resto de la evidencia, nos permite llegar a la conclusión de que el asesinato masivo por gaseo, tal y como lo describen los testigos presenciales, no pudo realizarse. Pero respecto al argumento químico, ninguna certeza absoluta puede plantearse”.

En esas, las propias palabras de Rudolf, se encuentran todos los errores de criterio –tanto de Rudolf como de sus entusiastas– que en su momento le señaló Green, y que yo he explicado en los párrafos previos.

El primero es de sus fans, ya que el propio Rudolf admitió que el debate no estaba en la cuestión química. Por ello, su reporte no requiere ser refutado “científicamente”. Si Rudolf llegó a la conclusión de que no hubo Holocausto fue por otras razones, no directamente por sus conclusiones químicas. De hecho, Rudolf mismo redujo su investigación química a “la opinión de un experto”, descartando que fuera “una prueba rigurosa” respecto a nada.

Para Rudolf el asunto es muy claro: se trata de una cuestión de arquitectura (“no hay hoyos, no hay Holocausto”). Esa es la lógica que le da sentido a su investigación química: el problema no es si el gas Zyklon B podía matar a tanta gente. Es obvio que sí, y Rudolf lo sabe. El problema –según Rudolf– es que no había modo de introducirlo a los crematorios en las cantidades necesarias para ello.

Luego afloran sus demás errores de criterio: según su extraña lógica, sin esa posibilidad arquitectónica, no hay gaseos; sin gasesos, no hay testigos.

Es –dicho sin tapujos– una tontería. Los testigos están allí. Más allá de los testigos concretos respecto a Asuchwitz, está toda la documentación sobre más de 17 millones de víctimas.

Rudolf intentó resolver ese “pequeño detalle” de un modo demasiado simple y, naturalmente, no lo logró. ¿Qué se hace con miles de testimonios directos sobre Auschwitz y millones de archivos sobre todo el Holocausto, en contraposición a una investigación como la de Rudolf?

Para descalificar a todos y cada uno de los testimonios y los archivos, habría que analizarlos directamente. Y eso no se logra analizando los restos químicos de Auschwitz. En contraste, para descalificar el Informe Rudolf hay que analizar su contenido. Y aquí llegamos al detalle que los entusiastas de Rudolf nunca quieren tomar en cuenta.

Cierto: la metodología científica de Rudolf fue correcta. Pero cualquier trabajo científico, aunque sea correcto y asertivo en su metodología, puede llegar a una conclusión errónea si la premisa inicial está mal planteada. En ese caso, toda la precisión científica sólo logra una equivocación con precisión científica. Y no por el hecho de gozar de dicha precisión se elimina la realidad de que hay una equivocación.

¿Cuál fue la premisa inicial de Rudolf? Que no había manera de introducir el gas en los crematorios de Auschwitz.

Ese no es argumento científico; no es resultado de su propio análisis. Por el contrario: los resultados de su análisis se basan en el dato de que no había modo de introducir el gas (“no hay hoyos…”), dato que Rudolf dio por absoluto y fuera de toda duda.

Entonces, es allí donde se centra el debate: si se puede demostrar que, efectivamente, no había modo de que en Auschwitz se usara el gas Zyklon B en grandes cantidades, el Informe Rudolf tiene sentido. Pero si eso no se puede demostrar, el Informe Rudolf, de principio a fin, queda reducido al divertimento de un químico que ya tenía un juicio a priori cuando empezó su investigación (el peor error que puede afectar cualquier investigación científica, aunque luego se haga con todo rigor).

¿De dónde sacó Rudolf la idea de que los gaseamientos no eran posibles en Auschwitz? En sus propias palabras:

“… tal y como se demuestra en la ilustración… ofrecida por John Ball, la localización de los cuatro puntos no corresponden con la localización ni el tamaño de los hoyos que actualmente se pueden apreciar en el techo colapsado de la Morgue 1 del Crematorio II. Con ello, hemos demostrado que es imposible que esos puntos sean hoyos”.

Rudolf, en este párrafo, se refiere a las fotografías aéreas analizadas por John Clive Ball en sus trabajos sobre la evidencia fotográfica aérea de los campos de concentración.

