TERESA DE JESÚS PADRÓN BENAVIDES

Para mi Héctor

En hebreo, la palabra para canción, “shir” (ריש), es la misma que para poema. El poeta “meshorer” (ררושמ), es también un cantor, “zameret” (תרמז). Porque desde que surgió, la canción está hecha de música, pero sobre todo de palabras. Recordamos un poema mejor cuando lo “cantamos”, es decir, cuando respetamos la métrica, el ritmo y la “musicalidad” del poema. Los judíos cantamos al hacer tefilá (oración), porque así es más fácil grabar en nuestra mente y corazón las palabras sagradas.

Leonard Cohen comenzó como novelista y poeta, pero decepcionado de no haber logrado éxito como escritor, decidió, a fines de los sesenta, coger una guitarra acústica y musicalizar sus poemas con música sencilla y con una voz profunda y delicada a la vez, una voz que no quería sonar estridente, que no quería molestar los sonidos del mundo, una voz que sólo pretendía ser la de “un cantor de los coros menores en la sinfonía divina de la creación”, como él mismo escribió en uno de sus poemas (salmos) tardíos.

Desde entonces, Leonard Cohen se convirtió en uno de los cantautores más influyentes en la historia de la música popular del siglo XX. Desde Judy Collins, pasando por Frank Sinatra, el cantaor flamenco Enrique Morente, Richie Havens, Nick Cave, Tom Waits y el mismo Bob Dylan, casi cualquier músico o intérprete auténtico y bueno, se reconocen deudores de Cohen. Y no es casual que así sea.

Las canciones de Cohen, desde las primeras, a fines de los sesenta, hasta las de su último e inconcluso “You want it darker”, tocan las fibras más íntimas de la sensibilidad humana por su honestidad, por su oscuridad y luminosidad, por su verdad y su mentira, por su amor y su odio, por ser mundanas y espirituales, porque apelan a nuestra doble naturaleza, por nuestra inclinación hacia el bien o hacia el mal, pero sobre todo, porque desnudan el alma y nos dejan indefensos, frágiles y vulnerables ante una verdad que está más allá de nosotros y que nos abruma, nos aterra, pero que no podemos evadirla por más intentos que hagamos. Y esa Verdad (con mayúsculas) para Cohen, como para cualquier judío religioso, se llama Dios.

Todos los poemas (canciones) de Leonard Cohen, incluso los inspirados en la contemplación de la belleza del cuerpo femenino, en el amor físico (que para Cohen es lo mismo que amor a secas), están imbuidos de religiosidad, de misticismo, de espiritualidad.

Leonard Cohen nació y creció como judío creyente, pero fue también un hombre de mundo, un “bon vivant”, alguien para quien los placeres de la vida eran también motivo de gratitud y de asombro, pues éstos también fueron creados por Dios para nuestro disfrute, siempre y cuando no cometiéramos excesos o hiriéramos a alguien. Al igual que el rey David, a quien menciona en la que sea tal vez su canción más famosa, “Hallelujah”, él también contempló a Betsabé, la mujer del Hitita bañándose y quedó prendado de su belleza y sólo pudo exclamar las palabras de alabanza a Yavhé, “Hallelujah”.

Pero así como Dios perdonó a los amantes, también los castigó por el doble pecado de adulterio y asesinato de Urías, el hitita, haciendo morir al hijo de ambos a los siete días de nacido, no por venganza, sino por justicia y para hacerles ver que debemos responder por nuestros actos; así Leonard Cohen se debatió toda su vida entre la debilidad de lo sensual y la fortaleza de lo religioso. Siempre se planteó el dilema moral de cómo debía vivir. Canciones como “If It Be Your Will” (si es Tu voluntad), son un hermoso y claro ejemplo de cómo a Cohen le angustiaba saber qué es lo que debía hacer, cómo le atormentaba la cuestión de qué era lo que Dios quería de él, de para qué lo había enviado el mundo. Dice: “Si es Tu voluntad, que yo no hable más y mi voz se quede quieta, como era antes, no hablaré más, soportaré hasta que sea llamado, si es Tu voluntad” *

