JUDITH BERGMAN

El reciente descubrimiento de que Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina (AP), fue espía de la KGB en Damasco en 1983 ha sido menospreciado en muchos de los principales medios como mera “curiosidad histórica”, pero ocurre que la noticia se conoció en el inoportuno momento en que el presidente Vladimir Putin trataba de organizar una nueva ronda de conversaciones entre Abbas y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Como de prever, la Autoridad Palestina rechazó inmediatamente la noticia. El oficial de Fatah Nabil Shaat negó que Abbas hubiese sido alguna vez agente de la KGB, y dijo que tal afirmación se debía a una “campaña de desprestigio”.

El descubrimiento, lejos de ser una “curiosidad histórica”, puede ser incluido en el puzle sobre los orígenes del terrorismo islámico de los siglos XX y XXI, que casi siempre quedan eclipsados u ocultados por los intentos, torpemente disimulados, de presentar un relato sobre sus causas que censura cualquier tipo de evidencia en contrario como “teoría de la conspiración”.

La última revelación no tiene nada de conspirativo. Proviene de un documento del Archivo Mitrojin del Centro de Archivos Churchill de la Universidad de Cambridge. Vasili Mitrojin fue un alto mando del Servicio de Inteligencia Extranjera soviético, posteriormente degradado a archivista de la KGB. Con un enorme riesgo para su vida, pasó 12 años copiando diligentemente archivos secretos de la KGB que de otro modo no habrían estado a disposición del público (los archivos de la inteligencia extranjera KGB permanecen sellados para el público, a pesar de la desintegración de la Unión Soviética). Cuando Mitrojin desertó de Rusia, en 1992, se llevó los archivos copiados al Reino Unido. Las partes desclasificadas del Archivo Mitrojin fueron dadas a conocer al público en los escritos del profesor de Cambridge Christopher Andrew, coautor –junto al propio desertor soviético– de The Mitrokhin Archive (publicado en dos volúmenes). El Archivo Mitrojin condujo a, entre otras cosas, el descubrimiento de numerosos espías en Occidente y otras partes.

Por desgracia, la historia del alcance de la KGB y sus operaciones de desinformación no son ni mucho menos tan conocidas como se debiera, si se tiene en cuenta la inmensa influencia que ejerció en los asuntos internacionales. La KGB llevó a cabo operaciones hostiles contra la OTAN y contra los disidentes demócratas del bloque soviético, y puso en marcha actos subversivos en América Latina y Oriente Medio, cuyas repercusiones perduran hasta hoy.

Además, fue un actor tremendamente activo en la creación de los denominados movimientos de liberación en América Latina y Oriente Medio; movimientos que después emplearon un terrorismo letal, como se documenta en, entre otros lugares, The Mitrokhin Archive, así como en los libros y escritos de Ion Mihai Pacepa, el funcionario comunista de más alto rango que desertó del antiguo bloque soviético.

Pacepa fue jefe del Servicio de Inteligencia Extranjera de Rumanía y asesor personal del líder comunista rumano Nicolae Ceausescu antes de desertar a Estados Unidos en 1978. Pacepa trabajó con la CIA durante más de diez años para derrotar el comunismo. La agencia describió su cooperación como “una importante y extraordinaria contribución a Estados Unidos”.

En una entrevista de 2004 con Front Page Magazine, Pacepa declaró:

La OLP fue concebida por el KGB, que tenía predilección por las organizaciones de ‘liberación’. Estaba el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, creado por la KGB en 1964 con la ayuda de Ernesto ‘Che’ Guevara (…). también creó el Frente Democrático para la Liberación de Palestina, que llevó a cabo numerosos atentados (…) En 1964, el primer Consejo de la OLP, compuesto de 422 representantes palestinos seleccionados por la KGB, aprobó la Carta Nacional Palestina, documento que había sido redactado en Moscú. El Pacto Nacional palestino y la Constitución palestina también nacieron en Moscú, con la ayuda de Ahmed Shuqairy, un agente bajo la influencia de la KGB que se convirtió en el primer presidente de la OLP (…)

En el Wall Street Journal, Pacepa explicó cómo construyó la KGB a Arafat; o, como se dice ahora, cómo construyeron un relato para él:

Era un burgués egipcio convertido por los servicios de inteligencia extranjera de la KGB en devoto marxista. La KGB lo había entrenado en su escuela de operaciones especiales de Balashija, al este de Moscú, a mediados de los años 60, y decidió prepararlo para ser el futuro líder de la OLP. (…) la KGB destruyó los registros oficiales del nacimiento de Arafat en El Cairo, y después los sustituyó por documentos ficticios que decían que había nacido en Jerusalem y que por lo tanto era palestino de nacimiento.

