DIEGO BOLAÑOS PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO –El pasado 17 de noviembre, el Consejo Sionista de México entregó el Premio Herzl al Maestro Enrique Chmelnik Lubinsky en reconocimiento a su labor y activismo dentro del movimiento sionista y su apoyo al estado de Israel. Chmelnik habló sobre la historia del sionismo, del Premio Herzl, su visión del papel que el sionismo debe tener en el mundo moderno, como adalid de los derechos y libertades de todos los pueblos orpimidos del mundo; y el orgullo que representa para los judíos mexicanos la existencia misma del Estado de Israel. A continuación reproducimos su conmovedor discurso.

 

 

DIEGO BOLAÑOS PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

“Recibir el Premio Herzl es un privilegio que me honra extraordinariamente. Dice el Pirke Avot: “Im ein ani li ¿mi li? Ujsheani l’atsmi, ¿ma ani?” (Si no soy yo para mí, entonces ¿quién será para mí? Y si sólo soy para mí, entonces ¿qué soy?). En 1948, con la fundación de Israel, el pueblo judío fue para sí mismo, retornando a la tierra de sus ancestros y estableciendo ahí un Estado judío. La independencia de Israel podría haber significado el fin del sionismo. Sin embargo, el sionismo permanece hasta nuestros días. A decir verdad, el sionismo tiene todavía mucho por lograr y no está, de ninguna manera, condenado a desaparecer.

Lo que yo personalmente veo en la lucha nacional de los judíos es el principio de un fenómeno que trasciende a la Independencia de Israel. Lo que yo veo es a un pueblo, con dos mil años de exilios, persecuciones y exterminios a cuestas, que ha sido capaz de vencer el ostracismo, de prevalecer una y otra vez a los intentos de aniquilación y de volver a su tierra ancestral. Lo que yo veo en el sionismo, es un movimiento político que constituye un aura de esperanza para todos los pueblos del mundo.

Ojalá las minorías segregadas y los pueblos perseguidos volvieran su rostro alguna vez hacia el sionismo para descubrir que la redención es perfectamente posible. Ojalá, sobrepuestos de cualquier prejuicio contra Israel y contra los judíos, echaran una mirada a la historia de nuestro pueblo y se reanimaran con la visión de aquel movimiento que, contra todo pronóstico, hizo posible el retorno de los judíos a su patria ancestral y el establecimiento de un Estado soberano y libre. El sionismo no es un movimiento judío; es un movimiento tremendamente humano, una filosofía política que ve en el derecho del pueblo judío a la vida, a la seguridad y a la independencia, el derecho de todos los pueblos a un espléndido porvenir.

Pienso en numerosos grupos que necesitan hoy del sionismo para recuperar las garantías que les han sido arrebatadas. Porque yo veo en los ideales del sionismo no solamente la reivindicación de un pueblo para recuperar su tierra; veo en el sionismo las reivindicaciones de todos los pueblos del mundo, de todas las minorías, de todos los hombres, y de todas las mujeres que están buscando una mejor oportunidad; una vida libre y una vida justa. Si se erradicaran los prejuicios contra el Estado de Israel, el sionismo inspiraría a numerosas personas a marchar en pos de un glorioso destino.

El sionismo es el movimiento que necesitan hoy todos aquellos pueblos que aspiran a un mejor futuro, es la clase de movimiento que no implora los derechos, los exige y los conquista. Todos los vencidos de la historia tendrían que identificarse con el sionismo, todos los pueblos sometidos y los hombres subyugados tendrían que hermanarse con el sionismo, porque el sionismo representa esa esperanza de vislumbrar la independencia de un pueblo condenado al exilio y a la persecución por cerca de veinte siglos.

