EDUARDO SCHNADOWER PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

El loco octubre

No sé si ustedes sepan, pero existe un fenómeno psicológico al que llaman el “síndrome del viajero eterno”. Esto consiste en que cuando una persona pasa mucho tiempo fuera de su país de origen, puede ser que nunca se sienta “en casa”, y si después regresa, los cambios que ocurrieron durante su ausencia tanto en las personas como en el lugar de origen en sí, hacen que, a su regreso, lo que alguna vez fue su hogar ahora tampoco se sienta como tal. Es decir, la persona vive condenada a siempre sentirse extranjero(a). No a todas las personas les ocurre.

Honestamente, llevo muy poco tiempo viviendo aquí como para que pueda decirse que eso podría o no ocurrir conmigo. Sin embargo, no sé si esté relacionado lo que viví ahora que fui a México para pasar el año nuevo judío.
A poco más de un mes de estar viviendo aquí, y en pleno momento de exámenes parciales, emprendí el viaje de cinco días que tenía como uno de sus objetivos recuperar esos rectángulos de plástico duro que estaban guardados en la cartera que perdí y que desafortunadamente, a pesar de la evolución de la tecnología biométrica, aún siguen siendo necesarios.

El día 29 de septiembre, después de haber tomado mi clase de economía, Yafa, Liora y yo nos fuimos al aeropuerto. Comenzó entonces la espantosa, humillante y denigrante rutina de viajar en avión, por la cual ya hemos pasado hasta el hartazgo, y de la cual tal vez (o tal vez no) escriba un artículo en el futuro, por lo que no la detallaré aquí. Sin embargo, sí voy a relatar un evento especial que ocurrió durante este trayecto.

Previamente quiero mencionar que ese día era la reunión de quince años después de habernos graduado de la preparatoria y que había elegido ese día precisamente para poder llegar a dicha reunión. Estábamos en el pequeñísimo aeropuerto de Dallas Fort Worth (tan es así que, en la lista de todos los aeropuertos del mundo ordenados de chico a grande, ocupa el último lugar), que era nuestra escala antes de viajar a México, y después de correr a toda prisa para poder lograr la escala, abordamos el avión.

A los pocos minutos, nos informan que hay fallas mecánicas y que las están revisando, pero debemos despegar en breve. Después de más de una hora de tenernos a todos tan cómodamente sentados en la espaciosa clase turista sin que el avión haga el más mínimo movimiento, nos notifican, con un lenguaje mucho más sutil, por supuesto, que el avión no sirve y que nos tenemos que bajar.

Nos hicieron que nos moviéramos a otra sala, donde más tarde llegó el avión de reemplazo. Abordamos, y de nuevo nos hicieron esperar. En esta ocasión, el piloto, para hacer la espera más llevadera y amena, nos dio el mensaje que: “se le habían prendido unas lucecitas” pero que no era nada grave y que en breve debíamos despegar. Viéndolo en retrospectiva, no entiendo cómo es que los pasajeros permanecimos calmados en lugar de armar una revuelta y exigirle a AMERICAN AIRLINES que nos llevaean en otra aerolínea. Pero dado que el viaje ya concluyó y que estoy aquí para teclear estas palabras, creo que, después de todo, permanecer calmados no fue tan mala decisión.

Despegamos con tres horas de retraso, y mi llegada a la reunión se retrasó por el mismo tiempo. Afortunadamente, aún alcancé a ver a varios de mis compañeros que me recibieron cálidamente, aunque solamente alcancé a estar en la reunión media hora.

Los días siguientes consistieron en pasarlos con la familia, festejar Rosh Hashaná, y resolver mis asuntos pendientes. Mi estancia en México estuvo marcada por una extraña sensación de que todo este asunto del doctorado en Carnegie Mellon no había sido más que un sueño y que ahora estaba volviendo a “la realidad”. Un viaje de cinco días resulta bastante breve, así que, cuando nos regresamos a Pittsburgh fue inevitable tener esa misma sensación respecto de mi estancia en México, como si ésta en realidad no hubiera ocurrido y simplemente haya soñado con estar con mi familia.

Por supuesto, esta sensación de “todo fue un sueño” fue notablemente intensificada por el hecho de que al día siguiente de mi llegada tenía examen de economía, y un día después el de estadística. Eso sí que es volver a la “realidad”.

Fue un viaje corto, pero con una carga emocional importante. Como si hubiera resumido los últimos años de mi vida en cinco días: estuve treinta minutos con personas que no veía hace quince años, pasé las fiestas con mi familia y la de mi esposa, visité ese pequeño departamento que fue mi casa durante cuatro años para asegurar que el inquilino que acababa de irse la hubiera dejado en buen estado, e incluso visité esa oficina donde pasé una buena parte de los últimos tres años de mi vida (bueno, no la oficina como tal, sino la sucursal del banco que está a un ladito, pero se entiende).

Regresamos a Pittsburgh, y nos encontramos con los cambios de clima más extraños: un día llueve y hace frío, y al día siguiente hace un calor no tan fuerte como el del verano, pero calor, al fin y al cabo. Las lluvias podían llegar a durar largas horas o unos pocos minutos, y ocurrir varias veces en el mismo día. Por otra parte, el verdor de la vegetación empezó a ceder el terreno a los colores naranja, amarillo, rojo y café, y las hojas secas inundaron las calles.

