CARY NELSON y DAVID GREENBERG / Desde el año 2014, ha habido un aumento inquietante de casos en los que invitados a hablar en el campus son interrumpidos constantemente o directamente se les impide ofrecer una conferencia pública. Una parte sorprendente de estos esfuerzos han estado dirigidos a israelíes u otros oradores simpatizantes con Israel que han afrontado el creciente movimiento anti-Israel en los campus.

SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Detrás de este fenómeno está la idea llamada “anti-normalización”. Este concepto, que las organizaciones anti-Israel comenzaron a promover vigorosamente hace dos años, sostiene que cualquier actividad que pueda “normalizar” las relaciones entre israelíes y palestinos -desde ligas de fútbol infantil hasta proyectos de colaboración ambiental a mesas redondas de la universidad con representación de ambas partes- debe ser sumariamente rechazada porque consideran que ambas partes tienen quejas legítimas y aspiraciones. Los proyectos conjuntos se deben evitar a menos que comiencen con la premisa de que Israel es culpable.

Gritar a los oradores – incluidos los defensores de Israel – no comenzó con la adopción de la anti-normalización. Pero en el pasado tales episodios se consideraban violaciones excepcionales y escandalosas de la libertad académica. En uno de los primeros episodios, en 2010, Michael Oren, un distinguido historiador que sirvió como embajador de Israel en los Estados Unidos, trató de hacer una presentación en la Universidad de California en Irvine, cuando estudiantes pro-palestinos lo interrumpieron con epítetos y consignas. No pudo pronunciar más que unas pocas partes de sus comentarios de un tirón, aunque finalmente terminó el discurso.

Pero ese incidente fue ampliamente condenado. Posteriormente, diez manifestantes fueron declarados culpables de interrumpir un discurso y ordenados a realizar un servicio comunitario. Los defensores de los derechos de libertad de expresión insistieron en que en una institución de educación superior, no se grita a la gente; una educación liberal requiere que se escuchen todas las opiniones. Y cuando los críticos de Oren replicaron que las políticas de Israel en Gaza y Cisjordania colocaron a sus defensores más allá de la protección del discurso académico, se encontraron en una posición imposible. Después de todo, los principios de la libertad de expresión son universales o se politizan y disminuyen, sujetos al capricho de los que están en el poder.

En los últimos años, sin embargo, la anti-normalización ha proporcionado una nueva justificación para acallar a los partidarios de Israel. Durante décadas, los detractores de Israel lucharon en vano para refutar el punto de que estaban atacando injustamente una democracia relativamente liberal mientras ignoraban las mucho peores violaciones de derechos humanos de numerosos actores estatales y no estatales. La anti-normalización ofrecía un principio conveniente específico del conflicto israelí-palestino, que podría crear una trama de escape retórica a las preguntas de por qué, por esta lógica, los defensores de Irán, Arabia Saudí, Rusia o China no merecían ser silenciados.

A medida que la anti-normalización se propagaba como táctica, adquirió un estatus más elevado. Los defensores de los BDS -la campaña para boicotear, desinvertir y sancionar a Israel- comenzaron a otorgar a este “principio” un carácter cuasi-teológico, otorgando su aplicación a los eventos del campus un aire de urgencia moral y superioridad ética. El año pasado, los partidarios del BDS tenían una razón trascendente para expresar su desprecio por la libertad académica cuando se negaron a participar en la “normalización” del diálogo sobre el conflicto israelí-palestino y bloquear el acceso al campus a los oradores considerados simpatizantes de Israel.

Como resultado, tales incidentes proliferaron. En octubre de 2015, el ex presidente del Tribunal Supremo israelí, Aharon Barak, destacó por su apoyo a los derechos de los palestinos, y sus conversaciones entre la UC e Irvine fueron interrumpidas y restringidas. Al mes siguiente, el renombrado filósofo israelí y miembro de la facultad de la Universidad de Nueva York, Moshe Halbertal, vio interrumpida su conferencia en la Universidad de Minnesota. En febrero, el árabe israelí Bassem Eid fue implacablemente acusado por activistas del BDS en la Universidad de Chicago; en abril, impidieron al alcalde de Jerusalem, Nir Barkat, hablar en la Universidad Estatal de San Francisco.

En otros casos, la anti-normalización llevó a cancelar un discurso simplemente porque estaba copatrocinado por un grupo estudiantil judío. En la Universidad Brown en marzo, la activista transgénero Janet Mock canceló un discurso porque 160 estudiantes anti-Israel se opusieron alegando que entre los patrocinadores estaba la sucursal de Hillel del campus.

Los oradores anti-Israel también han enfrentado llamadas para rescindir sus invitaciones. En 2013, la Universidad de Michigan retiró una invitación a la novelista ganadora del Premio Pulitzer Alice Walker, quien comparó a Israel con la Alemania nazi. En 2011, la Universidad de la Ciudad de Nueva York retiró un título honorario al dramaturgo Tony Kushner, un feroz crítico de Israel, aunque se lo restableció rápidamente. Estos incidentes también son completamente inaceptables, pero, de manera significativa, fueron una acción puntual, no resultado de una política adoptada por una campaña internacional.

Cary Nelson es profesora de inglés en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign y profesora afiliada en la Universidad de Haifa. David Greenberg es profesor de historia en la Universidad Rutgers. Ambos son miembros de la Alianza para la Libertad Académica.

Fuente: The Washington Post – Traducción: Silvia Schnessel – © EnlaceJudíoMéxico