CAPITULO VII

Durmiendo con el enemigo

Permaneció sentado en el antecomedor un buen rato sin moverse. La modorra, después de la siesta involuntaria frente al televisor, había desaparecido. Estaba satisfecho, pero sin deseos de irse a recostar o a hacer cualquier actividad. En ““Rodamientos”” solía dormitar en su sillón frente a su escritorio, por que las comidas de restaurante son pesadas. A veces a instancias de los acompañantes tocaba vino y la sobremesa se prolongaba hasta media tarde.

Frente a la mesa vacía, decidido a olvidar las experiencias de ese día. Trató de pensar en algo diferente.

Volver o no volver a la empresa. Cruzado de brazos sopesó pros y contras. Libertad contra seguridad. Libertad ¿Para qué? Para buscar qué? Se estremeció al visualizar su cama vacía y su sombra.

Volvió a concentrarse en cómo cubrirse tras su retirada de ““Rodamientos””.

Había heredado el cincuenta por ciento del negocio que su padre fundó junto con Aarón. Este cedió su mitad a su hijo y a su yerno y ellos a cambio le entregaron una cantidad mensual del sueldo que ellos recibían para eso.

Él, Simón, recibía un sueldo mayor que cada uno de ellos y mandaba cada mes una cantidad a sus dos hijos en Norteamérica. Estos, con trabajos bien remunerados allá, en un principio se negaron a recibir el dinero que les mandaba. Posteriormente con esos dólares decidieron crear un fondo familiar. Son buenos hijos y hermanos, y no dudaba de su buen juicio y honradez. De los sobrinos tampoco dudaba, además eran muy trabajadores. Tenía sus temores por la reacción de las cuñadas, las mujeres suelen ser envidiosas y fuente de discordias.

¿Cómo reaccionarían al retirarse él del negocio?

¿Resistirían que él recibiera su sueldo íntegro estando pensionado? Respecto a la repartición de las utilidades al final del ejercicio, éstas se efectuaban de acuerdo a la participación accionaria. Simón, la mitad y ellos la otra.

¿Qué tal si forzados por sus mujeres, los sobrinos sacan más dinero del negocio en forma fiscalmente aceptable, como gastos de representación, viajes, vehículos y las utilidades anuales se reducen al mínimo?.

Podría contar con la promesa del tío Aaron de que no lo harán. Los sobrinos también la prometerían pero ¿Qué tal si acaban cediendo a las presiones familiares? ¿Quién los va a fiscalizar?

Cerrando los ojos y respirando profundamente se concentró en la pregunta de ¿Qué hacer?
– Pediré un año sabático. – Pensó abriendo feliz los ojos. – Hace años que no salgo de vacaciones, no podrán objetarlo… Después ya veré. Como quiera que sea si hoy desapareciera “Rodamientos” por equis causa, yo tendría de que vivir.

Tranquilizado por su conclusión, respiró profundamente y marcó el teléfono para hablar con Aarón.
– Hola tío… Como estás. Yo bien, dadas las circunstancias. Sí, sí, tienes razón. Debo tomar las cosas con calma, sí tío, tienes razón. (pausa) oye, Aarón quisiera hablar contigo. ¿Hoy no puedes? ¿Qué mañana? Sì.

– En cual Palacio de Hierro. ¿El de Moliere está bien?. A las nueve. Okey. Ahí nos vemos a las nueve. Adios.

Colgado el auricular. Retomó el hilo de sus meditaciones. El dinero en sí, es importante, pero lo es más la pervivencia de la empresa; con la que había crecido desde su adolescencia. Era cuestión de prestigio y principios. Los parientes debían seguir las reglas aceptadas aunque no escritas. No se podía desangrar al negocio. Todos habían vivido de él.

Durante lustros extrajeron y acumularon sus propios capitales que invirtieron según su albedrío. Lo que ese dinero le produjo o no, cada uno lo sabe, es asunto suyo.

Pero no puede permitir que la fuente se agote o que, por algun estupidez la vayan a cegar y deje de fluir. El, por lo menos, no lo iba a permitir, Aarón tampoco aunque ya estuviera fuera de ““Rodamientos””, aun tenía gran autoridad moral sobre todos y es justo.

Pensó en sus hijos en los Estados Unidos, Marcos y David y suspiró. Demasiado orgullosos para aceptar la ayuda del padre, empeñados a forjarse una carrera propia allá. Orgullosos y testarudos como su madre. Marcos podría hacerse cargo de su mitad de la empresa, pero su esposa e hijos estaban ya hechos a la gringa.

¿Podrían adaptarse a la jugla chilanga? David metido en su carrera de físico quiensabequé, demasiado introvertido.

¿Sería capaz, si quisiera regresar de ponerse a tú por tú con sus astutos primos? Dudó, unos instantes. Sí, sí podría si quisiera. No le falta ni carácter ni cabeza, se dijo. Sólo que además de estar atado a la carrera, está atado a la gringuita que tiene por compañera. “Jalan más tres vellos de vieja que una Yunta de bueyes”, se dijo suspirando.

Esperaré a que se le pase la calentura. Gimió y se dirigió al saloncito de la televisión y a su sillón. Mecánicamente encendió el aparato y empezó a buscar un canal de su agrado.

Estuvo más de tres horas viendo la tv y cambiando canales.

Cuando Cuca le puso en la mesa la charola con el sandwich, el vaso de leche con las galletitas, el agua y la manzana pelada partida se dio cuenta que eran las nueve.

Cenó. Sin dejar de mirar la pantalla. Terminado el programa se paró rumbo al medio baño a lavarse los dientes y orinar volvió para ver el noticiero de las diez.

A la mitad de éste, se tragó el ansiolítico con el vaso de agua. Apagó el aparato y con temor reprimido, pasó a su recámara sin apagar la luz del pasillo, esperándo que la sirvienta lo hiciese más tarde.

Ahora tenía dos motivos de espanto, contrapuestos y entre los que no tenía posibilidad de elección ni escape. La luz, que ponía en evidencia la blancura de las sábanas de la cama vacía y su obsesión de haber perdido su Yo y la oscuridad, la sombra de su álter ego del que acababa de tener conciencia. Sin encender la luz y cerrando los ojos se metió a la cama y se cubrió con la cobija optando por la oscuridad y el enfrentamiento con el álter ego, con el que pensó, que se las podía arreglar, no así con la pérdida de su yo, que lo sumía en un pánico escalofriante.

Al cabo de unos minutos, y como lo temía, se le apareció el álter ego como una sombra si forma en la oscuridad.
– Tu eres mi álter ego? – Preguntó Simón casi entre sueños.

– Por supuesto que sí.

– ¿Eres el álter viejo? – Bromeó Simón aludiendo a que alter en Yidish es viejo.

– Claro que sí.

– Ja.

– Soy el viejo y soy más viejo de lo que te imaginas.

– ¿Sí?
Y Simón se quedó dormido.