Ball siempre se presentó a sí mismo como un “especialista en fotografía aérea”, y sus opiniones han sido admitidas como un dogma por los negacionistas. De hecho, han sido fundamentales para los trabajos de diversos autores de esta línea, como Zündel, Leuchter, Irving y Rudolf.

En sus investigaciones, Ball llegó a la conclusión de que la estructura de los crematorios de Auschwitz no incluia los famosos “hoyos” que luego mencionaron Faurisson y Rudolf.

Pero ¿qué tan cierto es que no existen esos hoyos? El comentario de Rudolf que hemos citado evidencia un problema: los hoyos allí están; él mismo los menciona como parte de los restos del techo colapsado de la Morgue 1 del Crematorio II.

Peor aún: es un hecho que existe evidencia fotográfica aérea donde se pueden apreciar esos hoyos.

¿Cuál fue la explicación de Ball respecto a esos hechos? Que eran evidencia “fabricada” o “manipulada”.

Es decir: se trata de un rudimentario argumento de “claro, tienes evidencia a tu favor, pero no cuenta porque es evidencia manipulada”.

El único sustento que tienen los negacionistas para aceptar la opinión de Ball como realidad objetiva, es que Ball es un “especialista en fotografía aérea”. Incluso,todavía en 1997 podía leerse en la página web de Ball un slogan que decía que “las interpretaciones fotográficas de Bell y la precisión de sus mapas nunca han sido desaprobadas por ningún otro experto en fotografía”

Pero ¿realmente es cierto? Ball es geólogo de profesión. En su curriculum sólo se menciona que en 1981 tomó un curso de análisis de fotografía aérea. ¿Eso lo convierte en especialista?

En 1988, Ernst Zündel fue procesado por la Corte de Toronto por negar el Holocausto, y su defensa solicitó a John Ball como testigo, apelando a su calidad como “especialista en fotografía aérea”. Ball fue llamado a testificar en la corte, pero su testimonio finalmente fue desechado. La Corte señaló que era legítimo apelar a la evidencia de la fotografía aérea, pero que Ball no tenía los méritos académicos ni profesionales adecuados para ser considerado un especialista en la materia.

Luego vino el penoso encuentro con Michael Shermer en 1995. Shermer era el editor de la revista “Skeptic”, y en 1997 publicó un libro llamado “Por qué la gente cree en cosas extrañas”. Tanto para la revista como para su libro, entrevistó a Ball.

En su libro, Shermer escribió lo siguiente: “De acuerdo con Ball, las fotografías fueron manipuladas, marcadas, alteradas y falsificadas. ¿Por quién? Por la CIA, con el objetivo de acoplar la historia a cómo la han presentado en las mini-series televisivas sobre el Holocuasto. Gracias al Dr. Nevin Bryant, supervisor de aplicaciones cartográficas y procesamiento de imágenes en el Jet Propulsion Laboratory de Caltech-NASA en Pasadena, California, pude conseguir que las fotos de la CIA fueran debidamente analizadas por personas que sabían lo que estaban buscando. Nevin y yo analizamos las fotos usando recursos y técnicas digitales que la CIA no tenía en 1979. Pudimos demostrar que las fotos no fueron manipuladas, e incluso encontramos evidencia de actividad de exterminio”.

Allí se derrumbó el teatro de Ball. Justo en 1997, un equipo de especialistas de la NASA que se dedican justo al análisis de fotografía aérea, lo desmintió.

Jamie McCarthy contactó a Ball en 1998 por correo y le señaló lo siguiente:

“Usted ve en las fotografías cosas que no están allí, y las dibuja para el resto de nosotros; cosa que no me impresiona demasiado. Usted tiene una muy pobre formación en el tema que pretende analizar, y no tiene credenciales como experto en fotografía aérea. Su análisis ha sido expuesto por un verdadero especialista del JPL, entre otros lugares, en el libro de Michael Shermer, y su silencio al respecto me dice todo lo que necesito saber”.

Ball no le contestó directamente a McCarthy, pero puso una nota en su página web en la que citaba este párrafo, y contestaba lacónicamente “estudié interpretación de fotografía aérea en la universidad”. Respecto a la crítica de que nunca intentó refutar a Shermer, colocó otra nota igual de escueta: “le pedí a Shermer una copia del reporte del supuesto especialista en fotografía, pero todavía no recibo respuesta”.