Hace algunos años, en la universidad, un compañero me preguntó por qué los judíos en general no comprendemos al pueblo palestino. Obviando algunas explicaciones acerca del origen del conflicto, le respondí aquella vez algo en lo que creo firmemente: Si la causa palestina consistiera en un proyecto estrictamente nacional, con pretensiones legítimas y una voluntad razonable, acaso entonces vería el palestino que no existe ningún pueblo en el mundo que comprenda mejor su derecho a la autonomía que los propios judíos, porque no hay otro pueblo que sepa mejor lo que significa vivir dos mil años sin una tierra. No hay alguien que simpatice y entienda mejor las reivindicaciones nacionales de otros grupos que el propio pueblo judío.

Cuando reflexiono acerca de lo que está sucediendo en nuestro tiempo, con el auge del totalitarismo, con los discursos segregacionistas, con la amenaza que pesa sobre los migrantes, pienso que el Estado de Israel y los judíos del mundo debemos reparar en ello. Sí, hemos tenido que ser para nosotros mismos, pero si sólo somos para nosotros, ¿qué es lo que somos?

He seguido con gran asombro el entusiasmo de algunos de mis correligionarios por el triunfo de un futuro presidente que promueve la discriminación y la xenofobia. Se complacen con la simple probabilidad de eventuales beneficios para el Estado de Israel. Desde mi punto de vista ni el sionismo, ni el judaísmo se contentan solamente con la prosperidad del Estado judío. El judaísmo se inclina siempre por la implicación de cada individuo en el destino de la humanidad. Fiel a nuestras convicciones filosóficas y a nuestras creencias confesionales asumimos responsabilidad, no sólo por el florecimiento de Israel, sino también por el bienestar del mundo. Al fin de cuentas, la historia ha probado una y otra vez que ahí donde se vuelve normal y constitucional la discriminación, terminan sucumbiendo todos; que ahí donde comienzan persiguiendo a una minoría, terminan arrasando con todas.

Que no se diga nunca que los judíos han vuelto a la Tierra de Israel y han fundado el Estado judío para volverle la espalda al mundo; para encerrarse en una especie de Arca de Noé y salvarse mientras el mundo entero se extingue bajo las aguas del diluvio. Los judíos no nos salvamos a nosotros mismos, mientras todos los demás sucumben. Como dice un versículo de la Torá: “No te pararás sobre la sangre de tu prójimo”. Es decir, no permanecerás indiferente ante la tragedia que le acontece a los demás.

Si los judíos han vuelto a la tierra de sus antepasados, luego de haber sorteado toda clase de adversidades, no pueden… no podemos desentendernos del mundo. Israel no puede ser uno más de esos países que cerraron los ojos y las puertas en víspera del Holocausto.

Yo veo en el sionismo un movimiento ejemplar que reivindica derechos universales, una genuina luz para las naciones, que ilumina el porvenir de todos los migrantes que buscan una mejor oportunidad de vida, exactamente igual que millones de judíos al paso de las generaciones, millones de judíos que migraban una y otra vez buscando siempre mejores oportunidades de vida. No creo en un sionismo que reclama exclusivamente los derechos nacionales de un solo pueblo; creo en un sionismo que ve en la redención del pueblo judío el principio de una emancipación universal.

Creo en ese sionismo que se alza con determinación para hacerle frente al resurgimiento del odio, de la segregación y del fanatismo. Creo en el sionismo como un movimiento que ve en el derecho a la autodeterminación del Pueblo Judío, el derecho a la autodeterminación de todos los pueblos. Y estoy convencido de que hoy el sionismo es tan necesario como lo fue antes de la fundación del Estado de Israel.

Desde hace doce años tengo el privilegio de participar en el único programa de radio con temática judía que existe actualmente en México. El Aleph. Cada semana tenemos una cita con miles y miles de personas, que están interesadas en conocer un poco más acerca de nuestra cultura, nuestra religión y nuestra historia. Uno de los ejes del programa es, ciertamente, el esclarecimiento del conflicto en Medio Oriente.

