Shulamit Beigel

La puerta se cerró detrás de ti…

Hace unos días encontré en una vieja revista inglesa unas notas escritas por mi amigo John White, que son una especie de elogio y posterior decepción acerca de quien fuera su mujer. Esta lectura, unida a la circunstancia de que yo conocí personalmente a Esperanza, y de que a lo largo de los años conocí a otras, en otros países, me han hecho recapacitar y llegar a la conclusión de que francamente creer en la Esperanza, en Hope, o en Tikva, es algo imposible para mí y además es bastante estúpido.

Desde hace un tiempo Esperanza me parece una palabra sin sentido, y comprendo hoy que los últimos treinta años los he pasado en un mundo que está perdido. Pues sí, un mundo perdido y sin salida. Sé que el mesías nunca llegará, que no ganaré la lotería, que no habrá un mundo mejor, más equitativo y sin tantos odios, sé que no seré correspondida en el amor de tanta gente que quiero y no me quiere, que siempre habrá guerras entre israelíes y palestinos, y que mis amigos seguirán con la Esperanza de que todo mejorará así nomás, aunque no hagan nada para ello… y que si tratan de hacer algo se darán contra la pared y seguirán sintiéndose infelices de todas maneras. Todo esto me parece muy patético.

Es decir, que mi amistad con Esperanza no me ha servido de nada. Lo cual me recuerda la historia de la cigarra y la hormiga, aquella conocida fábula atribuida a Esopo, y que luego fue utilizada por la Fontaine, y que relata como la cigarra, cuando llegó el invierno, se quedó sin comida, y entonces fue a pedirle ayuda a la hormiga, que se la negó, preguntándole que por qué se había quedado todo el verano sin hacer nada, en vez de haber trabajado y guardado comida para el invierno. Seguramente la cigarra tuvo la esperanza que algo pasaría…algo me salvará, se dijo a sí misma…pero no fue así, pues solo con trabajo podemos sobrevivir, nos dirán nuestros padres y abuelos.

“¿Qué hacías durante el verano? le pregunto a la pedigüeña. -Día y noche a quien me encontraba, le cantaba, no te disgustes.

-¿Le cantabas? me alegro. Pues bien, ¡baila ahora!”

Eso fue lo que escribió Jean de la Fontaine en mil seiscientos y pico… y nada ha cambiado, pues quien vive de esperanzas, morirá de ayuno, dicen por ahí. Pero yo me digo, que aun si trabajaran, el destino seguramente les hará una trampa. Lo sé. Perdónenme esta banalidad aquellos religiosos que se alimentan de religión y espíritu. Otros, tienen hambre. Pero creer no cuesta nada, y uno se auto engaña. La mayoría prefiere cerrar los ojos y seguir recitando plegarias, con la esperanza, otra vez la dichosa Esperanza, de que ella los ayudará.

El otro día vi una película israelí con Assi Dayán, hijo de Moshé Dayan, Las vacaciones de verano, jufsat kaitz, donde el protagonista, el rabino Abraham, va de paseo con su pequeño hijo Menachem y su mujer, al Mar Muerto. La vida del rabino se basa en el estudio de la torá, y todo lo relacionado con la ley judía. Mientras el rabino recitaba y recitaba sus plegarias, su hijo trata de descubrir el mundo desde otro punto de vista, con la curiosidad…y así, el agua se lo lleva para siempre. Me hizo pensar en el recurso de las religiones, en la repetición miles de veces de una palabra o un texto sagrado para que, sin saber lo que recitan, llegue Esperanza, y puedan proclamarle su amor. Pero vino la ola, y no hubo Esperanza que valga.

Sé que a los esperanzados no les gustará esto que escribo. Hablarán mal de mí por no creer. ¿Pero no será que tal vez no andan tan seguros de ella, de Esperanza, si no aceptan a los descreídos como yo, que estamos convencidos que nunca Esperanza pudo cambiar la temperatura del día siguiente ni las olas traicioneras del mar.

Hace años, a pesar de las guerras, a pesar del holocausto que había terminado, todavía había en que creer. En aquellas pequeñas o grandes cosas que le dan sentido a la vida. Yo por ejemplo, creía en que la humanidad iba por un buen camino, que nos esperaba un porvenir sin miseria ni explotación, que la razón siempre triunfaría, que los seres humanos tendríamos en algún momento una vida material mejor, más sana, con menos discriminación y racismo. ¿Dónde ha quedado la armonía en la que creímos? ¿Dónde se encuentra la superioridad del bien sobre el mal? No. La razón no ha triunfado. El bien no se ha impuesto, y Esperanza se fue de vacaciones con algún amante de turno. Nada bueno puede esperarse de Esperanza.