McCarthy insistió y volvió a escribir a Ball para preguntarle qué tipo de clases tomó sobre fotografía aérea, los temas, si tenían créditos válidos para la currícula, y si eran parte de los estudios de grado. McCarthy nunca recibió respuesta.

En contraste, Shermer contestó inmediatamente a McCarthy cuando este le buscó para hablar del reporte de Nevin Bryant (el “supuesto experto”, según Ball).

Shermer comentó que el último contacto que había tenido con Ball había sido un poco antes de la publicación del libro varios años atrás, y que desde entonces no había vuelto a saber nada de él.

Peor aún: Shermer le explicó a McCarthy que no existe un “reporte” del Dr. Nevin Bryant. Si Ball decía que había requerido eso, es porque ni siquiera estaba enterado del trabajo que se hizo. El único reporte que existe fue el elaborado por el propio Shermer, aunque la colaboración de Bryant y su equipo de especialistas fue capital para su elaboración. El reporte fue publicado como parte del libro “Denying History”, escrito en co-autoría por Michael Shermer y Alex Grobman, y publicado por la University of California Press en 2002.

Ese ha sido el penoso paso de John Ball por el tema del análisis de fotografías aéreas. Y sus análisis son los que han servido como premisa inicial para investigaciones como las de Leuchter y Rudolf.

Por eso reitero: no se necesita refutar el Informe Rudolf.

El meollo de la discusión no está en el análisis científico de Rudolf, sino en el análisis fotográfico de Ball. Allí es donde se sostiene o se derrumba todo.

Y la realidad es que dicho análisis fotográfico está refutado. Por lo tanto, el Informe Rudolf queda reducido a mero divertimento científico, y sus conclusiones y las de otros sobre la imposibilidad del Holocausto se derrumban por su propio peso.

Lo más patético es que, al final de cuentas, el argumento central de Ball es sólo un cliché paranoide conspiracionista.

Es decir: Ball estaba consciente de que había evidencia fotográfica que lo desmentía. ¿Solución? Decir que “fue manipulada por la CIA”. Cosa que nunca pudo demostrar, y en la que más bien fue rotundamente desmentido por los mejores especialistas en la materia.

¿Solución? Extender el argumento: los mejores especialistas en la materia (es decir, el Dr. Nevin Bryant y su equipo de trabajo en la NASA, entre otros) seguramente también están manipulados por la CIA, o peor aún: por los judíos.

Esa es la ventaja del argumento paranoico conspiranoide: se reproduce a sí mismo y le concede al negacionista la maravillosa ventaja de no tener que pensar, ni investigar, ni demostrar. Cuando se topa con la contundente realidad, que incluye análisis hechos por especialistas de la NASA o archivos sobre 17.5 millones de víctimas del Nazismo resguardados por la Cruz Roja Internacional y el gobierno alemán, siempre puede responder “oh, pero es que todo eso es información manipulada por los judíos…”.

Y listo. Ya no tiene que discutir. El mundo se soluciona así de fácil.

Acaso lo único interesante respecto al Informe Rudolf es que se supone que se trata de la prueba científica más rigurosa que ha desmentido al Holocausto.

Y, sin embargo, cuando se empieza a desenredar la madeja, sucede lo mismo de siempre. Empezamos por el propio Rudolf diciendo que sus análisis químicos no podían ser pruebas concluyentes de nada, y refugiándose en las investigaciones de John Ball; luego, llegamos a todo eso que demuestra que Ball está muy lejos de ser un especialista en la materia y que sus trabajos no valen el papel en el que se han publicado, y terminamos con la rutina obligada: los judíos somos malos, lo dominamos todo, lo manipulamos todo, engañamos a todos.

Es decir, nada. No tienen nada. Ningún argumento sólido ni relevante.

Sólo un profundo odio visceral contra los judíos. Justo eso que provocó el Holocausto.

La información sobre Rudolf, Ball, Shermer y McCarthy fue tomada de la página web de The Denying History Project, cuyo objetivo es preservar la memoria del Holocausto, del Holodomor (el “holocausto ucraniano”) y de la matanza de Namking, refutando a quienes se han dedicado a negar la historicidad de estos crímenes contra la humanidad.