MICHAEL S. ROTH

Uno de los historiadores más eminentes de la guerra nazi de exterminio comparte sus luchas para comprender cómo eso determinó su propia vida.

“Nací en Praga en el peor momento posible.” Así comienza “Cuando llega el recuerdo” ” de Saúl Friedländer, su extraordinaria biografía de una vida cortada durante el curso, y luego en la estela, de la campaña para exterminar a los judíos de Europa. Como el resplandeciente “Habla, Recuerdo” de Vladimir Nabokov, “Cuando llega el recuerdo” retiene la textura misma del recuerdo en un estilo literario caracterizado por el tacto y la elegancia. El único hijo de judíos checos muy asimilados, el Sr. Friedländer adoraba a su madre y observaba a su padre distante, un “esteta burgués encaramado sobre el borde de un volcán.”

Los recuerdos de sus padres, quienes fueron asesinados en los campos después que patrullas fronterizas suizas los entregaron a las autoridades francesas, son recurrentes a lo largo del libro, mezclados con reflexiones sobre su vida como un hombre joven y como un escritor llegando a un acuerdo con un pasado traumático.

” Cuando llega el recuerdo” es fiel al funcionamiento de la memoria: No llega todo de una vez; reaparece, a menudo sin advertencia, para interrumpir el presente con el aroma, y el dolor, del pasado.

Escrito en francés, el libro fue traducido por primera vez para los lectores ingleses en 1979. En esa época, el autor ya se había creado una reputación como un historiador dotado con un fuerte centro moral y político. Other Press está reeditando ahora la biografía junto con una secuela, “Donde conduce el recuerdo: Mi vida.”

El nuevo volumen fue escrito en inglés, el idioma que ha utilizado Friedländer profesionalmente durante décadas. Con el tiempo, él se ha convertido en uno de los más eminentes historiadores de la guerra nazi de exterminio contra los judíos. En su biografía, él comparte sus luchas por comprender cómo esa guerra determinó el curso de su propia vida.

Todos en la casa Friedländer, cuenta él al lector, se sentían alemanes y no checos. Para mediados de la década de 1930 el estado alemán llegó a rechazar su identificación cultural. Los padres del autor escaparon de Praga a París después que la maquinaria de guerra nazi comenzó su marcha impiadosa a lo largo de Europa central. Otros familiares hicieron su trayecto hacia Palestina; un tío se estableció en Suecia, donde dirigió una escuela para niños con enfermedad mental profunda. En Francia, el padre de Friedländer intentaba aprender un comercio, y su madre se entrenó como cosmetóloga. Ellos habían llamado al niño “Pavel” en Praga, pero en París este se convirtió en Paul. En la escuela católica su nombre fue cambiado a Paul-Henri Ferland, más definitivamente no judío.

Después de la guerra él iría a Israel, y su nombre cambiaría nuevamente a Shaul, acortado a Saúl, o Saül cuando él regresó a Europa. “En resumen,” destaca él, “es imposible saber que nombre tengo.”

La familia del niño huyó hacia el sur de Francia mientras las tropas nazis hacían su camino hacia París, y “Paul-Henri” fue dejado en una escuela católica mientras sus padres buscaban otro refugio temporal en el pueblo. Su infelicidad allí era profunda, y él escapó (brevemente) para encontrar a sus padres en un hospital cercano. Su recuerdo de apresurarse hacia los brazos de su madre sabiendo que sería enviado de regreso a la escuela corta profundo, pero Friedländer reconoce que él puede ofrecer a los lectores sólo el sentimiento más leve de ese encuentro hiriente: “Hay ciertos recuerdos que no pueden compartirse, tan grande es la brecha entre el significado que ellos tienen para nosotros y lo que otros podrían ver en ellos.”

A los 10 años Paul-Henri fue bautizado y con esta identidad nueva fue enviado a una escuela internado en el campo francés. Sus padres trataron de huir a Suiza para escapar de la acometida nazi, planeando regresar para encontrar a su hijo después de la guerra. Años después, Friedländer reconstruye el paso malogrado. Él cita su carta: “Alcanzamos Suiza después de un viaje muy agotador y fuimos regresados. Estábamos mal informados.”

El joven Friedländer desarrolló una vocación religiosa en la escuela y creyó que se volvería sacerdote. Pero luego de la guerra es llevado a enfrentar su judeidad. El escribe, “¿No fue locura identificarme con mi judeidad cuando Paul-Henri Ferland no tenía ningún vínculo restante con los judíos? . . . ¿Entonces de dónde vino esta necesidad de un retorno, un retorno hacia un grupo diezmado, humillado y miserable?” Friedländer sabe tanto como cualquier otro que el recuerdo plantea esta pregunta sin proponer una respuesta. Las palabras finales de “Cuando llega el recuerdo” son: “De la oscuridad se alzó ante nosotros la tierra de Israel,” pero Friedländer se convertiría en un duro crítico de las políticas israelíes. Después de tanta interrupción, pertenecer totalmente a algo puede haber sido imposible.

“Donde conduce el recuerdo” describe en forma más prosaica y cronológica el itinerario de un historiador cuya obra de vida ha sido reunir las piezas de un relato de crímenes masivos y patrocinados estatalmente mientras hace un lugar para las voces de los perseguidos sin misericordia. Friedlander tiene ahora 84, y él cuenta en broma al lector de sus poderes debilitados del recuerdo. Pierde palabras, olvida nombres y caras. ¿Qué puede salvar él (para sus hijos, para sus estudiantes) escribiendo? Friedländer hace hincapié en que cualquiera sea la vida exterior normal que él ha construido, “en el núcleo mismo” de su personalidad queda un defecto. “Después que dejé el seminario, reconocí que nada podía tocarme profundamente,” escribe. “Yo era como un insecto cuyas antenas habían sido arrancadas.” Esta incapacidad de sentir no lo hizo inmune a ataques de ansiedad, pero lo dejó con un anhelo de “tranquilidad interior.” Tal vez esta falta de conexión emocional dio en cierta forma al Sr. Friedländer la fortaleza para hacer de la historia de la Shoá la obra de su vida. Él escribe que está incitado por una “sensación recurrente de no haber cumplido lo que sentía como una obligación profunda.”

“Cuando llega el recuerdo” fue escrito en la clave del recuerdo, un registro repleto de sensación y emoción pero que no puede ofrecer ninguna lección. “Donde conduce el recuerdo” está escrito en la clave de la historia, un registro que pasa del significado al mensaje. Aquí, el autor es claro como el cristal. “La única lección que uno podría sacar de la Shoá fue precisamente el imperativo: posiciónate contra la injusticia.” Obligación cumplida.

Michael Roth es el presidente de la Universidad Wesleyan y autor de “Recuerdo, Trauma e Historia: ensayos sobre vivir con el pasado.”

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México