IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Nos falta hablar de los Samaritanos, un grupo que juega un papel muy interesante en la Guerra de las Biblias.

Desde la última fase del Judaísmo Antiguo (siglos II AEC a I EC), los Samaritanos se consolidaron como una versión alternativa al Judaísmo, con su propia versión de la Torá. En este caso, las diferencias sí son relevantes, y provocan que las posturas del Judaísmo Rabínico (heredero del Fariseo) y la religión Samaritana sean absolutamente incompatibles.

Estas diferencias están enmarcadas en lo que hemos llamado la Guerra de las Biblias, pero hunden sus raíces en un conflicto todavía más añejo. Según habíamos explicado en las primeras notas, el detonante de esta guerra de escrituras fue la catástrofe que significó la invasión babilónica, porque ese fue el momento en que el patrimonio escritural del antiguo Israel se vio severamente afectado, por lo que tuvo que ser restaurado. Las diferencias surgidas en el proceso de restauración generaron que, a la larga, hubiera diferencias entre las copias del texto bíblico conservadas por cada tendencia del Judaísmo.

Pero con los Samaritanos el asunto no se limita a ese conflicto. Por eso debe tratarse por separado.

Lo primero que hay que señalar es que los Samaritanos, al igual que todas las tendencias del Judaísmo antiguo, apelan a que ellos conservan “la versión original de la Torá”, y que la preservada por las demás formas de Judaísmo (fariseo-rabínico, Septuaginta, qumranitas, etc.) está “adulterada”.

Lo segundo que hay que señalar es que eso es imposible. La Torá samaritana es resultado del mismo proceso de restauración que se inició en los tiempos de Ezra, el escriba. Lo podemos asegurar categóricamente y fuera de toda duda, porque la Torá samaritana está estructurada exactamente igual que la Torá fariseo-rabínica, y esa estructura fue definida por Ezra y su generación de escribas. Luego entonces, la Torá samaritana no es más antigua que la Torá fariseo-rabínica.

Hay algo más: los especialistas han detectado muchos detalles en los que la Torá samaritana está directamente emparentada con la Septuaginta. Es decir, se derivó de las mismas variantes textuales, aunque el resultado fue más radical. Y eso es lo interesante.

Aunque se tiene que descartar que la Torá samaritana sea más antigua que la Torá fariseo-rabínica, es un hecho que los Samaritanos son herederos de una tradición que se remonta a la época del antiguo Israel, previa a la destrucción de Samaria por los asirios (año 722 AEC) y de Jerusalén por los babilonios (año 587 AEC).

Según la Biblia Hebrea (fariseo-rabínica), los Samaritanos son el resultado de un mestizaje provocado por los asirios. Tras la invasión al Reino de Samaria, los asirios se llevaron a un buen número de samaritanos a vivir a otros lugares, y los sustituyeron con extranjeros que se asimilaron al lugar y se mezclaron con los israelitas sobrevivientes. De ese mestizaje –étnico, pero también religioso– surgieron los modernos samaritanos. El relato está en II Reyes 17:24-41.

Por supuesto, los Samaritanos tienen otra versión. Según esta, desde un principio la preferencia de D-os estuvo con la Tribu de Efraim, y no con la de Judá; y el verdadero lugar sagrado donde estuvo el verdadero Templo dedicado al D-os de Israel fue el monte Garizim, no Jerusalén. Si en la Biblia Hebrea la preminencia la tiene Judá, es porque los jerarcas de Jerusalén alteraron el contenido original.

En esta narrativa –la mayoría, perdida por culpa de los asirios–, el grupo que siempre se mantuvo fiel a D-os fue el de los israelitas del norte, no los del sur.

Esto demuestra que, en realidad, desde antes de las invasiones asiria y babilónica ya había una Guerra de Biblias: los israelitas del norte preservaban una tradición escritural, y los del sur otra. La Biblia, tal y como la conocemos, se basa principalmente en la del sur.

Los asirios invadieron el Reino de Samaria en el año 722 AEC. Pero fue un ataque que se venía presagiando desde mucho antes, y el asedio a la ciudad se extendió durante tres años.

En ese lapso, muchos israelitas del norte huyeron hacia el Reino de Judá y se establecieron en la zona central del actual Israel. Esto ha sido demostrado contundentemente por el arqueólogo Israel Finkelstein, que ha desenterrado y estudiado muchas de las ciudades que se construyeron en esa zona a mediados del siglo VIII AEC.

