LEON OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Olor y sabor a la naturaleza

En el mes de julio, el 17 y 27, corresponden a fechas del fallecimiento de mi mamá y de mi papá, respectivamente (Ior Tzait); de aquí que el sábado pasado fuera con mi esposa al Mercado de Flores de Jamaica a comprar gladiolas para llevarlas a sus tumbas. El precio de las flores en ese mercado es entre 50.0% y 70.0% más barato que en cualquier mercado común o puesto de flores, además de esa ventaja, como lo he mencionado en otras Crónicas, Jamaica tiene un colorido y amplio surtido de flores llamativas que conforman un entorno de ensueño en el que se mezclan olores de campo y caprichosas formas. Además de las gladiolas mi esposa compró flores para la casa, heredó de su madre el gusto por las flores frescas y la jardinería y cada semana trae flores a nuestro hogar; asimismo tiene una gran habilidad para hacer arreglos con flores no naturales. Mi hija menor, también tiene afición por las flores y cada semana las compra para llevar a su casa.

En Jamaica también expenden verduras y legumbres frescas; algunas de ellas difícilmente se pueden adquirir en otros mercados; me llamó la atención la fruta denominada pitaya, que tiene una cobertura entre amarillo-rosa y por dentro es blanca con semillitas negras; recuerdo que en mi infancia esta fruta abundaba en todos los mercados.

En esta época de lluvias los productores llevan al mercado de Jamaica una gran variedad de hongos y morillas; compramos como 5 clases de hongos para cocinarlos con recetas que mi esposa aprendió de su madre; algunos hongos, ya cocinados y condimentados, saben a carne; verdaderos manjares como la sopa de hongos de “clavitos”. Asimismo, mi esposa ubicó a una anciana que vendía tamales, tortillas, huevos y otros productos que cultiva en una pequeña parcela alrededor de su casa, en el campo en las cercanías de la ciudad de Puebla. Los “tamalitos” de frijol me supieron a gloria, fueron cocinados con fuego de leña. Jamaica constituye una experiencia única de olores y colores y el contacto con gente ligada a la tierra.

La visita al panteón

Al otro día del recorrido por Jamaica fui al panteón israelita; en esta ocasión convoqué a mis nietos mayores: Sary de 22 años y Berni de 19, ambos hijos de Regina, mi hija mayor. Ellos pusieron las flores en las tumbas de sus bisabuelos, de su abuela (mi primera esposa) y tíos abuelos y de mi tío Bernardo, hermano de mi papá que no conocí, porque murió en 1937, tres años antes de que yo naciera; pese a los esfuerzos que hizo no logró sacar de Polonia a su esposa, que era hermana de mi madre, y a su pequeña hija; ambas murieron asesinadas por la bestia nazi.

Como lo indica el rito judío, mis nietos depositaron una piedra pequeña en cada una de las tumbas de nuestros parientes y en voz baja musitamos una oración en memoria de ellos.

Las tumbas estaban recién pulidas y pintadas las leyendas de los textos en hebreo y en español escritos en ellas ; les mostré otras tumbas deterioradas por el tiempo y algunas prácticamente destruidas por el olvido; parientes de los difuntos que ya fallecieron o emigraron a otro país y no hay quien las cuide, o simplemente apatía de los descendientes para mantenerlas en buen estado. Les hice algunos comentarios a mis nietos sobre la filosofía de la muerte en el judaísmo y el respeto que debemos de preservar a la memoria de nuestros seres queridos; la muerte también es parte de la cultura y la religión judía. ¡Que en paz descansen!

