ÁNGELES CRUZ MARTINEZ /El hígado es el gran laboratorio del organismo. Por ahí pasa todo lo que comemos y es de una nobleza tal que aunque se le agreda con alimentos, bebidas y sustancias tóxicas, tiene la capacidad de aguantar, se regenera y preserva sus funciones normales. Ante este ataque lo puede hacer entre 10 y 40 años, hasta que se cansa, enferma, no se regenera más y entonces aparecen males como la fibrosis, la cirrosis y el cáncer.

ENLACE JUDÍO MÉXICO –Después de la placenta y la piel, es el órgano más grande del cuerpo, al que cada vez entendemos mejor. El hígado es fascinante, afirma el investigador David Kershenobich Stalnikowitz, quien desde joven se especializó en esta área y encontró el mecanismo para revertir la fibrosis y lograr la reincorporación del paciente a su vida normal.

Por su trabajo y trayectoria, el científico se hizo merecedor, junto con la doctora Ana Cecilia Noguez Garrido, al Premio Nacional de Ciencias en el campo de físico-matemáticas y naturales, que el pasado viernes entregó el presidente Enrique Peña Nieto.

La tarde previa a la ceremonia oficial, Kershenobich –médico cirujano por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctor en medicina por la Universidad de Londres– se dio un tiempo para comentar con La Jornada sobre su trabajo de investigador, médico y director del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán.

Estaba preparando el discurso que daría en representación de los premiados y llegó a la mesa todavía con la mente en ese texto que tenía que enviar a la Presidencia de la República. Su rostro cambió cuando empezó a platicar sobre el hígado, el órgano que ha sido su principal campo de estudio y trabajo desde que hizo su especialidad, a finales de los años 60.

Kershenobich es mexicano, tiene 74 años y una vitalidad que le permite seguir dando consulta, investigar, participar en congresos nacionales e internacionales, y conducir la administración del instituto, donde ha trabajado los pasados 50 años. Hasta ahora su intención es relegirse en la dirección el próximo año, cuando concluya su primer quinquenio.

Para eso, afirma, sólo necesita tener salud y un proyecto que no se limite a la continuidad, sino que contenga nuevas ideas para que el instituto se mantenga a la vanguardia. Está en su interés seguir viendo pacientes e impulsar a los jóvenes investigadores para que se planteen preguntas y acompañarlos en alguno de los trabajos que realicen.

En su oficina Kershenobich tiene un cuadro con los retratos de los médicos que en el siglo XX obtuvieron el Premio Nobel. Mi sueño es que alguno de los muchachos ganara ese premio para el país.

Es un gran reto en un contexto de restricciones presupuestales, se le hace ver, pero de inmediato contesta: Eso es relativo. Las limitaciones económicas no afectan la capacidad de los jóvenes de pensar, de crear, plantearse dudas. Como director del instituto, quiero facilitarles los recursos que no son económicos necesariamente.

Proveer un ambiente donde se pueda comentar ciencia, discutir ciencia. Aprovechar lo que un enfermo le dice para plantearse una hipótesis de lo que le pasa. Fomentar ese espacio de discusión es indispensable para México.

Se trata, agregó, de fomentar que los investigadores tengan espacio para hablar, intercambiar ideas, lo que a su vez hace que se les ocurran otras nuevas. Así le pasó a él cuando empezó a interesarse en el hígado y se percató de la capacidad del órgano para regenerarse.

Un lóbulo del hígado se puede quitar para un trasplante. La fracción tomada de una persona se regenera hasta su tamaño y funciones normales y el paciente que recibe dicho lóbulo también regenera, lo que no ocurre con el riñón, el corazón o el cerebro, resaltó el especialista.

El hígado es un gran filtro que elimina las toxinas que llegan con los alimentos, medicinas, alcohol, tabaco y drogas. Además es la fuente de energía del organismo.

El trabajo de Kershenobich se ha centrado en la capacidad de regeneración del hígado, principalmente ante la agresión de virus o sustancias que lo dañan y provocan la pérdida de funciones.

Se va dando un proceso de cicatrización conocido como fibrosis. El órgano se endurece y evoluciona a cirrosis hepática, la cual es la etapa terminal de varias de las enfermedades crónicas del hígado, explicó.

Kersenobich encontró cómo revertir la fibrosis. “Conforme avanza el tiempo entendemos más. Ahora sabemos que hay células madres entre el hígado y los conductos biliares, las cuales tienen la capacidad de diferenciarse hacia células hepáticas o de los conductos, y pueden estimular la regeneración del órgano.

Por otra parte, dijo, hemos entendido la estructura bioquímica del tejido fibrótico y los mecanismos moleculares (genéticos) que determinan la cicatrización. A partir de ahí se han diseñado estrategias para revertir la fibrosis.

Incluso se comprobó que la regeneración se puede dar de manera natural, por ejemplo, entre las personas que tienen un consumo nocivo de alcohol, si dejan de beber, una fibrosis incipiente puede desaparecer y el hígado recuperarse.

En 1998 Kershenobich formó parte del grupo de científicos que creó la Fundación Mexicana para la Salud Hepática (Fundhepa), desde la cual se ha señalado la importancia de identificar a los portadores de hepatitis C. Esta es una infección silenciosa que también evoluciona a fibrosis, cirrosis y cáncer, pero los afectados no se enteran hasta que aparecen síntomas de la enfermedad.

Más recientemente, Fundhepa ha impulsado la introducción y acceso a los nuevos medicamentos antivirales que han demostrado su eficacia para curar la hepatitis C con un tratamiento de 12 semanas.

Kershenobich lamenta la falta de conciencia de las personas sobre la importancia de la salud del hígado. “Tenemos que cuidar la manera de comer, hacer ejercicio, evitar el sobrepeso y obesidad, que también lo dañan”.

Fuente: La Jornada