El flujo masivo de inmigrantes a Europa en los dos últimos años provenientes del Medio Oriente, en su mayoría de Siria, (país que vive el sexto año de una cruenta guerra), de varias naciones de África y de Europa Oriental (Albania, Serbia, Kosovo, Macedonia y Ucrania, principalmente) ha mostrado la incapacidad de las economías del Continente para albergarlos decorosamente y puesto en entredicho la convivencia multicultural que establecieron sus gobiernos.

El choque de culturas que se registra en Europa deriva en buena medida de la reticencia de un número significativo de los miembros de las comunidades islámicas a integrarse a la sociedad europea, dando espacio al empoderamiento de grupos y partidos de ultraderecha que manifiestan actitudes racistas, xenófobas y antiinmigración amalgamadas en un exacerbado nacionalismo populista. El auge del populismo que ha llevado a Donald Trump a la Casa Blanca, tiene a Marine Le Pen enfilándose al Eliseo y a fortalecer al Partido de la Libertad que lidera Geert Wilders en las elecciones parlamentarias de este mes en Holanda. La ultraderecha también ha ganado terreno en Austria, Alemania, Grecia, Italia, Polonia y Hungría.

El populismo se manifiesta con un tono emocional y afectivo que promete la solución de todos los problemas de la gente; el populismo se nutre de la demagogia en sus discursos. Los populistas sostienen “que el pueblo virtuoso es víctima de una élite corrupta que ha secuestrado la voluntad popular”, palabras que hacen eco en los mexicanos con Andrés Manuel López Obrador, líder mesiánico trasnochado del supuestamente izquierdista partido Morena.

Asimismo, el creciente número de atentados terroristas en Alemania, Bélgica y Francia, perpetuados por radicales islámicos ha profundizado un sentimiento islamofóbico en la ciudadanía europea y el rechazo a la entrada de los inmigrantes de países islámicos. A diferencia de hace dos años, cuando la Comisión Europea buscó el reparto de refugiados entre sus miembros como principal respuesta a la crisis migratoria, ahora se centra en las expulsiones y el freno a la llegada de más migrantes. La Comisión Europea estima que en la Unión Europea (UE) residen alrededor de 1.1 millón de personas “que deberán ser devueltos a sus países de origen; la UE ha recibido 2.6 millones de solicitudes de asilo en el último bienio; considera que el 57.0% de estas cumplen con los requisitos para ser aprobadas; esta cifra no incluye a inmigrantes que acceden ilegalmente a la UE y que optan por no pedir asilo. Las deportaciones son muy celebradas por los grupos xenófobos.

El principal obstáculo para el retorno de quienes no logran el estatus de asilado reside en la falta de acuerdo con sus países de origen. La Comisión Europea tiene firmados 17 acuerdos de readmisión, empero, en varios casos no se aplican plenamente. Las expulsiones tienen implicaciones de carácter moral, porque determina regresar a los inmigrantes a que vivan en condiciones de pobreza y con limitadas oportunidades de empleo, justamente por estas razones “huyeron” de sus países.

El auge del racismo, la islamofobia y, en general, el populismo, explica por sí mismo que la crisis que vive Europa en virtud de que sus fundamentos de libertad, igualdad y solidaridad “siempre fueron más bien retóricos, así la crisis es de principios”. Sin negar que el radicalismo islámico es una de las mayores amenazas para Europa y, en general, para el mundo entero, incluyendo a las naciones predominantemente islámicas, es preocupante el aumento de iniciativas políticas y legales para segregar a los musulmanes del resto de la sociedad porque debilitan su identidad y la vuelcan hacia el radicalismo violento.

La crisis social, económica y de valores ha puesto en riesgo al gran proyecto de integración europeo iniciado con el Tratado de Roma de mayo de 1958. El Brexit es la primera gran manifestación de rechazo al europeísmo y a la globalización. El Brexit ha azuzado el euroescepticismo y dado fuerza a los movimientos nacionalistas populistas. Francia y Holanda “ya casi están en la fila de salirse de la UE” si triunfan Marine Le Pen y Geert Wilders, respectivamente.

Hoy en día en Francia, uno de cada tres menores de 24 años está con Le Pen, los ultraderechistas pretenden ser una alternativa para los jóvenes y están echando raíces en los campus; igualmente, para muchos jóvenes desconectados, la extrema derecha se ha convertido “en algo cool”. Hace pocas semanas, el aspirante derechista a la presidencia de Francia, Francois Fillon, del partido del ex presidente Nicolas Sarkozy, era el favorito; no obstante, prácticamente quedó fuera de la “jugada” al ser acusado de que hizo pagos, a lo largo de varios años, por cerca de 900 mil euros a su esposa y a sus dos hijos por empleos ficticios; Fillon está convencido de que acabará siendo exculpado; si esto sucediera, llevaría tiempo, “para entonces será demasiado tarde” las elecciones están “a la vuelta de la esquina”; por lo demás, será difícil que los electores voten por alguien que fue imputado de corrupción y nepotismo, el camino se allana para Marine Le Pen ¿Será el final del multilateralismo?

Los gobiernos nacionales de Europa tienen que olvidarse de aplicar políticas que restrinjan derechos y eliminen contrapesos, en vez de ello, tendrán que buscar revertir las desigualdades ligadas a la globalización; habrán de hacer una revisión a fondo a sus políticas excluyentes para que los partidos actúen en un marco de estabilidad que logre atraer a los excluidos y así retomar la integración de las naciones en el ámbito de la UE.