Como el difunto historiador Robert S. Wistrich escribió en A Lethal Obsession, la Guerra de los Seis Días dio lugar a una prolongada e intensa campaña de la Unión Soviética para deslegitimar a Israel y el movimiento judío por la autodeterminación, conocido como sionismo. Esto se hizo con el fin de rectificar los daños causados al prestigio de la Unión Soviética después de que Israel derrotara a sus aliados árabes:

Tras 1967, la URSS empezó a inundar el mundo con un constante flujo de propaganda antisionista (…) Sólo los nazis, en sus doce años de poder, habían logrado producir tal cantidad sostenida de libelos como instrumento de su política interior y exterior.

La URSS empleó palabras y expresiones con reminiscencias nazis para referirse a la victoria de Israel contra la agresión árabe de 1967, muchas de las cuales sigue utilizando la izquierda occidental cuando alude a Israel, por ejemplo, “profesionales del genocidio”, “racistas”, “campos de concentración” y “Herrenvolk”.

Además, la URSS participó en una campaña internacional de desprestigio en el mundo árabe. En 1972 lanzó la operación SIG (Sionistskiye Gosudarstva, o “Gobiernos Sionistas”) con el propósito de presentar a Estados Unidos como “un arrogante y soberbio bastión judío, financiado con dinero judío y dirigido por políticos judíos, cuyo objetivo es someter a todo el mundo islámico”. Unos 4.000 agentes fueron enviados desde el bloque soviético al mundo islámico, pertrechados con miles de ejemplares de Los protocolos de los sabios de Sión, la vieja patraña de la Rusia zarista. Según el jefe de la KGB Yuri Andrópov:

El mundo islámico era una expectante placa de Petri, en la que podíamos cultivar una virulenta cepa de odio antiamericano desarrollado a partir de la bacteria del pensamiento marxista-leninista. El antisemitismo islámico estaba muy arraigado (…) Sólo teníamos que repetir nuestra cantilena: que Estados Unidos e Israel eran “países fascistas e imperialistas sionistas” a sueldo de judíos ricos. El islam estaba obsesionado con evitar que los infieles ocuparan su territorio, y fue muy receptivo a nuestra caracterización del Congreso de EEUU como un rapaz organismo sionista que se proponía convertir el mundo en un feudo judío.

Ya en 1965, la URSS había propuesto formalmente en la ONU una resolución que condenaba el sionismo como colonialismo y racismo. Aunque los soviéticos no lo lograron a la primera, en la ONU se encontraron con una abrumadora receptividad a su fanatismo y propaganda. En noviembre de 1975 se aprobó finalmente la Resolución 3379, que condenaba el sionismo como “una forma de racismo y discriminación racial”. Esto se producía tras casi una década de diligente propaganda soviética dirigida al Tercer Mundo que retrataba a Israel como un caballo de Troya del imperialismo y el racismo occidentales. Esta campaña, anota Wistrich, estaba diseñada para crear apoyos a la política exterior soviética en África y Oriente Medio. Otra táctica consistía en que los medios soviéticos establecían constantes comparaciones visuales y verbales entre Israel y Sudáfrica (este es el origen del embuste del “apartheid israelí”).

No sólo el Tercer Mundo: también la izquierda occidental se tragó toda esta propaganda soviética sin masticar, y aún sigue diseminándola. De hecho, acusar calumniosamente a alguien –sea quien sea– de racista se convirtió en una de las armas básicas de la izquierda contra cualquier discrepante.

Una de las tácticas soviéticas para aislar a Israel descansaba en hacer parecer respetable a la OLP. Según Pacepa, esta tarea se le asignó al líder rumano Nicolae Ceausescu, que había logrado la improbable hazaña propagandística de hacer que el despiadado Estado policial rumano pareciera, a ojos de Occidente, un país comunista moderado. Nada podría haberse alejado más de la verdad, como se acabó revelando en el juicio de 1989 contra Nicolae Ceausescu y su esposa Elena, tras el que acabaron siendo ejecutados.

