LILIANA MARTINEZ POLO

A quien se lo ha preguntado, el periodista y escritor alemán Norman Ohler (1970) se lo ha repetido: “Hitler era un adicto” y el III Reich, en materia de drogas, era un régimen “hipócrita”: satanizaba toda aquella sustancia que fue permitida en la República de Weimar (periodo anterior a la subida al poder del nacionalsocialismo), como el opio, la cocaína o la heroína llamándola “el veneno de la degeneración”, y a la vez se rendía ante otra droga.

“El único éxtasis legítimo que podía haber era el nacionalsocialismo”, decían. Pero la realidad, que Ohler saca a la luz en el libro que en Colombia lleva el título de ‘High Hitler’, es que fue un régimen que funcionaba, desde su máxima figura hasta las inocentes amas de casa, bajo los efectos de las metanfetaminas.

Ohler, autor de tres novelas, investigaba datos para ambientar algún proyecto literario entre los archivos del régimen nazi. Cuenta en el libro (que en otras latitudes se llama ‘El gran delirio’) que al toparse con los diarios del doctor Theodor Morell, el médico de cabecera de Adolf Hitler, encontró el punto de partida de una historia tan apasionante que después no pudo dejar de escribir.

“El doctor Morell es uno de los personajes más fascinantes de esta historia, cuenta Ohler. Gastó con Hitler mucho más tiempo que con ningún otro. Encontré sus notas personales en los Archivos Federales de Alemania. Usando una lupa, pude descifrar su escritura terriblemente mala”, dice.

En esa escritura encontró numerosas referencias a un tal Paciente A, que no era otro que el Führer. Le recetaba sustancias que iban desde vitaminas hasta el famoso pervitin, que no era otra cosa que la hoy proscrita metanfetamina en su receta más pura.

De hecho, Ohler da cuenta en su libro, un libro que por cierto trae un manual de indicaciones y contraindicaciones para su uso y lectura, cómo llegó Alemania a convertirse en el caldo de cultivo ideal para ser la cuna de drogas tan potentes como la heroína (nacida casi a la par con la aspirina) y la metanfetamina. Hace un recuento del antecedente farmacológico principal: el desarrollo de la morfina en el siglo XIX, a la que le atribuye haber aliviado el dolor de muchos, pero haber hecho más cruentas las guerras.

De paso explica cómo Berlín era un paraíso de drogas durante la República de Weimar. Que Alemania dominaba el 80 por ciento del mercado mundial de la cocaína (la de marca Merkc se consideraba la mejor del planeta), que en los años 20 era el líder mundial en la exportación de heroína, una droga sobre la que algún directivo de Bayer afirmó alguna vez que era “un bonito negocio”.

Tras esos datos y la promesa de demostrar que en “las venas y arterias” del III Reich “no corría precisamente pureza aria sino química alemana”, Ohler llega a advertir que la lectura de su libro puede tener efectos secundarios tales como “alteraciones de la visión del mundo causadas por irritación cerebral, a menudo unidas a náuseas y dolor de estómago”. Y propone continuar la lectura como medida “paliativa”, para obtener un efecto sanador al final. Es, dice, “una nueva manera de narrar la historia”.

De hecho, pese a que la II Guerra Mundial ha sido tan estudiada, el tema de las drogas estaba, al parecer, más escondido que los crímenes de guerra. “Los historiadores no son entrenados en la universidad para lidiar con ese ángulo –respondió Ohler–. Espero que esto cambie ahora”.

¿Qué tanto se sorprendió al descubrir que Hitler era adicto?

Mucho, porque la propaganda nazi siempre pintaba la imagen de Hitler como alguien que ni siquiera bebía alcohol o comía carne.

Su libro evidencia la responsabilidad de las farmacéuticas alemanas en el tema de la droga y toda la tragedia que aún genera. ¿Estas empresas han hecho algo por reparar el daño?

La empresa Temmler, que produjo el pervitin (metanfetamina) no quiso darme material de sus archivos para mi libro. Se avergüenzan de su producto anterior, pero no han hecho nada para reparar el daño.

Una de las apartes del libro se titula ‘Alemania, país de drogas’. Lo mismo se dice ahora de otros países…

Estuve en Medellín, la ciudad de las drogas clásicas contemporáneas. Y es interesante. Mientras sigamos luchando una guerra contra las drogas no podremos deshacernos de los problemas. Es por eso que mi examen sobre Alemania como país legalmente productor de drogas antes de la Segunda Guerra Mundial fue interesante para mí.

El III Reich condenó la heroína, la cocaína y el opio. Llegó a asociarlas con lo tóxico y el veneno, pese a que consumía otra droga. ¿Cómo era la política antidrogas en los países aliados?

La prohibición de las drogas se inspiró en Estados Unidos. Sin embargo, cuando se enteraron de que los nazis tomaban metanfetamina en la guerra, los copiaron y utilizaron benzedrian (anfetamina) para sus tropas.

Ese empleo como arma de guerra tuvo sus antecedentes en el desarrollo alemán de medicamentos para el rendimiento deportivo, que a la postre también terminó por pervertirse. ¿Todo esto hubiera podido usarse mejor?

Si la sociedad estuviera educada sobre las drogas, estoy seguro de que se podría hacer mejor uso de ellas. Muchas plantas son benéficas.

¿Qué partes de su historia lo sorprendieron cuando investigaba?

La locura de la Alemania nazi. Mi abuelo siempre me dijo que en ese momento todo estaba en orden y no lo estaba.

¿En sus próximos trabajos mantendrá el tema de la guerra?

Mi próximo libro será una novela. La historia de un crimen en el siglo XIX. Regresaré a la no ficción, escribiré otro libro sobre los tiempos nazis, pero todavía es un secreto.

 

 

Fuente: entornointeligente.com