Lo que hacemos para esclarecer es tan importante como lo que definitivamente no hacemos. Permítanme explicarles:

Hace más de cincuenta años Hanna Arendt escribió en un célebre ensayo que: “No son pocos, especialmente entre las minorías cultas, quienes todavía lamentan públicamente que Alemania expulsara a Einstein, sin darse cuenta de que constituyó un crimen mucho más grave dar muerte al insignificante vecino de la casa de enfrente, a un Hans Cohn cualquiera, pese a no ser un genio”. El sionismo político surgió para darle hogar a un pueblo de exiliados y perseguidos; para redimir a todos los judíos, no sólo a aquellos que fueran sobresalientes o excepcionales.

Hace algún tiempo recibí un texto que enumeraba los maravillosos progresos del Estado judío, los descubrimientos científicos, los adelantos tecnológicos, así como una amplia lista de Premios Nobel cosechados por judíos. Todos esos adelantos son francamente asombrosos. No tengan la menor duda de que me entusiasman enormemente los éxitos del pueblo judío y los avances del Estado de Israel. Pero el hecho esgrimir esos logros para hacer valer al Estado judío o para contrarrestar el antisemitismo, constituye desde mi perspectiva un enorme desacierto.

Primero, porque esos argumentos sirven para alardear, para presumir, no para esclarecer. En segundo lugar, porque lejos de persuadir a los detractores de Israel, sirven para elogiarnos mutuamente y para convencernos a nosotros mismos; precisamente nosotros que ya estamos convencidos. Y en tercer lugar, considero que esas interminables listas de Premios Nobel y todas esas alusiones al progreso y desarrollo de Israel, abren sendas interrogantes: ¿Acaso el Estado de Israel no existe por razones de justicia y derecho? ¿Acaso los judíos no merecemos naturalmente los garantías inalienables de todos los pueblos, que nos vemos obligados a refrendar una y otra vez nuestra contribución a la humanidad para ganarnos el derecho de vivir en el mundo?

¿Acaso los judíos tenemos que hacer más que todos los pueblos para conquistar el derecho de vivir en paz y seguridad dentro de nuestra tierra? ¿Acaso decenas de Premios Nobel y de descubrimientos científicos y logros tecnológicos valen más que ese derecho y esa justicia que sustentan la creación del Estado judío? En el programa de radio, jamás replico a un enemigo del Estado de Israel leyéndole una lista de Premios Nobel, porque de hacerlo, estaría aceptando que Israel tiene que hacer más que otros países para ganarse su derecho a la existencia.

Yo me rehúso a enarbolar la bandera del progreso judío para refutar el antisemitismo, porque detrás de ese argumento pervive la idea de que ganamos nuestros derechos a golpe de inventos y descubrimientos.

Todavía más: Cuando respondemos un ataque antisemita con un inventario de contribuciones judías, damos a entender que aquellos pueblos oprimidos que no contribuyen notablemente con el desarrollo de la humanidad, acaso sí merecen la persecución y el exterminio. El antisemitismo es aberrante aunque los judíos no ganaran Premios Nobel; y el Estado de Israel merece existir aunque no contribuyera con un solo avance, porque los judíos no tenemos que hacer más que cualquier otro pueblo para tener derecho de piso en este mundo. Israel, como país, tampoco.

El extraordinario desarrollo del Estado judío es un regalo y hasta un resarcimiento de nuestra historia. Pero Teodoro Herzl no pensaba en un pueblo superior cuando concebía la fundación del Estado judío, pensaba en lo que fuimos, un pueblo relegado y perseguido. El Estado de Israel cumple su función, no por ser el refugio de un puñado de talentos, sino por ser el hogar de todos los judíos.

El Estado de Israel es verdaderamente grandioso y es motivo de orgullo para la inmensa mayoría de los judíos. Pero aún si no lo fuera, aún si no fuera un Estado prominente y admirable, les garantizo que yo de cualquier forma amanecería todos los días de mi vida feliz de saber que existe un pequeño pedazo de tierra en el que ondea soberanamente una bandera coronada con una Estrella de David. Y que ese pequeño territorio es el Estado de Israel: el Estado judío.