Los judíos diferimos con los cristianos en muchos puntos teológicos cruciales, pero sí concordamos en la amenaza que ambos enfrentamos.

Recibí una llamada muy interesante el otro día. Era un reportero de USA Today, en relación a un artículo sobre Janucá y Navidad que caen el mismo día este año.

“¿Cómo puede ser que la Navidad tenga una fecha fija el 25 de diciembre, pero que Janucá siempre cambie de fecha, desde el Día de Acción de Gracias en 2013 hasta finales de diciembre este año?”, me preguntó el reportero. Era bastante simple para mí explicarle que, si bien nuestro calendario secular es solar —365 días por año, con un día adicional ocasionalmente durante el año bisiesto para ajustar la traslación de la Tierra alrededor del Sol— el calendario hebreo se basa en el ciclo lunar.

La luna sirve como símbolo, a través de sus etapas y ciclos visibles, de la historia del pueblo judío. Pero dado que un año lunar de 12 meses sólo tiene 354 días y haría que el calendario y nuestras festividades pasaran de temporada en temporada, se hizo un ajuste para insertar un mes entero durante el año bisiesto hebreo (hay siete años bisiestos por cada ciclo de diecinueve años), con el fin de mantener la correspondencia necesaria entre el calendario lunar y el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol (y para asegurar que Pésaj caiga siempre durante la primavera).

Es por eso que Janucá puede caer tan temprano como el Día de Acción de Gracias o tan tarde como la Navidad, pero no mucho más allá de ambas fechas en cualquier dirección. La religión judía observa una combinación lunar/solar del calendario, a diferencia de la cristiana que se basa totalmente en el calendario solar o la musulmana que se basa totalmente en el calendario lunar (esto hace que la observancia de Ramadán pueda caer en cualquier estación del año).

El reportero me dio las gracias y luego me planteó una fascinante pregunta final: “Pero, dado que lo que ocurrirá este año es bastante inusual, y sólo ha ocurrido cuatro veces en los últimos cien años, ¿podría usted atribuirle algún significado especial a este evento? ¿Podría tal vez haber un mensaje implícito en el hecho que dos de las religiones más importantes del mundo celebrarán sus tradiciones religiosas simultáneamente este año?”.

Le di las gracias por hacerme pensar en esta idea. Tal vez precisamente porque los cristianos y los judíos compartiremos este año un momento importante para la reflexión espiritual, podríamos concentrarnos juntos en la amenaza contemporánea que ambos enfrentamos para nuestra supervivencia.

El milagro de Janucá no se trata de una victoria militar. La batalla no fue entre ejércitos rivales que lucharon por territorio. Era una lucha entre dos ideologías en conflicto, un choque de culturas cuyo objetivo era nada más y nada menos que, determinar la dirección de la civilización. ¿Acaso el mundo sería dominado por la perspectiva secular de los griegos, con su énfasis en el cuerpo y los placeres físicos, o el énfasis judío en la perfección espiritual y el alma se convertiría en la medida determinante de la raza humana?

Los macabeos hicieron mucho más que luchar por su propia libertad religiosa. La lucha no era sólo para que los judíos pudiesen reanudar el servicio en el Sagrado Templo, para que se les permitiera observar Shabat, o para que pudieran circuncidar a sus hijos varones. Ellos lucharon para que el espíritu del helenismo no abrumara las verdades del judaísmo. Lucharon para que la voz del alma no fuese silenciada por aquellos cuyo deleite eran los gritos provenientes del anfiteatro olímpico.

El aceite se rehúsa a mezclarse con otros líquidos; no pierde su identidad —como otros líquidos— cuando se junta con el agua.

Lo que estaba en juego en la historia de Janucá, era la supervivencia de la idea misma de ‘santidad’. El judaísmo enseñó que el propósito de la vida es que la vida debe tener un propósito. El helenismo predicaba que la vida no tenía ningún sentido, así que lo único que quedaba para los seres humanos era comer, beber y pasarla bien, porque de todas formas la vida es corta y todos morirían algún día.

Es interesante que el aceite se convirtió en el símbolo del milagro de Januca. El aceite, nos recuerdan los comentaristas, tiene una característica única: Se rehúsa a mezclarse con otros líquidos; no pierde su identidad —como otros líquidos— cuando se junta con el agua. Al igual que los héroes de la historia de Janucá, el aceite no se “asimila”, sino que conserva su esencia y se eleva hacia la parte superior.

Más interesante aún, si intercambiamos las letras de la palabra para ‘aceite’ en hebreo, shemen, obtenemos la palabra hebrea neshamá, ‘alma’.

Los judíos diferimos con los cristianos en muchos puntos teológicos cruciales. No estamos de acuerdo en temas centrales, como por ejemplo la identidad de Dios y la venida del Mesías. Pero sí concordamos en que estamos comprometidos con la idea de moralidad, con vivir una vida con sentido y propósito.

Fuente: Aish Latino