BECKY RUBINSTEIN F.

Me lo pregunten o no, les diré: conozco a Amos Oz, las calles por las que caminó, la gente que lo rodeó desde que era pequeño y su padre trabajaba como bibliotecario en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Conozco a su tío abuelo, el profesor Klauzner, un prominente intelectual, contemporáneo de Ben Yehuda, “Padre del hebreo moderno”; de Shai Agnón, Premio Nobel de Literatura y de Tchernijovsky, eminente poeta hebreo.

También tengo el honor de conocer a su madre, Fania Mussman, quien en su juventud dejó la Universidad de Praga para matricularse en la Universidad Hebrea que no acababa de dejarse morir, hasta que exhaló, para desgracia, sobre todo, de su joven hijo en temprana edad. ¿Sabrá ella que Amos es padre de dos dos hijos, Galia y Daniel, quienes crecieron de la mano de un padre, arrullados por las historias que nacen y marcan?

Amoz Oz –cuyo nombre se remonta a los profetas de Israel, a ojos del tío Yosef , “Un niño inteligente y extraordinario como pocos, que remueve cielo y tierra con sus travesuras”, el único hijo de sus queridos Fania y Yehuda Arie, cuyo nombre está tomado del profeta de Tecoa, cuyo apellido Oz–imaginamos, está ligado al sabra, al nativo de Israel, quien se asentó en una tierra por sembrar, por cosechar, por construir, en potencia más que en acto de convertirse en verdadero y ejemplar vergel.

Y aunque alguien ponga en duda que conozco desde hace tiempo a Amoz Oz y a sus hijos, confesaré que Galia y Daniel son escritores que luchan por no copiar a nadie, por ser auténticos, por no ser un calco de su progenitor, mientras más reservado y crítico, más renombrado y más público. Fatal agonía de quien profetiza con el riesgo de ser repudiado, lapidado o considerado un falso profeta. Ella, optó por el cine, la televisión y la literatura infantil; él se apasionada por el jazz, la poesía y la filosofía. Les viene, podríamos asegurar, de familia: su tío abuelo el doctor Klauzner llegó a ser secretario de la Academia de la Lengua al llegar a Jerusalem en 1919, antes de ser nombrado catedrático de Literatura Hebrea en la Universidad, que fue inaugurada en 1925. Esperó –de acuerdo a Oz, su sobrino carnal, que le asignasen el departamento de Historia de Israel o al menos los estudios de Historia del Segundo Templo. Su sueño se cumplió no de inmediato, sino al cabo de unos veinte años, cuando se crea la cátedra de Historia del Segundo Templo sin que el tío Yosef, renunciara a su puesto de maestro.

Asimismo, puedo reconocer, hasta de lejos, al padre de Amoz, entregado en cuerpo y alma a su trabajo en la Biblioteca de Har ha- Tzofim, autor de La novela en la literatura hebrea, para él un hijo más, cuyo prólogo fue escrito por el erudito tío Klauzner, y por el que brindó en familia con su esposa y su único hijo de carne y hueso, durante su vida autor prolífico de más de un título. En su haber se encuentran once novelas, entre las que destacan Mi marido Mijael (1968) Un descanso verdadero (1982) La caja negra 1987 No digas noche (1994), El mismo mar (1998) y Una historia de amor y oscuridad (2 002), además de autor de ensayos como Under the blazing light (1978) y All our hopes (1998) entre otros, donde promulga el acercamiento entre Israel y sus vecinos palestinos.

También conozco a Alexander el abuelo de Amos, bisabuelo de Galia y Daniel, quien hablaba un hebreo personal y por nada del mundo permitía que le corrigieran o que le hicieran las más mínima observación. Por ejemplo, al barbero, en lugar de llamarlo sapar, lo llamaba sapán, o sea marinero, la barbería se llamaba mispaná, o sea astillero, en vez de mispará. Ironía de la vida, su nieto se convirtió en escritor clave dentro y fuera de Israel; quien diría, una nueva ironía, los abuelos hablaban idish de manera cotidiana –una mezcla de ruso e idish, pero sólo discutían en idish.

