Recuerdo una anécdota que un amigo me contó regresando de la “Marcha de la vida”. Él no podía creer que en Auschwitz el pasto fuera tan verde y que sol brillará sobre el cielo azul.

Nada me recuerda más a los versos de Wislawa Szymborska. Esta mujer nació en Bnin y vivió las atrocidades de las guerras en Cracovia. Su voz es la voz de un país que ha sido mutilado y sitiado por sus vecinos. Escribe en polaco, el idioma de una nación que fue perseguida por el imperio austrohúngaro, dividida por Hitler y aniquilada por Stalin.

Fue una mujer que presenció la persecución realizada por los regímenes autoritarios y se atreve a hablar del mal como algo humano; algo cotidiano. En sus poemas nos recuerda las atrocidades que se vivieron en siglo XX. Sin embargo lo hace a través del humor y la simpleza.

Entre sus versos nos muestra que: “No hay nada más bestial / que una conciencia limpia / en el tercer planeta del Sol”.

Nada es más terrorífico que el hombre que se levanta de su asiento, firma la muerte de seiscientas mil personas, se arregla la corbata y se vuelve a sentar haciendo un acto ya cotidiano. Nada más doloroso y real que las ciudades que fueron destruidas y hoy siguen en pie como testigo.

Sus poemas enseñan la verdad desnuda, sórdida, a través de los detalles, del día al día y la memoria que se borra.
En uno de ellos vemos la primera fotografía de Hitler cuando apenas tenía un año; es un objeto del pasado que podemos tomar con nuestros dedos. La imagen nos transporta a un momento donde todavía no pasaban las atrocidades que se vivirían después. Y así como nos deja, con el cuerpo fuera del horror podemos ver que el retrato es el retrato de un bebé; tan tierno y adorable como cualquier otro.

Sin embargo, cada palabra, cada milímetro de la fotografía, trae a la memoria las atrocidades de Auschwitz. A través del diálogo trivial podemos sentir al mal escondido entre las sábanas, en la familia, en los momentos más íntimos, en su forma más atroz: la cotidiana; aquella que existió desde antes de los romanos y continuó en el siglo XX.


Torturas

Nada ha cambiado.
El cuerpo es doloroso,
tiene que comer y respirar, y dormir,
tiene una piel delgada y justo debajo de ella, sangre;]
tiene una considerable cantidad de dientes y de uñas,]
sus huesos son frágiles, sus articulaciones moldeables.]
En las torturas, se tiene en cuenta todo eso.]

Nada ha cambiado.
El cuerpo tiembla como temblaba
antes y después de la fundación de Roma,
en el siglo veinte antes y después de Cristo;
las torturas son como eran, sólo la Tierra se ha hecho más pequeña,
y cualquier cosa que pasa sucede en casa del vecino.

Nada ha cambiado.
Únicamente hay más gente,
junto a antiguas culpas aparecieron nuevas,
manipuladas, reales, momentáneas y no culpas,]
pero el grito con el que el cuerpo responde por ellas]
era, es y será un grito de inocencia,
según una escala y un registro eternos.

Nada ha cambiado.
O sólo los modales, las ceremonias, los bailes.
El movimiento de las manos protegiendo la cabeza]
sigue, no obstante, siendo el mismo.
El cuerpo se retuerce, forcejea, convulsiona;
cae derribado, contrae las rodillas,
se amorata, se hincha, babea y sangra.

Nada ha cambiado.
Excepto el curso de los ríos,
la línea de los bosques, de las costas, de los desiertos y de los glaciares.
Entre estos paisajes el alma vaga,
Desaparece, regresa, se acerca, se aleja,
extraña para sí misma, insasible,
una vez segura, otra insegura, de su existencia,
mientras que el cuerpo está y está y está
y no tiene dónde meterse.


Primera fotografía de Hitler

¿Y quién es este niño con su camisita?
Pero ¡si es Adolfito, el hijo de los Hitler!
¿Tal vez llegue a ser un doctor en leyes?
¿O quizá tenor en la ópera de Viena?
¿De quién es esta manita, de quién la [orejita, el ojito, la naricita?
¿De quién la barriguita llena de leche? [¿No se sabe todavía?
¿De un impresor, de un médico, [de un comerciante, de un cura?
¿A dónde irán estos graciosos piecitos, [a dónde?
¿A la huerta, a la escuela, a la oficina, a [la boda
tal vez con la hija del alcalde?

Cielito, angelito, corazoncito, amorcito,
cuando hace un año vino al mundo,
no faltaron señales en cielo y en la tierra:
un sol de primavera, geranios en las ventanas,
música de organillo en el patio,
un presagio favorable envuelto en un fino papel de color rosa.

Antes del parto, su madre tuvo un sueño profético:
ver una paloma en sueños, será una buena noticia;
capturarla, llegará un visitante largamente esperado.
Toc, toc, quién es, así late el corazón de Adolfito.

Chupete, pañal, babero, sonaja,
el niño, gracias a Dios, está sano, toquemos madera,
se parece a los padres, al gatito en el cesto,
a los niños de todos los demás álbumes de familia.
Ah, no nos pondremos a llorar ahora, ¿verdad?,
mira, mira, el pajarito, ahora mismo lo suelta el fotógrafo.

Atelier Klinger, Grabenstrasse, Braunen,
y Braunen no es una muy grande, pero es una digna [ciudad,
sólidas empresas, amistosos vecinos,
olor a pastel de levadura y a jabón de lavar.

No se oye el aullido de los perros, ni los pasos del destino.
El maestro de la historia se afloja el cuello
y bosteza encima de los cuadernos.


Fin y Principio

Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.

A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.

 

Fuente:

Fondo de Cultura Económica, Wislawa Szymborska, Poesía Completa.

Introducción por Aranza Gleason / Poemas: Wislawa Szymborska / Traducción: Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia