El Tribunal del Santo Oficio en México no sólo era encargado de perseguir los actos contrarios a la moral cristiana, sino también los actos contra la fe, especialmente los llamados actos judaizantes, es decir prácticas de la religión judía.

LAURA IBARRA

Hace poco llamó mi atención un cartel que anunciaba una exposición sobre la Inquisición en México en el mismo sitio que el Santo Oficio ocupó, en la Plaza de Santo Domingo en la Ciudad de México, en el periodo colonial. En el cartel aparecía un monje a un lado de una guillotina. Seguramente quien colocó esas imágenes no tenía idea de que la guillotina fue utilizada como instrumento de ejecución en Francia a fines del siglo XVIII, y no en México durante los tres siglos de Virreinato.

Al Palacio, la gente lo conocía como la “Casa chata”, por su entrada ochavada. Ahí, entre otros huéspedes importantes, estuvieron cautivos Morelos y el simpático Servando Teresa de Mier.

En contra de lo que se pudiera pensar, en realidad hubo pocos sentenciados a muerte por la Inquisición novohispana. El historiador Luis González Obregón calcula que fueron aproximadamente 51, aunque hay quien duda de esta cifra. El número relativamente bajo se explica porque en las disposiciones reales y en el reglamento del Santo Oficio se estipulaba que no se podía proceder ante la raza india. Es decir, los indígenas no podían ser víctimas de sus afanes por mantener las buenas costumbres a través de la tortura, aunque sí los hubo.

Hay que aclarar que la Inquisición entregaba a los sentenciados a los tribunales reales para su ejecución.

Entre los sentenciados por la Inquisición a la hoguera destacan los miembros de la familia Carvajal. 13 de los 51 ejecutados pertenecían a ella.

El Tribunal del Santo Oficio en México no sólo era encargado de perseguir los actos contrarios a las buenas costumbres y a la moral cristiana – como el concubinato o la solicitación- (el acto por el cual un confesor solicitaba carnalmente a la mujer que acudía al sacramento de la penitencia), sino también los actos contra la fe, especialmente los llamados actos judaizantes, es decir prácticas de la religión judía.

No todos los castigos de la Inquisición terminaban con la muerte, también se imponían penas como los azotes, las multas, el destierro o destinaban al sentenciado a trabajar en las galeras de la flota española.

A fines del siglo XV, los judíos fueron expulsados de España por la Reina Isabel la Católica, muchos de ellos se establecieron en Portugal. Ahí, con discreción, continuaron practicando sus ritos ancestrales. Como resultado de la unión dinástica de la corona portuguesa y española en 1580, judíos portugueses pudieron viajar a México. Entre ellos la familia Carvajal.

Luis Carvajal logró que se ignorara el requisito habitual que impedía a los nuevos cristianos partir hacia las Indias (se exigían tres generaciones de antepasados cristianos). Embarcó en el Santa Catalina con cien familias. Inicialmente se estableció en un lugar llamado Santa Lucía, que renombró Ciudad de León, y fundó otro asentamiento que denominó San Luis Rey de Francia (luego Monterrey). Para pacificar y colonizar el territorio contó con cien soldados y sesenta trabajadores casados, de los cuales la mayoría eran marranos.

El término de marrano hace referencia a los judeoconversos de los reinos cristianos de la Península Ibérica que “judaizaban”, es decir, que seguían observando clandestinamente sus costumbres y su anterior religión.

Entre los marranos que comenzaron a desarrollar la vida social del nuevo territorio estaba la propia familia de Don Luis: su hermana Francisca de Carvajal, su cuñado Francisco Rodríguez y los hijos de estos (el más destacado históricamente fue el que se llamaba como él: Luis de Carvajal el Mozo). Cuando parecía que habían alcanzado la prosperidad, y a pesar de que públicamente mantenían la religión cristiana, en 1590 fueron acusados como judaizantes ante la Inquisición.

El Acta de diligencia del tormento de Doña Francisca Núñez de Carvajal es uno de los testimonios más dramáticos de la historia de la Inquisición en Nueva España.

El auto general de 1596 fue el más notable del siglo XVI. Salieron cuarenta y nueve reos, nueve condenados a la hoguera por judíos, entre ellos cinco de la familia Carvajal: doña Francisca, la madre, tres hijas y Luis Carvajal, “el Mozo”, el más notable de todos.

Un cronista seña dice que “Fue cosa maravillosa la gente que concurrió… y que estuvo en las ventanas y plazas hasta las puertas de la casas del Santo Oficio. La procesión incluía reconciliados judaizantes con sambenito … casados dos veces, las hechiceras, los blasfemos y los dogmatistas y enseñadores de la ley de Moisés”.

En febrero de 1601 se celebró un auto del Santo Oficio, en que de nuevo aparecen dos miembros más de la familia Carvajal: dos niñas, Ana y Leonor, de diez y nueve y catorce años respectivamente y doña Marina Núñez de Carvajal.

El lugar de ejecución, la hoguera, durante la época virreinal se encontraba a un costado de la actual Alameda.

En Guadalajara, el edificio del Santo Oficio se encontraba, según algunos historiadores, en donde actualmente están unas oficinas de la Secretaría de Turismo, enfrente de la “Fuente de los niños miones”. El sitio de ejecución era una plazoleta que se encontraba donde actualmente está el Teatro Degollado.

El tema de la columna en estos momentos no es mera coincidencia.

Fuente: Milenio