Susana Harp

El pasado domingo el canal cultural de la televisión, el 22, retransmitió el concierto que la cantante oaxaqueña Susana Harp presentó en el Teatro Plaza Condesa en mayo pasado para conmemorar 20 años de su carrera artística. La velada me emocionó mucho, Susana, soprano ligera, “es reconocida por representar los corridos de México a través del tiempo, su propuesta contiene, tonos, texturas, matices que van del arrullo al fandanguillo, del son al bolero y los jolgorios, de aquí que sea difícil describirle en un género musical, porque su voz, como sus discos, son más que un estilo, se trata de un documento vivo del canto popular”. Susana cantó en lenguas originales indígenas: mixteco y zapoteco, principalmente.

En el concierto “Susana Harp, 20 años de Son”, fue acompañada por la Banda Filarmónica Tradicional “Sandavi” de la mixteca oaxaqueña; los músicos estaban vestidos de blanco calzando huaraches (sandalias) de cuero. En la banda destacaron cuatro clarinetistas jóvenes, mujeres ataviadas con los tradicionales vestidos multicolores de la región del Istmo de Tehuantepec del sur del Estado de Oaxaca y un adolescente tocando los bongós. En el escenario, dos parejas bailaron la clásica Sandunga, son tradicional del Istmo de Tehuantepec, la Llorona (de autor desconocido) y un danzón, un baile y género musical original de Cuba que nació a finales del siglo XIX de una fusión de influencias europeas y africanas; su ritmo suave y cadencioso, movieron mi alma y mis emociones salieron a flor de piel.

Susana, con un bellísimo vestido de Tehuana, joyas de oro y una diadema que unía su trenza a un ramillete de flores, cantó y bailó suavemente moviendo los sentidos de los presentes; parecía una princesa indígena, aunque su rostro destaca más por su herencia libanesa. Nunca he visto una cantante con tanta pasión y orgullo que se entregue a sus raíces oaxaqueñas; su conocimiento sobre la música y los diferentes compositores e intérpretes de esa música oaxaqueña, y en general de la de México es basto. Susana también logra en sus cantos fusionar lo tradicional con lo moderno.

Susana nació en Oaxaca (8 de abril de 1968), su madre es originaria de esa entidad y su padre llegó a México procedente de Líbano a los 5 años. Desde pequeña mostró interés por la música impulsada por su abuelo materno. Además de sus estudios formales de canto, obtuvo la licenciatura de Sicología y cursó una especialidad en Sicoterapia Gestal y una maestría en Programación Neurolingüística.

Conocí a Susana entre 1994 y 1995 en la institución financiera en la que trabajé durante 25 años, creo que su labor en el Banco estaba vinculada con aspectos sociales. No obstante que su primo hermano era el director general del Grupo Financiero, ella siempre mostró una actitud cordial y sencilla; mi contacto con ella fue limitado, me pareció una persona retraída, empero, agradable.

Fue en 1996 cuando Susana incursionó en la música con un proyecto llamado Xquenda (alma en el idioma zapoteco), que fue su primer disco con canciones oaxaqueñas en zapoteco, náhuatl, mixe y en español; ha producido materiales discográficos y conciertos en los que han colaborado interpretes como el tenor Fernando de la Mora, el flautista Horacio Franco, el pianista Héctor Infanzón, el saxofonista Miguel Ángel Samperio y el arpista Andrés Alonso Vergara.

Susana ha desarrollado el proyecto “1,2,3 por Lahui” en apoyo a la comunidad oaxaqueña de Santa María Tlahuitoltepec, que consiste en expresiones musicales por parte de la escuela de música de la comunidad, de la que treinta y seis generaciones de artistas han emergido y donde actualmente reciben formación más de 100 estudiantes de comunidades de otras regiones. Con este proyecto me vino a mi mente un domingo, Día del Padre, que estaba paseando con mi esposa, 5 años atrás, en la plaza central de una población distante a 60 km. de la Capital del Estado, escuchando un concierto de música oaxaqueña interpretado por una banda de niños y jóvenes indígenas que reflejaba la herencia musical que habían recibido y que con un talento natural tocaban con gran sensibilidad. Afortunadamente en Oaxaca existe un gran esfuerzo por rescatar su música y su cultura.