NADAV SHRAGAI

La resolución de la UNESCO que hecha dudas sobre la conexión judía con el Monte del Templo y el Muro Occidental es tan falsa, tan idiota, y tan infundada que la reacción inmediata de uno es referir a la respuesta de Rab. Abraham Isaac Kook a la Comisión Shaw cuando se le pidió, hace más de 80 años, que probara los vínculos judíos con estos sitios. Él les dijo que la verdad era tan clara y obvia que cualquier prueba sólo la debilitaría: “Es similar a uno que levanta una vela para aumentar el brillo de la luz del sol”, dijo.

Pero la UNESCO ha estado ocultando la “luz del sol” durante años, ignorando la terrible destrucción musulmana de antigüedades sobre el Monte del Templo, “islamizando” la Tumba de Rajel llamándola mezquita, y cerrando sus ojos ante la larga lista de hallazgos arqueológicos del área del Monte del Templo, que enloquece a los musulmanes por una razón central: ellos prueban la conexión judía antigua con el Monte del Templo y los muros que lo contienen. Especialmente el Muro Occidental. Los judíos han rezado al pie de estos muros durante muchas generaciones, y al pie del Muro Occidental, todos los 488 metros (1,600 pies) de él, durante más de 1000 años. Los judíos inclusive recibieron decretos turcos confirmando sus derechos al Muro Occidental.

Arqueólogos recrearon recientemente los pisos del patio del Templo encima de la montaña que el Rey David adquirió de Araunah, el jebusita, por 50 shekels.

Pero la conexión judía con Jerusalem y sus sitios santos se basa antes que nada en la Biblia, “nuestro mandato de la Tierra de Israel,” como lo dijo nuestro primer Primer Ministro David Ben-Gurion. La conexión aparece en la Mishnah, la Guemará, e incluso en el Corán, tanto como en los escritos de historiadores musulmanes y, por supuesto, en los escritos del historiador romano Flavio Josefo y otros. Ha llegado la hora de renovar la discusión de derechos. Los musulmanes están hablando en este idioma. Ha llegado la hora que nosotros volvamos a hablarlo también.

Fuente: Israel Hayom
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México