Este tipo de clima resulta especialmente complicado en Yom Kippur, ya que hay que abrigarse para no pasar frío, pero también hay que cuidarse de no sudar para no deshidratarse demasiado y también hay que prevenirse por si llueve. En este caso le agradezco a D’s que tengo una hija pequeña, porque su carriola es un excelente perchero.
Hablando de Yom Kipur, tuve la oportunidad de pasarlo en el templo de Jabad, aquí en Pittsburgh, y resulta una experiencia muy gratificante. Se las ingenian para inyectar al día de una particular alegría durante los rezos, pero sin que se pierda la solemnidad. En especial en el punto culminante, justo antes de que se toque el Shofar, después de pronunciar las últimas palabras antes de dicho toquido, de forma espontánea se levantan todos y comienzan a cantar. Todos los que estamos rezando entonces bailamos, como si se tratara de una gran celebración. La energía que parecía completamente agotada, regresa súbitamente para integrarse a este gran momento y darle un gran cierre a este día.

Posteriormente fue la fiesta Sucot, y afortunadamente fuimos invitados a muchas sucás diferentes donde tuvimos la oportunidad de pasarlo con una gran variedad de gente. En la casa donde pasamos Shabbat la sucá estaba dispuesta en la parte trasera de la casa, dando hacia el interior, por lo que una puerta de cristal era lo único que separaba la sucá del interior del hogar. Esto permitió que quienes quisieran comer en la sucá a pesar de la lluvia pudieran convivir con quienes quisieran cenar adentro. El único detalle era que eso reducía notablemente los efectos de la calefacción.

En otra ocasión fuimos invitados a dos Sucot diferentes el mismo día y a la misma hora, pero una falta de atención por nuestra parte nos llevó a pensar que era el mismo evento y confirmar nuestra asistencia para ambas. Así que tuvimos que irnos temprano de una para llegar tarde a la otra. La comida extra, por supuesto, siempre se aprovecha bien. En esta última sucá invitaron a una banda de jazz llamada Chillent, y vimos con mucho agrado cómo por iniciativa propia Liora se paraba a bailar con la música (por su corta edad su “baile” consistía en doblar y estirar las rodillas, pero no hacía falta más). Los integrantes de la banda estuvieron fascinados de ver cómo lograron que se prendiera una niña de un año de edad, que aún no sabe caminar, pero ya conoce los buenos ritmos.

Volviendo al tema del clima, lo que quizá retrata mejor lo extraño de octubre es la experiencia que tuve en el kayak. Como Pittsburgh está rodeada de ríos, el kayak es una de las actividades típicas cuando el clima lo permite. Y precisamente en octubre son los últimos días del año en que esto ocurre, salvo por aquellos que consideren la posibilidad de quedarse paralizado con los brazos congelados entre el aire gélido y el agua helada como algo agradable. Amaneció aproximadamente a tres grados, pero se esperaba que subiera la temperatura, por lo que seguí la recomendación de ir vestido “en capas”, ya que la expectativa era que la temperatura subiera a lo largo del día.

Fue un día muy ameno, con mucho sol, por lo que la expectativa se cumplió. Sin embargo, cuando esto ocurrió ya me encontraba arriba del Kayak. Así que, aunque estaba vestido “en capas”, no tenía dónde poner esas “capas” que tanto ansiaba quitarme. Naturalmente esto afectó mi desempeño en el Kayak, por lo que en algún momento me quedé rezagado y lejos de la gente del grupo con el que iba. Quizá, pero solamente quizá, también haya tenido que ver un poco el hecho de que no tengo experiencia en el Kayak, mi falta de coordinación y los muchos meses que llevo sin ejercitar apropiadamente mis delgados brazos.

Por supuesto, nos tocó ver los debates presidenciales en vivo, y todo el embrollo que rodeó a estas elecciones. Nos tocó ser acosados en la televisión y en páginas de internet acerca de los graves peligros que implicaban tanto los candidatos presidenciales como los del congreso. Me tocó ser invitado incontables veces a registrarme para votar para solamente responder: “I am not a citizen, sorry” (No soy ciudadano, lo siento). Algo curioso es que, en los anuncios políticos, siempre al final aparece el candidato en cuestión diciendo: “I am ___ and I approve this message” (Yo soy ___ y apruebo este mensaje). Y eso incluye cuando el mismo candidato es el que se presenta durante todo el anuncio. Es decir, el candidato se aprueba a sí mismo.

Llegó el día de las elecciones y ciertamente aquí en Pittsburgh se vivió de manera muy tranquila. Yo simplemente continué con mis estudios de manera habitual, me preparé para el segundo examen de estadística que fue justo al día siguiente, y finalmente estuve un rato siguiendo los resultados de las elecciones hasta que se veía clara cuál era la tendencia. No esperé a que se declarara oficialmente el ganador, ya que tenía que dormir bien para mi examen.

Ya todos sabemos el resultado de las elecciones, y aquí en Pittsburgh mi impresión fue que la gente simplemente continuó con sus vidas, alguno que otro con tristeza en su rostro, otros con indiferencia, y unos pocos contentos. No hubo protestas como en California u Oregon, ni tampoco grandes celebraciones. Aquí todo sigue normal.

Hasta aquí mi relato por hoy, espero que lo hayan disfrutado y estén atentos para la próxima entrega de esta serie.