DANIEL KUPERVASER

El disparo del soldado Elor Azria no solo remató la vida del terrorista palestino que yacía agonizante en una calle de Hebrón, sino que desató uno de los más serios conflictos de valores en la mayoría judía de la sociedad israelí.

Consciente de los peligros de extralimitaciones operativas sobre una base ideológica con armas de fuego ante la población civil, el Jefe del Estado Mayor del Ejército, General Aizenkot, clarificó los límites de conducta que el Ejército de Israel exige en esas situaciones. En un mensaje a soldados y comandantes bajo el título “Defendemos nuestra casa, cuidamos la pureza de las armas”, el máximo comandante del ejército israelí expresó claramente: “Defenderemos al soldado que se equivoca en el ardor de la batalla frente al enemigo que hace peligrar su vida y la de ciudadanos. Con todo ello, no dudaremos en caer con todo el peso de la ley sobre soldados y comandantes que se extralimiten de cánones operativos y morales según las normas del ejército de Israel”[1].

Moshe Yaalon, Ministro de Defensa, apoyó públicamente la posición del comando militar que exigió llevar a juicio al soldado Azria por extralimitación de funciones en situación que no peligraba su vida. Sin temor alguno, Yaalon se enfrentó con masivas manifestaciones populares apoyadas por amplios sectores oficiales (entre ellos Avigdor Lieberman), que exigían cancelar el enjuiciamiento y condecorar al soldado. En un acalorado discurso en el parlamento el encargado máximo de la defensa planteó la alternativa: “¿ustedes quieren un ejército que se bestializa después de perder su columna vertebral moral?”[2].

Para su pesar, el General retirado Yaalon dejó pasar por alto que para Netanyahu un palestino no es persona con derechos civiles normales y la bestialidad es un carácter básico que el judaísmo moderno, con el apoyo incondicional de EE.UU, tiene todo el derecho histórico de asumirla. La respuesta del líder del Likud no se hizo esperar. En pocos días coronó a Avigdor Lieberman como nuevo Ministro de Defensa, mientras que Yaalon podrá actualizarse de las decisiones del Gobierno por los medios informativos de radio y TV mientras toma café cómodamente sentado en el salón de su casa.

Para quienes no prestaron suficiente atención, lo que comenzó como discusión sobre las disyuntivas de un soldado raso frente a población civil que se revela de la opresión del fusil y las botas, hoy claramente se trata de un desgarrador dilema que atañe a todos los generales en servicio activo del ejército israelí.

Los generales que componen el Estado Mayor del Ejército de Israel deben tener muy claro que probablemente, en un futuro muy próximo, se vean obligados a comandar un pelotón de soldados para dar la orden de abrir fuego sobre un “terrorista” palestino con ojos vendados frente a un paredón.

Si en algún momento repasaron la historia del ejército israelí, seguramente estarán muy compenetrados de la bochornosa imagen que causó el trágico y único enjuiciamiento en boca de jerarcas militares que sentenciaron a muerte y oficiales que dieron orden de disparar, todos ellos camaradas del mismo ejército de años atrás.

El 30 de junio de 1948, Meir Tobiansky, oficial del ejército de Israel, fue condenado a muerte por un tribunal militar israelí bajo el cargo de espionaje grave. El fusilamiento se llevó a cabo de inmediato[3].

Un año más tarde, el mismo Primer Ministro Ben Gurion autorizó la difusión del siguiente comunicado: “El acusado de espionaje Meir Tobiansky era inocente y fue fusilado por un trágico error”[4].

El alto mando del ejército israelí tendrá que decidir si considera apropiado ser parte de este juego político. Sentencia de muerte a terroristas dispuestos a inmolarse no es estrategia o táctica militar, no tiene ningún efecto disuasivo y en la práctica no es más que un alarde de bestialidad que tiende a satisfacer muy bajos instintos de venganza que políticos israelíes se preocuparon por enraizar en sus electores.

Si los generales no pretenden ser parte del show, deberán enfrentar a una de dos alternativas, una peor que la otra: desobedecer la orden a su tiempo o pedir el retiro de antemano. La primera de ellas es inapropiada y totalmente vergonzosa para un alto oficial del ejército. La segunda, tampoco halagadora, tiene un solo antecedente en la historia militar israelí: el general Eli Geva, que solicitó ser liberado de la jefatura a la brigada que comandaba durante el sitio a Beirut en la Primera Guerra del Líbano en 1982 ante el temor de causar cuantiosas víctimas civiles y muerte innecesaria de soldados.

Si los generales optan por acatar sin chistar la orden del ejecutivo, deberán tener presente que tarde o temprano tendrán que rendir cuentas de su “obediencia debida”, ante el pueblo judío, ante el mundo entero, y probablemente, ante la Corte Penal Internacional de La Haya. Tal vez sea prudente que escuchen previamente lo que significan esas dos palabras para la colectividad judía de Argentina, especialmente para familias de los 2,000 judíos, “presuntos guerrilleros”, asesinados y desaparecidos durante la dictadura militar de los años 70.

Oh general, mi general, ¿Qué dilema no?

Fuente:daniel.kupervaser.com