Pacepa escribió en el Wall Street Journal:

En marzo de 1978 llevé secretamente a Arafat a Bucarest para que recibiera unas últimas instrucciones sobre cómo debía comportarse en Washington. “Simplemente tienes que seguir fingiendo que vas a romper con el terrorismo y que vas a reconocer a Israel, una y otra vez, una y otra vez”, le dijo Ceausescu [a Arafat] (…). Ceausescu estaba eufórico por la perspectiva de que tanto Arafat como él pudieran pillar un Premio Nobel de la Paz con sus falsos gestos, como el de la rama de olivo.

(…) Ceausescu no consiguió su Premio Nobel de la Paz. Pero en 1994 Arafat sí consiguió el suyo, y todo porque siguió representando a la perfección el papel que se le había asignado. Había transformado su OLP terrorista en un Gobierno en el exilio (la Autoridad Palestina), siempre fingiendo pedir el cese del terrorismo palestino mientras permitía que se mantuviera incesante. Dos años después de firmar los Acuerdos de Oslo, el número de israelíes muertos a manos de terroristas palestinos había aumentado un 73%.

En su libro Red Horizons (Horizontes rojos), Pacepa cuenta lo que dijo Arafat en una reunión en los cuarteles de la OLP en Beirut en la época en que Ceausescu estaba intentando dar a la OLP apariencia de respetabilidad.

“Soy un revolucionario. He dedicado mi vida entera a la causa palestina y a la destrucción de Israel. No voy a cambiar ni vacilar. No estaré de acuerdo con nada que reconozca a Israel como Estado. Nunca (…) Pero siempre estaré dispuesto a hacer creer a Occidente que quiero lo que el hermano Ceausescu quiera que haga.”

La propaganda allanó el camino al terrorismo, refirió Pacepa en la National Review:

“El general Aleksandr Sajarovski, que creó la estructura de inteligencia de la Rumanía comunista y después ascendió hasta dirigir todo el servicio de inteligencia extranjera de la Rusia soviética, solía sermonearme: “En el mundo de hoy, en que las armas nucleares han dejado obsoleta la fuerza militar, el terrorismo debería convertirse en nuestra arma principal”.

El general soviético hablaba en serio. Sólo en 1969 fueron secuestrados 82 aviones en todo el mundo. Según Pacepa, la mayoría de esos secuestros fueron llevados a cabo por la OLP u otras organizaciones asociadas, todas con el respaldo de la KGB. En 1971, cuando Pacepa visitó a Sajarovski en su oficina de la Lubianka (la sede central de la KGB), el general alardeaba: “El secuestro de aviones ha sido una idea mía”. Al Qaeda utilizó aviones secuestrados el 11 de Septiembre.

¿Dónde encaja Mahmud Abbas en todo esto? Abbas estudió en Moscú en 1982, en el Instituto de Estudios Orientales de la Academia de Ciencias de la URSS. (En 1983 se convirtió en espía de la KGB). Allí escribió su tesis, publicada en árabe como El otro lado. Las relaciones secretas entre el nazismo y el liderazgo del movimiento sionista. En ella negaba la existencia de las cámaras de gas en los campos de concentración y discutía la cifra de víctimas del Holocausto diciendo que lo de los seis millones de judíos asesinados era una “delirante mentira”, mientras que al mismo tiempo culpaba del Holocausto a los propios judíos. El director de su tesis fue Yevgueni Primákov, quien posteriormente se convertiría en ministro de Exteriores de Rusia. Incluso después de que hubiera concluido su tesis, Abbas mantuvo lazos estrechos con los líderes, el ejército y miembros de los servicios de seguridad soviéticos. En enero de 1989 fue nombrado copresidente del Comité de Trabajo Palestino-Soviético (después Ruso-Palestino) en Oriente Medio.

Puesto que el actual líder de los árabes palestinos era un pupilo de la KGB –cuyas maquinaciones se han cobrado la vida de miles de personas sólo en Oriente Medio–, no se puede dejar pasar como “curiosidad histórica”, aunque los creadores de opinión contemporáneos prefieran ignorarlo como tal.

Aunque Pacepa y Mitrojin hicieron sus advertencias hace muchos años, pocos se molestaron en escucharlos. Deberían haberlo hecho.

Fuente:cciu.org.uy