Todos sus poemas y canciones contienen alusiones y metáforas bíblicas que para alguien que no haya leído el Libro, resultan incomprensibles y por eso difícilmente parecían a Cohen en su justa dimensión. Por ejemplo, una de las últimas, “Show Me The Place” (muéstrame el lugar), del álbum “Old Ideas”, dice: “Muéstrame el lugar hacia dónde quieres que tu esclavo se dirija, muéstrame el lugar, lo olvidé, lo desconozco, muéstrame el lugar, donde la palabra se hizo hombre, muéstrame el camino donde comenzó el sufrimiento…” *

O el primer poema de su libro “Book of Mercy” (el libro de la misericordia), que dice: “Me detuve a escuchar, pero Él no vino. Comencé de nuevo con una sensación de pérdida. Mientras esta sensación se agudizaba, Lo escuché de nuevo. Dejé de detenerme y dejé de comenzar, y me permití ser aplastado por la ignorancia. Esto fue sólo una estrategia, pero no funcionó. Mucho tiempo, años desperdicié en la sombra. Regateo ahora, me humillo por Su amor. Suplico misericordia. Despacio, Él cede. Pausadamente avanza hacia Su trono. Los ángeles, muy a su pesar, se conceden uno a otro permiso para cantar. En una sucesión tan delicada que no puede señalarse, la corte se establece en filas de dorada simetría, y de nuevo soy un cantante de los coros bajos, nacido hace cincuenta años, para alzar mi voz hasta esta altura y no más alto.” *

Hacia el final de su vida, esa voz baja de la que él habla, la voz varonil y delicada al mismo tiempo, la voz masculina y tierna, la voz del “cantante de los coros bajos”, se fue haciendo aún más pausada y más grave, más baja y más acompasada, como debieron ser las veces de los profetas, como la voz de Amos, el profeta “menor” (mi favorito), quien condenó la corrupción de las élites gobernantes, la injusticia social y la idolatría y lo hizo desde su condición humilde, de agricultor (cultivaba higos).

Como Amos, Leonard Cohen fue un profeta que predijo, desde hace años, en discos como “The Future”, el caos de los tiempos oscuros actuales. Canciones como la que da título al disco, hablan de manera irónica, cruda y grotesca, el anhelo de violencia, de crimen y de sometimiento al que somos proclives, traduzco:

“Devuélveme mi noche rota
Mi cuarto de espejos, mi vida secreta
Se está solo aquí, no hay nadie ya a quien torturar…
Dame poder absoluto sobre cada alma viviente
Y acuéstate a mi lado, nena, ¡es una orden!
Corten el último árbol que queda
Y ensártenlo en su cultura
Denme de nuevo el muro de Berlín
Denme a Stalin y a San Pablo
He visto el futuro, hermano
Es asesinato.” *

Y aunque Cohen, a diferencia de los profetas bíblicos, no se privó de ninguno de los privilegios de su condición social, tampoco vivió la vida alocada y de excesos de muchos de sus colegas. Nunca fue motivo de escándalo debido a su vida disipada, pues jamás la tuvo y si llegó a tenerla, era eso, su vida privada y al vivirla, vivió paralelamente una vida de retiro espiritual, de soledad y recogimiento, de aislamiento y de peregrinaje hacia el centro de sí mismo, de su alma y de su corazón, y esa vida aislada fue la que produjo muchas de sus mejores canciones y poemas, llenos de reflexiones profundas acerca de lo que él era para sí mismo.

Leonard Cohen vivió algunos años en un monasterio budista en California y de esa experiencia, la cual combinó siempre con el ejercicio de su fe judía y el estudio de la Torá, surgieron grandes cosas, como su libro de poemas “Book of Mercy” y “Book of Longing” y un poco después, un gran disco, “Ten new songs” de 2001, que contiene algunas de las más hermosas letras jamás escritas por un compositor moderno, como “The Land of Plenty” (la Tierra de la abundancia, en una clara alusión a la Biblia). Dice una parte:

“Por la decisión más íntima
Que no podemos dejar de obedecer
Por lo que queda de nuestra religión
Levanto mi voz y rezo:
Que las luces en la Tierra de la abundancia
Brillen sobre la verdad algún día”. *

Gracias Leonard, por devolvernos la fe y la esperanza en estos tiempos oscuros.

* Traducción de los poemas y canciones por Teresa Padrón.