Finkelstein supone que esta migración masiva de israelitas del norte al Reino de Judá generó una revolución religiosa, debido a que –por lógica– los israelitas norteños debieron traer copias de sus escrituras.

Aunque allí ya estamos entrando al terreno de la especulación, sí hay evidencia que demuestra que después del exilio en Babilonia, los escribas de la generación de Ezra dispusieron de material escritural que provenía del Reino del Norte y que, evidentemente, había sido preservado en Jerusalén.

Este es un tema que viene discutiéndose entre los especialistas en filología bíblica desde hace mucho, y gira alrededor de que la evidencia demuestra que la Torá, tal y como la conocemos hoy en día, se elaboró a partir de cuatro documentos anteriores. Uno provenía de la Casta Sacerdotal, otro del Reino del Norte, y otros dos del Reino del Sur.

Lo más notable es que la redacción actual de la Torá no refleja un trabajo de recensión. Es decir: los escribas de la época de Ezra no intentaron fusionar los cuatro relatos para elaborar uno nuevo, sino que optaron por una versión “parchada”. Por ello, lo que encontramos es que una amplia sección puede estar claramente relacionada con uno de los documentos previos, y la siguiente pertenece a otro.

El mejor ejemplo son los dos relatos de la Creación: el de Génesis 1:1 a 2:4 es el relato conocido como Sacerdotal, y el que comienza en 2:5 y narra el episodio del Paraíso y la caída de Adán y Eva es uno de los que se generaron en el Reino de Judá.

No es difícil entender qué fue lo que sucedió: conforme a los usos antiguos, las versiones originales de todos estos relatos debieron estar compiladas en tabletas de arcilla. Por lo tanto, era imposible que todos los relatos estuviesen fusionados en un solo documento. Cuando los escribas de Ezra regresaron a Jerusalén y recuperaron todos los fragmentos que sobrevivieron al ataque babilónico (me refiero a fragmentos de esas tabletas de arcilla), tomaron todo ese contenido y lo reorganizaron en un solo documento, que esta vez se elaboró en pergamino, un formato que sí facilitaba la inclusión de una gran cantidad de material.

De ese modo, lo que antes estaba distribuido en muchas tabletas que debieron ocupar mucho espacio en los archivos oficiales, ahora quedó compilado en un solo Rollo.

El hecho de que los especialistas hayan detectado que parte de ese material se originó en el Reino del Norte confirma la sospecha de Finkelstein, por lo menos hasta el punto en que los israelitas que huyeron antes de la invasión asiria llevaron consigo su propia tradición escritural. Es decir, su propia Biblia.

No es factible que los líderes religiosos en Jerusalén hayan tomado muy en serio las escrituras provenientes del Reino del Norte, porque seguramente allí ya se reflejaban muchas de las diferencias que luego se preservaron en la tradición samaritana (que el verdadero Templo tenía que estar en el Monte Garizim y no en Jerusalén, etc.).

Sin embargo, después de la destrucción causada por los babilonios, los fragmentos recuperados de las escrituras del norte pudieron servir para completar información que, evidentemente, se habría perdido irremediablemente en los fragmentos de las escrituras del sur.

Por supuesto, los contenidos más diferenciables de las escrituras del norte fueron eliminados (como lo del Monte Garizim o la preminencia de la Tribu de Efraim). Sin embargo, varias de sus nociones teológicas se filtraron al texto bíblico actual, y los especialistas han recuperado algunos rasgos interesantes. Por ejemplo, en los fragmentos identificados como originarios del norte se percibe que los levitas son más importantes que los sacerdotes del linaje de Aarón (algo muy lógico si tomamos en cuenta que en el norte no se aceptaba a Jerusalén como único lugar de culto).

Esto nos permite percibir un vago, pero fascinante, panorama de lo que pudo ser la versión más antigua de la Guerra de las Biblias: evidentemente, se elaboró una compilación escritural en cada reino israelita. En consecuencia, una tradición correspondía a la perspectiva de los reyes de Samaria, y otra a la de los reyes de Jerusalén. Pero, además, la Casta Sacerdotal (en Jerusalén) elaboró su propia versión de la historia del Pueblo Elegido. Por supuesto, estaba enfocada a los aspectos rituales, y el mejor ejemplo de esta tradición es el libro del Levítico.

¿Habría diferencias teológicas relevantes entre cada texto? Probablemente. Por lo menos, es lógico suponer que los documentos vinculados a la realeza (en Samaria o en Jerusalén) le dieran preminencia a las dinastías reales, mientras que el documento sacerdotal debió darle esa preminencia a la dinastía aarónica.

Por supuesto, esto no debió convertirse en un conflicto similar al que se dio después de la Guerra Macabea, y del que estuvimos hablando en las notas anteriores. Acaso, las diferencias más notables habrían sido entre los textos “bíblicos” de Samaria (al norte) en contraste con los de Jerusalén (al sur).

Ante la amenaza de la invasión asiria, algunos israelitas del norte debieron llevar copias de sus escrituras a su refugio en el Reino del Sur, y gracias a ello se preservó ese material. Después del exilio en Babilonia, los escribas que, bajo la dirección de Ezra, se dedicaron a restaurar el texto bíblico, aprovecharon algunos fragmentos del texto del norte para completar los faltantes que tenían en algunos relatos, especialmente relacionados con los patriarcas. Por supuesto, es obvio que en estos casos las diferencias entre los relatos del norte y del sur no debieron ser significativas.

Pero eso no fue todo: muy probablemente, algunos de los sobrevivientes a la invasión asiria en el Reino de Samaria debieron conservar algo. Si no escrituas como tal, si una tradición y una narrativa completamente diferente a la que se preservó en Jerusalén. Dicha versión de la Historia israelita debió adaptarse a la nueva sociedad samaritana, aunque sin disponer de una copia de la Torá. Por ello, más tarde debieron aceptar la reconstrucción hecha por Ezra, pero la adaptaron a esa narrativa particular que conservaban desde antes de la invasión babilónica a Judea.

Por eso, la Torá samaritana refleja la estructura elaborada por Ezra y sus escribas, pero contiene premisas ideológicas que bien pueden tener su origen en el Israel pre-exílico.

Los Samaritanos se mantuvieron al margen de la mayoría de las controversias entre las diferentes sectas judías antes y después de la Guerra Macabea. Su gran declive vino con las invasiones árabes a partir del siglo VII, y en la actualidad sólo quedan unos 700. Aunque es un número muy reducido y parecieran al borde de desaparecer, han logrado mantenerse vivos en esas condiciones desde hace mucho tiempo.

Es hora de concluir con este tema. ¿Qué es lo más relevante de todo? Corregir la noción equivocada de que la compilación de la Biblia fue algo sencillo, reducida a “varios autores escribieron libros que fueron coleccionados por los judíos, con tanto celo por parte de los escribas que el texto nunca se vio alterado”.

No. En realidad, el proceso fue complejo y estuvo sometido a diversas crisis generadas por factores tanto externos como internos. La Biblia, tal y como la conocemos, es el resultado de un largo proceso en el que el pueblo judío no sólo construyó una colección de libros, sino que se construyó a sí mismo.

Concluyo con una observación relevante: en muchas ocasiones, se dice que “la Biblia no es un libro judío, sino israelita, porque lo que podemos definir como Judaísmo apareció después”.

Falso. Si bien es cierto que las primeras colecciones de textos fueron hechas por los antiguos israelitas, obviamente en la época en la que todavía no se les identificaba como “judíos”, la realidad es que la Biblia, tal y como la conocemos y entendemos, surge precisamente en la época en la que ya no hablamos de israelitas, sino de judíos.

Es decir: todo el trabajo de restauración, compilación y edición inició cuando el antiguo Israel había dejado de existir, y la restauración se dio en lo que vino a llamarse Reino de Judea. Por lo tanto, los autores de dicha restauración ya son de la etapa que podemos definir como judía.

La Biblia Hebrea es una de las grandes obras maestras del Judaísmo. Concretamente, del Judaísmo Fariseo-Rabínico, porque al final de cuentas esta fue la versión que sobrevivió.

Por supuesto, la ciencia nos ha aportado una gran cantidad de conocimiento gracias a los descubrimientos de otras variantes textuales, que nos han permitido entender el origen de las versiones alternas, como la Septuaginta o la Torá Samaritana.

Terminada esta serie de notas, próximamente comenzaremos con un tema complementario: cómo ha sido entendida la Biblia por el Judaísmo Fariseo-Rabínico. Algo que pareciera no muy complicado pero que, en realidad, la mayoría de la gente desconoce por completo.