El abuelo hablaba a su esposa y a su hijo único -a los inquilinos, a la sirvienta, a la cocinera y al cochero nos hablaban sólo en ruso; en el instituto Tarbut se hablaba únicamente hebreo; en casa de los abuelos se hablaba ruso y hebreo, el idioma bíblico, para que los padres no entendieran. Nunca hablaban idish, relacionado a gritos y reprimendas. Amoz Oz me los dio a conocer, y cada vez los conozco mejor…

Y entre tantas conocencias, admito haber conocido de cerca, muy de cerca, Tel-Aviv, sus calles, sus edificios al estilo Bauhaus, y, sobre todo, su mar, en el que – durante mi estancia de más de dos años, como estudiante del Seminar ha-Kibutzim – me bañaba a muy temprana hora, para huir de la ola del calor veraniego. También conocí la Jerusalem -recién liberada por Tzahal, en compañía de mis parientes, orgullosos de su Moledet, de su Tierra y de su ejército, que evitó que los países árabes vecinos, cumplieran con sus amenazas y arrojaran a los judíos al Mediterráneo, tal cual tenían planeado-. Luego, la conocí mejor, con mi madre – que llegó de visita- con quien celebré en compañía de sabras y turistas, el vigésimo aniversario de la Mediná, fecha memorable. Entonces cantaba Noemi Shemer la inolvidable Yerushalaim shel Zahav, La Jerusalém de Oro… y todo era algarabía…

Años después, por cosas de la vida, conocí al profesor Beinart, uno de los historiadores más connotados de la Universidad Hebrea de Jerusalem, especialista en estudios sefarditas, quien en la autobiografía de Oz, acompaña a la familia Oz en su dolor, a raíz de la muerte de Fania. Amos rememora y enlista a las destacadas personalidades de la intelectualidad hebrea. Leamos un fragmento de su obra autobiográfica: “Vinieron nuestros conocidos de los cafés y los escritores de Jerusalem, Yehuda Yaari, Shraga Kadari, Dov Kimhi y Ytzhak Shenharm y vino el profesor Halkin y su compañera, y también vino el profesor Bennet, el experto en historia del islam, y el profesor Yitzhak Fritz Baer, el experto en historia de los judíos en la España cristiana (757).

Quién iba a decir que, al conocerme, durante su visita a la Universidad Autónoma de México –donde cursaba la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas- me hablaría en idish y que me llamaría idish meidele, niña judía. Recuerdo que, durante una visita a Israel lo visitamos mi marido y yo, y hasta su muerte, estuvimos en contacto a través del correo. Incluso, sabedor del español –por sus estudios de Sefarad- leía los poemarios que le envié más de una vez.

También diré, que conocí a Zelda, la joven maestra de Amoz, eximia poeta mística, a quien Oz , el escritor, dedica Mi pequeño Mijael, y a quien busca ya de mayor; cuyos poemas, merecen ser traducidos a cualquier idioma, los que he tenido el placer de verterlos del hebreo al español: otra manera de conocerla y de darla a conocer.

Me inspiro en Amos Oz, quien en Una Historia de amor y oscuridad– habla de reconstruir los recuerdos del pasado ligados a Zelda, una de las figuras más representativas de su niñez: “Con todos esos recuerdos mi trabajo es similar al de alguien que intenta construir algo con piedras en un edificio derruido, piedras que saca de entre las ruinas de lo que también fue, en su momento, un edificio hecho con piedras de un edificio derruido” (445). Oz, escribe a su bien amada maestra, un sentido poema que reproducimos:

Lo que quería y lo que sé

Aún recuerdo la habitación: /calle Sofonías. /Entrada por el patio./Ocho años y cuarto,/ frenético, niño de palabras./ Pretendiente.
Mi habitación no pregunta,/ escribía ella, por ortos ni ocasos. /Le basta con que el sol traiga una bandeja de oro/ y la luna una bandeja de plata. /Lo recuerdo…
Conmueven las palabras de Oz cuando habla sobre su Zelda: “Rememoramos algunos recuerdos. Ella había leído mis libros y yo, los suyos…” (446) Otra manera de conocer al otro y de reconocerse en el otro…