FEDERICO OSORIO ALTÚZAR

Vuelve a resonar la vieja consigna: exterminar a los judíos. Se escuchó con voces estentóreas hace cinco décadas en vísperas de la Guerra de Yom Kippur. Y desde entonces no ha cesado de oírse, particularmente en los años en que la OLP de Arafat quiso llevar hasta su término la cruel amenaza, borrar a Israel del mapa hasta entonces conocido.

Siete años más tarde, una vez concluida la contienda en cuya enseña estaba inscrita la sentencia “¡Echarlos al mar!”, mi esposa y quien esto escribe visitamos, por invitación del Gobierno de Israel, la patria de Moisés, de David y Salomón. Durante una semana recorrimos los escenarios clave de Israel moderno, sin descontar sitios como Belén, Acre y Jericó. De cerca cruzamos lugares aledaños al territorio donde se alojaron los enigmáticos Rollos del Mar Muerto.

Colinas arriba fuimos en compañía de Ariel Roffe, autor de “Líbano en llamas”, al escenario en el que se libraron las cruentas hostilidades en los Altos del Golán y fuimos testigos de rastros de la contienda: despojos de armas y tanques en desecho, tras el encuentro bélico.

Abajo el río Jordán en cuyas aguas fue bautizado Jesús.

En “Voces mexicanas en la Guerra de Yom Kippur” (1974, 184 pp) se había publicado nuestro comentario alusivo en las páginas del periódico Novedades, del que me permito transcribir lo siguiente:

“Diecinueve siglos de exilio de incomparable dramatismo, alejados de su contorno geográfico ancestral, parecerán suficientes para acreditarle a los judíos israelíes un derecho cabal a su reasentamiento en Palestina.

“Pero no es así. La matanza cometida en la anterior generación en la cual fueron degollados, fusilados o gasificados millones de ellos por la turbamulta nazi, logró ampliar el derecho universal para concederles la titularidad de un territorio propio.

Sin embargo, tal acuerdo ha sido nuevamente violentado”.

Hasta ahí parte de mi escrito.

Releo el artículo de Rosario Castellanos relativo a Yom Kippur enviado desde Tel Aviv en funciones de embajadora de México en Israel, así como el prólogo de Andrés Henestrosa al final del que puede leerse: “No han de faltar afán y luces para llegar a un entendimiento entre árabes y hebreos, entre judíos y musulmanes…”.

Los nubarrones políticos en el horizonte hacen dudar de los buenos deseos externados desde aquel entonces. Nuevos sucesos dejan mucho que esperar en sentido opuesto. Las sucesivas agresiones por parte de grupos terroristas en contra de la población israelí motivan temor entre los israelíes por la gestación de un movimiento cargado de graves consecuencias, invicto al amparo de la barbarie desatada por las hordas fanatizadas de los islámicos en pie de guerra.

Ayer fue la OLP. Hoy en día es el llamado EI (Estado Islámico, que por cierto, de lo primero no tiene absolutamente nada)

El caso es que Netanyahu, el primer ministro, contrariado hasta más no poder, expresa sus temores, ciertamente fundados a la luz de lo que ocurre en el ámbito internacional.

La resolución de la ONU en torno a los asentamientos hebreos en territorios administrados de la Franja de Gaza y la conferencia del máximo organismo mundial anunciada para mediados de enero han hecho decir al precitado hombre poderoso en Israel que no están dispuestos a seguir, con humildad, la prescripción evangélica de poner la otra mejilla frente a las ofensas inferidas.

El Estado de Israel prosigue, impertérrito, su batalla por la sobrevivencia. Hace todo lo que está a su alcance a fin de impedir que le sea arrebatado lo que hombres como Theodor Herzl soñaron y quisieron para sus congéneres, los eternos extranjeros en su mismísima heredad.

 

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Fuente:elheraldodechihuahua.com.mx