GILI ELIYAHU ADLER

Para un extraño, los israelíes que aterrizaron en Atenas en un vuelo de Israel a principios de marzo deben parecer turistas. La mayoría lo eran, pero cinco de ellos tenían una misión especial: construir una escuela para niños de refugiados sirios que encontraron refugio en la isla griega de Lesbos.

La ayuda humanitaria de Israel a las víctimas de la guerra civil siria es bien conocida. Decenas de combatientes y civiles sirios han sido tratados en el Centro Médico Ziv de Tzfat, y una serie de organizaciones benéficas israelíes han realizado campañas de recaudación de fondos para asegurar que los refugiados tengan suficiente alimento, ropa, suministros médicos y más.

Esta vez, sin embargo, la misión de los grupos humanitarios es mucho más audaz, una iniciativa sin precedentes con el fin de abrir un centro pedagógico para niños refugiados, tan alejados del marco educativo. La singularidad del proyecto brilla aún más a través de la mutua cooperación de sus iniciadores.

La escuela, un proyecto de Hashomer Hatzair, un movimiento juvenil sionista-socialista fundado hace más de ocho décadas para dirigir la creación de kibutzim y otros esfuerzos pioneros previo al establecimiento del Estado de Israel, es iniciativa de Noa Leibel de 32 años, coordinadora del movimiento para actividades educativas en ciudades en desarrollo, barrios pobres, aldeas árabes y otras zonas desfavorecidas.

“Mientras miraba la cobertura mediática de la guerra civil, me preguntaba qué podría hacer para ayudar a las víctimas. Pensé entonces que estos niños necesitan un marco educativo, a través del cual podrían al menos continuar con su educación, y no terminar como una generación perdida,” explicó Leibel.

La entusiasta mujer contactó a Hagai Mayork, jefe de la división de egresados de Hashomer Hatzair. Juntos, buscaron a Renin Kahil, coordinador de proyectos internacionales para Ajyal, la filial árabe de Hashomer Hatzair. “Ellos son nuestros socios naturales para esta iniciativa,” puntualizó.

Ambos movimientos hermanos establecieron un grupo de trabajo conjunto para echar a andar el proyecto a través de Natan, una extensa ONG israelí con una red de contactos internacionales y experiencia logística.

“Natan nos conectó con una importante organización humanitaria suiza que ha operado intensamente en los campos de refugiados de Grecia durante años y estableció un centro comunitario en Tesalónica. La asociación sabía cómo resolver los problemas burocráticos,” señaló Noa Leibel.

En pocos meses, el sueño comenzó a convertirse en realidad. Decenas de educadores, trabajadores sociales y asesores aportaron tiempo, energía y conocimiento, mientras que estudiantes de Hashomer Hatzair recaudaron más de 240,000 shekels en un tiempo relativamente corto. “Esto fue suficiente para permitirnos avanzar,” dijo Liebel.

El hermano de Noah, Yair, de 28 años, es el encargado de las operaciones de campo. “Recibimos docenas de propuestas ciudadanos israelíes, personas que estaban dispuestas a ayudar a que nuestro sueño se convierta en realidad”.

Los coordinadores de los proyectos israelíes dicen que saben que deben ser muy cautelosos con la población de refugiados para no despertar ningún antagonismo, aunque no han enfrentado ningún problema grave. Ellos dijeron que no ocultan el hecho de que son israelíes, pero tampoco lo hacen ostentosamente.

“Somos cuidadosos, tenemos tacto y sentido común. Hasta ahora, ha funcionado, indicó Yair Leibel.

Los programas escolares se ajustan a las directrices establecidas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. El programa básico incluye inglés, matemáticas, historia y actividades no académicas como artes y deportes.

La escuela debe estar compuesta de aproximadamente 500 alumnos. Aunque casi todos los refugiados son musulmanes sunitas, los alumnos son de distintas edades, niveles previos de escolaridad y niveles de observancia religiosa. Algunos refugiados, especialmente aquellos procedentes de pueblos y aldeas relativamente pequeñas, tienden a ser muy conservadores y tradicionales, mientras que otros, especialmente los que vivían en las grandes ciudades, son más seculares.

“Hemos estado aquí dos meses, y conforme pasamos a ser parte del paisaje local, el hecho de que venimos de Israel deja de ser un problema,” afirmó Yusuf Kabha, de 43 años, director de Ajyal y residente de la localidad árabe del norte de Israel Ein as-Sahla.

Las organizaciones esperan poder enviar más grupos de voluntarios en el futuro. Cada grupo estaría compuesto de 6 participantes que hablan hebreo y inglés o árabe. Además, intentan traer a un grupo de trabajadores sociales profesionales con el fin de ayudar a los niños y a sus familias a lidiar con el trauma que han experimentado, cuidar de su bienestar, salud emocional y mental.

“Creo en la gente y en su capacidad para hacer el bien”, dijo Leibel. “La fantástica ayuda que hemos recibido, y la cantidad de personas dispuestas a dar de su tiempo, habilidades y conocimientos para este proyecto ha sido abrumadora. Esto comprueba que judíos y árabes pueden trabajar juntos para lograr grandes cosas. En este caso, ayudar materialmente a refugiados sirios que tuvieron la mala suerte de ser víctimas de una cruel y atroz guerra civil”.

Fuente: Ynet / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico