A pesar de vivir en una aparente austeridad, el Führer tenía dinero como para comprar países, en lugar de conquistarlos a golpe de tanque.

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Si bien resulta complicado calcular exactamente a cuánto ascendía la fortuna de Hitler en el momento de quitarse la vida en un búnker berlinés, algunos historiadores han llegado a estimar que el pequeño que destrozó Europa tenía una cifra que hoy sería equiparable a unos 4,000 millones de euros.

Lo paradójico, más allá de esa pose de humilde de Hitler, es que hizo este dinero sin siquiera cobrar una nómina como todo hijo de vecino. Al fin y al cabo, ¿qué sueldo tendría un Führer? No, Adolf prefería llenarse la boca diciendo que lo suyo era una labor desinteresada por Alemania y los alemanes y buscarse alguna que otra treta para amasar dinero como buen dictador que era.

Derechos de autor (sin impuestos)

Su principal fuente de ingresos fueron los derechos de autor del polémico ‘Mein Kampf’. El libro que escribió durante su estancia en la cárcel tras el fallido golpe de Estado y en el que cuenta, por ejemplo, las penurias que pasó como humilde obrero antes de la Primera Guerra Mundial le dio muchas alegrías: sus ventas le sirvieron para amasar millones de ‘reichmarks’, la moneda oficial alemana de 1924 a 1948.

Sin embargo, eso no era suficiente para el pequeño y bigotudo Hitler. Si cobrar los derechos de autor de su libro le dio dinero, también se lo dieron los derechos de autor de los discursos y artículos que escribía para la prensa siendo ya líder del Partido Nazi.

Por cobrar, Adolf  Hitler cobraba hasta los derechos de imagen por prestarle su rostro a los sellos alemanes. Estos, eso sí, los compartía con su fotógrafo, Heinrich Hoffmann: él poseía en exclusiva los derechos de las imágenes oficiales del Führer que se utilizaban en los medios y en los sellos.

A todo ello habría que sumarle las donaciones recibidas por el Partido Nazi y por el propio Hitler en lo que hoy sería un escandaloso caso de corrupción: empresarios y demás hombres de la alta sociedad alemana ingresaban el dinero que fuera necesario para que el líder del partido los tratara bien y les concediera las obras de la Alemania del futuro.

No obstante, para hacer aún más sólida la fortuna construida gracias a su libro y al partido, Hitler se preocupó de no perder ni una sola moneda. Para ello, nada mejor que completar el póker de corrupción evadiendo impuestos como hacen las multinacionales de hoy día.

De hecho, siendo ya canciller, Hitler fue citado por el fisco alemán: debía más de 400.000 ‘reichmarks’ en impuestos. La solución del dictador fue digna de alabanza. Nadie mejor que él para ordenar que sus propios ingresos estuvieran libres de impuestos. ¿La razón? “Vivía por y para Alemania”. Ya quisiera más de un miembro del Partido Popular poder hacer lo mismo…

Así, Hitler terminaría quitándose la vida sin cobrar un sueldo digno por su trabajo, pero supo montárselo bien para vivir a todo tren. Sus obras de arte robadas, sus derechos de autor, las donaciones recibidas y la evasión de impuestos suplieron de sobra la nómina que este acomplejado nazi no ingresaba mes a mes.

Con información de Ian Kershaw, International Business Times e Historias de la Historia.

Fuente:publico.es